En días pasados, se viralizó a través de redes sociales una agresión contra Juan Guaidó en el estado Cojedes, en el marco de una gira que realiza el dirigente por el país, de cara a las próximas elecciones primarias de la oposición venezolana y, por supuesto, para que la gente no se olvide de que es el presidente encargado de Venezuela y el presidente de la Asamblea Legítima, escogida en 2015, garante y precursor desde 2019 del cese de la usurpación, el gobierno de transición y de las elecciones libres y bla, bla, bla.
Cabe destacar que ninguna de las anteriores premisas ha sido alcanzada -solo el bla, bla, bla-, ni siquiera se ha avanzado en ellas debido a varios factores a saber. Falta de unidad dentro de los sectores de la oposición, el poder que no ejerce ni Guaidó ni el gobierno interino en Venezuela porque sencillamente no tienen ningún poder que ejercer, más allá que el que le garantiza EEUU sobre los activos de Venezuela en el extranjero y que le permite mantener una estructura de lobby político que solo ha servido para conseguir algunas ayudas para los millones de refugiados que escapan de la dictadura, pero ninguna acción concreta contra ella, mucho menos dentro de Venezuela, que es donde es necesaria.
Un gobierno en el exilio dedicado a reuniones y viajes de reuniones y encuentros y pronunciamientos en redes sociales, destinados más que a intentar gobernar o tomar decisiones que lleven a acciones concretas, a justificar su existencia ante la comunidad internacional y ante los venezolanos, que ya cansados de todo y de todos, están dedicados a sobrevivir sin más consuelo y esperanza que el que ellos mismos se puedan dar.
Los medios se hicieron eco de las agresiones y de los empujones, pero no han vuelto a denunciar la situación del caso Monómeros, o el estado de las investigaciones sobre las acusaciones por presuntos hechos de corrupción por parte de miembros del gobierno interino. Más allá de las acusaciones entre unos y otros, de los dimes y diretes y de la fragmentación del interinato cuando saltaron estos casos a la palestra pública, no pasó nada más, todo quedó como olvidado, como guardado para otra ocasión, como siempre.
Parece que ya nadie vea la necesidad de garantizar la integridad moral del gobierno interino, es como si ni siquiera en medio de esta dictadura, hayamos aprendido la lección del error y el daño que es darle poder a personas que no deben ejercer tal poder. Seguimos en esa política de «los dos hacemos lo mismo, pero solo lo que haces tú es delito». Los ciudadanos siguen bajo el chantaje de tener que aceptar lo que parece menos malo de dos opciones, como si no hubiese otra opción, como si no hubiese nada que hacer para mejorar, como si la política fuese una actividad donde los electores solo tienen voto…
En Venezuela sigue existiendo la pobreza crítica, siguen los casos de desnutrición en niños y ancianos, la delincuencia y la inflación siguen asfixiando a la gran mayoría del país. Después de que los países de América Latina fueran inundados por dinero venezolano robado por los chavistas, el gobierno interino alardea de su éxito gerencial, el conseguir algunas ayudas en algunos países para venezolanos inmigrantes.
Es verdad que después de la pandemia del COVID y ahora con la invasión de Ucrania por parte de Rusia, el tema de la dictadura venezolana ha pasado a segundo plano, ya no es el tema de moda, ya no despertamos el interés de antaño. Pero es ahora cuando más falta hacen políticos de verdad, estadistas que den luz a la situación, que den propuestas a la gente, no a los otros grupos políticos, soluciones reales que lleven a los demás actores a posicionarse de verdad y a asumir responsabilidades.
No es una tarea sencilla, sobre todo porque como he dicho en otras ocasiones, desde que Chávez trajo a los rusos, chinos e iraníes a Venezuela, el destino del país parece ya no depender de nosotros.
La crisis de Venezuela no ha mejorado, pero las noticias son las cortinas de humo de la negociación en México, las primarias y el ataque a Juan Guaidó. Triste escenario el que nos ha tocado presenciar, sin embargo, nuestra responsabilidad es hacer todo lo posible, desde donde nos encontremos y como podamos, para alzar la voz, para opinar, para dar ideas y proponer soluciones, pero, sobre todo, para exigir responsabilidades a quienes tienen el deber y la obligación de darlas.