“El espíritu humano tiende naturalmente a criticar porque siente y no porque piensa” Fernando Pessoa (El libro del desasosiego)
La libertad de intercambio de ideas y de expresión ha evolucionado mucho desde los tiempos en los que cualquier expresión contraria al poder era susceptible de ser penada.
En la actualidad, en España, han cambiado muchas cosas, pero los últimos años nos sitúan un panorama poco alentador para la libertad de expresión tanto desde el punto de vista legal, como social.
Por un lado tenemos casos en los que se aplica una pena por “herir los sentimientos religiosos” con una severidad más o menos afortunada (por lo que nos llega en los medios más bien lo segundo) y por otro lado, tenemos cada vez un mayor número de sensibilidades que reclaman un espacio en la vida política y social española.
Día a día podemos ver como, en los debates que surgen en Twitter, tratan de silenciarse opiniones con la excusa de que “son ofensivas”. Se está construyendo un discurso en el cuál tenemos derecho a no sentirnos ofendidos, pero un derecho así es algo terriblemente subjetivo, imposible de valorar en la práctica.
Muchos grupos, al no tener una ley que les permita castigar esa ofensa a sus sensibilidades, acaban por silenciar estas voces, frecuentemente a través del acoso y el sabotaje. Estas formas por las que se han optado para silenciar este tipo de discursos, indican que probablemente extender la ley para penar la ofensa a estas sensibilidades no sería buena idea. Sin embargo, pienso que tampoco lo es mantener la actual ley que pena herir los sentimientos religiosos o al menos limitarla para que no castigue cualquier tweet, foto de instagram, etc. Una cosa es sabotear un acto y otra muy diferente hacer una broma.
Mantener una ley así sienta una base a partir de la cuál se puedan penar las ideas contrarias a todas las sensibilidades que ya existen, y que están surgiendo en la sociedad actual, que ya están actuando de una u otra manera. Estamos en un momento en el que el derecho a la libertad de expresión pugna contra el “derecho a no sentirse ofendido”, una batalla que de ser perdida podrá convertirse en un arma arrojadiza usada por el grupo que ostente el poder contra aquellos contrarios a su forma de pensar, porque no hay excusa más fácil para ofenderse que alguien que no piensa como tú.
David León, market access manager.