Un grupo de venezolanos han encontrado en el cacao una oportunidad para luchar contra la crisis económica de Venezuela.
En la crisis de Venezuela hay quien ha encontrado una dulce escapatoria. Son quienes trabajan el cacao, un sector que, de acuerdo a quienes se dedican a él, vive un auge en un país cuya economía cae en picado.
Según el Fondo Monetario Internacional, el Producto Interno Bruto habrá caído en 2018 un 15 por ciento, un 45 por ciento si se calcula desde 2008, un retroceso descrito por el organismo como «una de las peores crisis de la historia» pero que el gobierno de Nicolás Maduro niega.
En este contexto, Naciones Unidas asegura que más de tres millones de venezolanos salieron del país en los últimos años. Pero otros se han quedado y han encontrado en el chocolate un motivo para quedarse y una manera de ganarse la vida.
La emprendedora social María Fernanda di Giacobbe lleva años dedicada a enseñar cómo lograrlo.
Ha recorrido Venezuela explicando a las familias que esas plantas que tenían olvidadas en el jardín de sus casas podían convertirse en una fuente de sustento. Así ha amadrinado proyectos como Cacao de Origen o Kakao Bombones Venezolanos que, según explica, «se basan en la sabiduría de las comunidades» y en una escuela que se financia gracias a la venta de los chocolates en Caracas.
Sus iniciativas le han servido para ganar premios internacionales como el Basque Culinary World Prize y, según relata, ha hecho cambiar de opinión a muchos que se habían decidido ya a emigrar.
La producción de cacao estuvo desde la época colonial muy extendida en Venezuela, donde la planta de la que se obtiene el chocolate crece con facilidad, pero la aparición del petróleo y el desarrollo de su explotación hicieron que perdiera interés como actividad económica.
Venezuela se había limitado a la exportación de la materia prima de su excelente y cotizado cacao, pero no a la elaboración del chocolate, que, paradójicamente, se importaba, un error histórico que Di Giacobbe se ha propuesto enmendar.
Di Giacobbe se percató de que «volver al cacao podría mejorar la crisis porque se siembra en todo el país y porque no hay un venezolano que no se sienta identificado».
Según cuenta, muchos cultivos resucitaron gracias a los que se quedaron. Potenciales emigrantes se convirtieron así en productores y artesanos chocolateros. «Es como un movimiento nacional», dice ella. Afirma que más de 17.000 productores y 8.000 artesanos se han inscrito en alguno de sus cursos en los últimos años.
Camilo Restrepo
Cuando el joven Camilo Restrepo cursaba sus estudios de bachillerato nunca imaginó que acabaría ganándose la vida como chocolatero. Pensaba en estudiar Medicina o Administración. «Lo del cacao no se me pasó por la cabeza», dice. Pero hace dos años una decisión familiar le llevó a cambiar de planes.
«Mis padres se han dedicado siempre a la piscifactoría y compraron una finca en la que descubrí tres hectáreas sembradas de cacao«. Así empezó a investigar sobre las posibilidades de aquellas plantas y junto a su hermano comenzó a sacarles partido.
En aquella finca de La Fría, en el estado Táchira, en el oeste del país, comenzó una actividad que hoy es un exitoso negocio familiar. «Mi hermano empezó a moler el cacao y vimos que aquel era un trabajo bonito».
«Con gran esfuerzo» compraron unas máquinas con la que empezar a convertir el cacao en chocolate que les costaron 600 dólares. «Lo que invertimos lo recuperamos rápidamente y eso nos animó a seguir. Ahora estoy muy metido en este mundo y no con ganas de irme, sino de trabajar y mantenerme en él», afirma.
Sus sueños se topan con obstáculos a los que los venezolanos están habituados: la lentitud exasperante de la burocracia estatal y la hiperinflación, que hace que los precios suban sin control. «Estamos tramitando los permisos para poder exportar, pero los agentes gubernamentales no lo ponen fácil. Lo único que podría facilitar las cosas es tener familiares en la Administración, y nosotros no los tenemos», señala.
La hiperinflación, explica, encarece permanentemente la leche en polvo y el azúcar que usan para hacer chocolate. Pero, pese a las dificultades, está decidido a aferrarse a la oportunidad que le ha dado el cacao.
«Uno piensa casi todos los días en dejar Venezuela, pero yo he podido viajar a otros países de América Latina y Estados Unidos y sé que emigrar no es fácil. Me toca luchar por un futuro acá. Es difícil e incierto, pero ponemos todo el esfuerzo». «No perdemos la esperanza«, concluye.
Ángela Montaperto
Hace cuatro años, cuando ya rozaba los 50, Ángela Montaperto decidió inscribirse en unos cursos de bombonería impartidos por la Gobernación del Estado Miranda, en torno a la capital, Caracas. «Siempre me había gustado la cocina y tenía curiosidad por el chocolate», recuerda.
Fue solo el primero de muchos que le permitieron adquirir un gran conocimiento. Ahora es ella quien imparte cursos avalados por algunas de las instituciones gastronómicas más prestigiosas de Latinoamérica y quien, con la ayuda de su marido, produce tabletas de chocolate y bombones en su casa de Los Teques, donde colocó las máquinas que compró por internet con ayuda de unos primos que tiene en Miami.
Esa vocación tardía resultó providencial. «Cuando empezamos con esto del cacao no imaginábamos que la situación del país llegaría a ser tan grave», dice.
Su esposo se jubiló después de haber vivido durante años holgadamente gracias a su sueldo de empleado del metro de Caracas y su pensión, muy inferior a su salario, se quedaba corta. «Nos quedamos con unos ingresos muy limitados y aquello nos estaba afectando también emocionalmente», cuenta. En aquel momento difícil comprobó lo acertado de la apuesta que había hecho por el cacao.
«El chocolate nos ayudó a mantenernos, porque con que vendiéramos una docena de tabletas de 50 gramos ya sacábamos el doble de lo que le pagan a mi marido por la jubilación».
Ahora que su firma, Gocholate, es conocida a nivel local, Ángela y su marido venden unas 100 tabletas al mes. Pero las dificultades no han terminado para esta psicóloga reciclada en maestra chocolatera. «Salir de casa es una lucha constante, porque buscas las cosas y no las encuentras, por la inseguridad, por los precios», lamenta.
Una lucha que ha terminado por pasarle factura a la salud de su esposo, que, según cuenta ella, sufre brotes de psoriasis a causa del estrés.
«La idea de salir de Venezuela nos ha pasado a todos por la mente y mi marido planea hacer un viaje a Ecuador, de donde era su padre, para ver qué posibilidades tendríamos allí», afirma. Pero, por ahora, la idea es seguir aprovechando las ventajas de militar en lo que define como «el movimiento chocolatero» venezolano.
«Teníamos oro en el patio de casa y no nos habíamos dado cuenta», resume Ángela.