Con las «mega elecciones» realizadas este domingo en Venezuela, continúa el proceso de embellecimiento de la dictadura venezolana ante la comunidad internacional, aquella interesada en diálogos y negociaciones políticas por encima de la justicia.
Si nos basamos en los números y, de acuerdo a los datos oficiales, con una abstención de alrededor del 65%, el régimen obtuvo 20 de las 23 gobernaciones y 205 alcaldías de las 333 que estaban en disputa. Para el día en que este artículo se escribe, no hay resultado decisivo sobre la gobernación del estado Barinas.
Más allá de estas cifras, quiero destacar el análisis de los mismos, hecho por parte de los participantes, la oposición que participó, los observadores internacionales y el régimen chavista.
El dato más resaltante de las elecciones es ese aproximadamente 65% de abstención, que solo indica la desconexión, el descontento y la frustración de los ciudadanos, no sólo con el régimen, sino con esta oposición también.
Los distintos «líderes opositores» que participaron, dijeron que se habían cometido errores, que no fueron capaces de alcanzar una unidad que les habría dado la oportunidad de ganar muchas más gobernaciones y alcaldías.
Esta oposición, dijo que ahora sí, era hora de hacer una valoración interna -siempre interna-, sobre lo ocurrido y, que había llegado el momento de sentarse y reunirse entre ellos para alcanzar esa unidad perfecta, esa unidad que se dieron cuenta ahora que el país pide.
Luego, pasadas unas horas, aconteció que los resultados eran los esperados, que eso ya se sabía, porque, en realidad, lo que se buscaba era hacer un primer contacto, era tantear el terreno y empezar a engrasar la máquina electoral, es decir, que todo era parte del plan y todo, había resultado según lo esperado.
Eso sí, lo único que hace falta, es, sentarse entre los partidos para -a lo interno, no lo olvide-, revisar esos errores cometidos, negociar, llegar a acuerdos, alcanzar la unidad y sacar a la dictadura.
Los veedores internacionales, concluyeron que en Venezuela no hay separación de poderes, hay ventajismo del régimen contra sus oponentes por el uso de los recursos del estado para hacer campaña electoral; el CNE no es imparcial ni tiene capacidad sancionadora y; en general, que se violan las normas y derechos de los ciudadanos.
Precisamente lo mismo que se lleva denunciando años, precisamente por lo que las misiones de la UE dejaron de venir al país y por lo que la oposición política dejó de participar en las elecciones.
Pero claro, resulta que la misión de observadores dijo que esta vez, se dieron más garantías que en ocasiones anteriores, además Josep Borrell comentó que la elecciones se habían desarrollado de forma correcta y no se diga de Rodríguez Zapatero o Juan Carlos Monedero, líderes de la izquierda mundial donde los haya, que dijeron entre otras cosas, todo había transcurrido de maravilla y, que ahora se abre un nuevo proceso para Venezuela.
Por su parte, el régimen ha logrado su objetivo, se ha lavado la cara a nivel internacional y ha afianzado su poder a nivel interno.
Por muy deslegitimado que esté, el régimen ha quedado como aquel que hace esfuerzos por dar garantías y espacios a la «oposición», que se esfuerza en mejorar las condiciones de participación y en fin, en aquel que hace esfuerzos por mantener y fortalecer la democracia. Felicitaciones.
Fue triste ver cómo el discurso opositor sigue siendo el mismo, aceptar que se cometieron los mismos errores que se cometen en cada elección y las promesas de que, ahora sí, de verdad verdad, se van a sentar -siempre a lo interno, no lo olvide-, para dirimir diferencias que permitan lograr la unidad que se acaban de dar cuenta que es necesaria; y así, alcanzar «el cambio» que todos prometieron durante la campaña y que ninguno supo explicar cómo se lograría de verdad.
Pasaron, en cuestión de minutos a convertir la culpa, los errores y las mezquindades cometidas durante el show electoral, en una victoria lograda por los liderazgos políticos y por la falta de apoyo que tiene el régimen.
Los cambios que se tienen que hacer en la oposición van más allá de «reuniones a lo interno» y más «negociaciones entre los partidos», simplemente, porque los problemas de los partidos son estructurales y vienen dados a su vez, por los problemas estructurales que padece Venezuela como sociedad.
El drama de Venezuela no empezó con Chávez, no se deje engañar, éste sólo lo aceleró.
El drama de Venezuela empezó con la corrupción surgida durante la «Venezuela saudí», comenzó con RECADI, con la aceptación del surgimiento de cinturones de miseria alrededor de las ciudades por falta de políticas públicas de ordenamiento territorial, por la ineficiencia de la famosa reforma agraria.
La miseria que padece hoy Venezuela, empezó cuando se dejó de pensar al país como un todo y se dio paso a la demagogia y al populismo, cuando en lugar de planes, proyectos y propuestas se prometían escaleras para subir al cerro, láminas de zinc para construir casas y tanques de agua para hacer frente a la ineficiencia en la prestación del suministro de agua.
La degradación de Venezuela, comenzó cuando se permitió la destrucción de la educación y la sanidad pública así como cuando se dejó quebrar al sistema bancario nacional.
Y en todas estas situaciones han estado metidos de una u otra forma, los partidos políticos. Chávez fue sólo un producto más de ese sistema, uno más vivo que los que estaban y, que «profesionalizó» lo que ya estaba instaurado en la política y parte de la sociedad venezolana de forma «amateur».
Los cambios que se deben dar dentro de los partidos, deben ir referidos al cambio de pensamiento, a la adquisición de responsabilidad, de seriedad, de empezar a ver a Venezuela como un todo, que va más allá de un cargo o puesto en la administración pública.
Mientras esas acciones no se den, mientras las acciones se sigan dirigiendo hacia lo superficial, el drama de Venezuela como país continuará, solo que ahora, con una dictadura legitimada.