El gran escritor y filósofo español, Miguel de Unamuno, hace más de un siglo tuvo un mal día y, tal vez, en vez de decir lo que pensaba, exclamó lo que querían oír la mayoría de los congéneres que le rodeaban: “¡Que inventen ellos. Ya les copiaremos nosotros luego!”. Y, tal vez, eso explica el tremendo atraso que sufrió España en buena parte del siglo XX.
Todavía hay una parte funcionarial y casposa en el país que, hoy, dicen: “Que emprendan, que innoven ellos. Y, cuando después de que se la peguen un montón de veces, acierten por fin, ya estaremos nosotros al quite, como los buenos toreros”. Pero, los que sabemos algo de toros, ya conocemos esa mentira: los buenos toreros se emplean en su toro, no en el del vecino. Eso es solo desidia, pereza, miedo y ganas de marear la perdiz, para no tomar ninguna decisión, claro. Y, en estos tiempos, acabar de suicidarse.
En estos tiempos que vienen, ya digo, con las nuevas tecnologías, todo sucederá tan rápido que el entorno se volverá, a la vez: incierto, cambiante, ambiguo y complejo (VUCA, por sus siglas en inglés). Y en él, será tan importante aprender lo nuevo que llega, como desaprender lo caduco que ya no sirve. Y eso es, en sentido amplio, emprender: escoger la mejor opción, repito, entre lo nuevo que llega y lo viejo que ya no sirve, para ser más eficiente, para hacer un mundo mejor que el existente. Antes, uno se podía quedar parado, porque el movimiento era tan lento que, apenas se notaba. Hoy es un suicidio.
Por eso, hoy más que nunca, se necesitan emprendedores.
Pero ¿cómo detectamos a un buen emprendedor? Uno de los emprendedores pioneros y visionarios españoles, y gran conferenciante e ideólogo del emprendimiento, Antonio González Barros, me contó un día que esto mismo se lo preguntó al mítico Jack Welch: “Mírale a los ojos y observa si hay pasión en él. Si la hay, vuelve a mirarle a los ojos y observa si disfruta de lo que hace”.
¡Ah, la pasión por el cambio, por la ambiciosa meta de un mundo mejor! Ya lo dijo Phil Lubin: “Hay muchas malas razones para fundar una empresa. Y solo una buena: para cambiar el mundo”. Todo lo demás, añado yo, son solo sucedáneos de emprendedores, de onda corta, de corto recorrido.
Porque el buen emprendedor tiene que ganar dinero, por supuesto. Pero eso solo será la confirmación de su éxito, de que está siendo mejor que los demás, más eficiente, más visionario. No su fin. Su fin es el reto de ser el mejor. Y, cuando se le acerquen, y le copien sus competidores, reinventarse de nuevo para seguir siéndolo.
Y, cuando fracase, levantarse como Rocky Balboa, una y otra vez, porque no hay innovación sin fracaso. Y pelear por volver a alcanzar lo que él sueña, por su pasión.
Por eso es tan importante amar lo que se hace. No hay emprendedor que no ame su pasión. Me lo dijo otro emprendedor señero español, Jorge Mata, el inventor, entre otras cosas, de los politonos: “Trabajar por cuenta propia o ajena no es la pregunta, sino trabajar en lo que amas. Porque entonces el trabajo no es trabajo, no es alienación, sino un disfrute sin límite, o solo con los límites que tú le pongas para dedicarte a tu familia y a otras cosas importantes de la vida”.
Por eso esta educación que tenemos hoy en día con un temario igualitario para todos los alumnos de un curso, y para todos esos cursos de un país, tiene los días contados. La educación deberá servir para indagar lo que le gusta a cada alumno y formarle en ello, con un menú ad hoc. Los rendimientos serán, entonces, exponenciales. Pero eso será objeto de otro capítulo de los retos del mundo que viene.
Pero no solamente este entorno de innovación permanente nos conducirá hacia el emprendimiento. Habrá también una necesidad imperiosa de convertirse uno mismo en emprendedor de su propio proyecto vital. Por una mera cuestión de supervivencia.
En el mundo de la robotización y de la inteligencia artificial que viene, también del teletrabajo, con las máquinas ocupando un gran porcentaje de nuestros puestos actuales (véanse como ejemplo las nuevas tiendas de Amazon sin cajeros, ni empleados), habrá mucho más ocio. Mucho menos trabajo. Y aquí, el Estado, las sociedades, tendrán que reinventarse, para que nadie se quede por el camino. Pero, también, habrá muchas más oportunidades para todos aquellos cuyas aptitudes no pueden suplir las máquinas: tales como el sentido común, la pasión, las relaciones personales y la visión.
Será un mundo de emprendedores (por cuenta propia o ajena), y de máquinas. Un mundo donde el que trabaje, será porque ama lo que hace y lo que hace es útil. Y porque disfruta con ello. Siguiendo la máxima de Gurbaksh Chahal: “Encuentra algo que ames y hazlo mejor que nadie. Obsesiónate en ello”.
Yo añadiría a lo dicho por Chahal, que también tuvo sus problemas, que tampoco hay que obsesionarse con el cambio, sobre todo con el querer imponérselo a los demás. Y que no hay mejor freno, para ello, que las palabras del viejo y sabio Ghandi: “Cámbiate primero a ti mismo, en lo que quieras que el mundo cambie”. A mí se me antoja que, entre ambas fronteras, discurre el apasionante camino que ha de recorrer un buen emprendedor.
Francisco Rodríguez Tejedor, economista y escritor.