Si hay algo que distingue a las personas y a las sociedades en general, es su capacidad de entender, aprender y desarrollar procesos, métodos o ideas; es decir, la capacidad de generar conocimientos que nos ayuden a sobrevivir y garanticen nuestra permanencia y desarrollo en este, nuestro querido y maltratado planeta Tierra.
La producción y aplicación de conocimientos, es una ventaja competitiva en comparación con todas aquellas personas que carezcan de él, es por eso, por lo que alrededor del mundo y desde siempre, las élites primero y luego todos nosotros, tratamos de proporcionar la mejor educación posible para los nuestros.
Con el paso del tiempo, la masificación de la enseñanza y de la distribución del conocimiento a través de colegios, institutos y universidades, entre otros muchos, ha permitido el desarrollo de los países en un tiempo muy corto en relación con siglos anteriores y ha permitido al ser humano, entre otras muchas cosas, llegar a lugares tan asombrosos y lejanos como el fondo del océano o la cara oculta de la luna.
Y aunque también sea cierto que todavía hay muchos problemas por resolver y preguntas que responder, debemos reconocer que el conocimiento y la educación son los pilares del progreso, y del desarrollo, son la promesa segura de un mundo mejor, de un entendimiento superior, que nos permita ya no sobrevivir, sino convivir con nosotros mismos y con todos aquellos seres con los que compartimos el planeta.
Pero si hay algo que caracteriza al conocimiento, es que para que sea útil y provechoso para todos, debe ir acompañado obligatoriamente de esa llama capaz de darle vida, capaz de convertirlo en impulso y motor creador de ideas, mundos y cambios; esa llama, capaz de iluminar las tinieblas de la ignorancia y el atraso; la única, capaz de llevar al conocimiento a su propio desdoblamiento y expansión; esa llama que, no es otra que la libertad.
La libertad inherente al conocimiento es aquella libertad de decidir aquello que se desea estudiar o investigar, aquello que se adapta a las necesidades y a las cualidades de cada uno, porque no todos tenemos ni las mismas capacidades de aprendizaje ni los mismos intereses, y esto es importante, porque esa diversidad garantiza el desarrollo de distintas áreas del conocimiento, así como de distintas ramas dentro de un área en particular.
Cuando la libertad de decisión garantiza la diversidad en la educación y en la producción de conocimiento, está garantizando al mismo tiempo nuestro desarrollo; es decir, nuestro futuro como sociedad.
Casualmente en España, el propio gobierno nacional acaba de aprobar en el Congreso de los Diputados la Lomloe o Ley Orgánica para la Modificación de la Loe (Ley Orgánica de Educación), mejor conocida como la Ley Celaá, en alusión a la ministra de educación del actual gobierno, Isabel Celaá.
Una ley, que ha levantado escozor y suspicacias en muchos sectores de la sociedad por la forma en que limita la libertad de los padres a la hora de decidir el tipo de educación que quieren para sus hijos en temas como la utilización del español, los centros de educación especial, la posibilidad de que los alumnos puedan pasar de grado con una materia suspendida o; que a la hora de escolarizar a un niño, prime la cercanía de la vivienda con el centro educativo entre otros.
Con esta ley, el español deja de ser idioma vehicular, lo que significa que, en una Comunidad Autónoma como Cataluña, el gobierno independentista puede aprovechar esta laxitud en la ley para disminuir al mínimo el estudio del español con la excusa de proteger y promocionar al catalán, lo mismo que puede (y seguramente pasará) en los municipios del País Vasco con presencia de miembros de BILDU a favor del euskera.
Así mismo, la ley estipula que, en diez años, los centros de educación ordinarios deben contar con los recursos necesarios para ocuparse de (aproximadamente el 98%) los alumnos con necesidades especiales de aprendizaje.
Insólito por no decir ridículo ya que España es uno de los países que menos invierte en educación en toda Europa y sin embargo ahora, en medio de una crisis económica, el gobierno dice que va a invertir en las escuelas públicas para garantizar la educación de aquellos niños y jóvenes que requieren una educación en muchos casos personalizada con distintos profesionales para poder estimular de forma adecuada sus mentes y cuerpos, y que por cierto, ahora miso cuentan con esa educación.
Otra de las “novedades bananeras” de la ley Celaá, es la posibilidad de pasar de curso con materias suspendidas. De acuerdo que no todos tenemos la misma capacidad para estudiar, pero no nos equivoquemos, la responsabilidad de garantizar que los alumnos aprendan y se superen es del estado.
Con esta ley; en todo caso, estaremos dejando que estudiantes que no estén preparados vayan pasando de curso no sólo con una deficiencia académica, sino con una deficiencia de valores como la perseverancia, el sacrificio y la disciplina, mermando su excelencia académica y mermando su sentido de la superación, tan necesario para el futuro de cualquier país.
Además de lo antes mencionado, la ley Celaá también manifiesta que a la hora de inscribir a un niño en un colegio, va a primar la cercanía de la residencia del niño con la del centro de educación en cuestión; es decir, que si el vicepresidente Pablo Iglesias quiere enviar a sus hijos a estudiar en Vallecas por aquello de la nostalgia, para poder ver a sus antiguos vecinos amigos, pues no va a poder, y sus hijos estarán condenados a estudiar en algún colegio (privado seguramente) de Galapagar o alrededores.
Aquellos padres y familias que con sacrificio hacen el esfuerzo de llevar a sus hijos a colegios alejados de su residencia para buscar una mejor educación, posiblemente vean truncada su libertad de elección y sus anhelos de mejores oportunidades para sus hijos.
Todas estas limitaciones no son más que otro paso en el objetivo del gobierno de implantar un igualitarismo hacia abajo que sólo va a traer atraso e ignorancia, sería una victoria de esa oscuridad que la luz de la educación y el conocimiento ya había vencido y que comenté en párrafos anteriores.
España no va bien, es imperativo desarrollar y proponer propuestas serias, enmarcadas en la necesidad de darle un rumbo de progreso y prosperidad en el tiempo para todos los que hacemos país; y para esto, una educación basada en la pluralidad de pensamiento y en la libertad de decisión es fundamental.
En cuarenta años de democracia, España ha tenido ocho Leyes Orgánicas de Educación, esto equivale a ¡una Ley Orgánica cada cinco años!
Estoy convencido en que la educación debe ser la piedra angular del desarrollo y el progreso de cualquier nación, desarrollada pensando en el bien general de las personas y en un proyecto de país que dure en el tiempo.
Y si usted; estimado lector, está leyendo estas líneas y está de acuerdo con ellas, entonces pregúntese ¿Cómo es posible construir un proyecto de país sólido y estable en el tiempo si cada cinco años se está cambiando y modificando la piedra angular de dicho proyecto?