Román Jove ha heredado la pasión de su padre por la cerveza artesanal, proyecto que le ha llevado a construir su fábrica que genera 1.700 litros semanales.
La cerveza entró en la vida de Román Jove cuando tenía tan solo nueve años. Vivía con su familia en el estado de Colorado, en el corazón de Estados Unidos, cuando su padre y unos vecinos comenzaron a fabricar cerveza en el garaje de su casa. En aquel momento, a principios de los años noventa, el movimiento cervecero artesano comenzaba a pisar fuerte en Estados Unidos, pero estaba aún lejos de llegar a América Latina.
Ni siquiera a Europa, cuna tradicional de la cerveza. Tanto fue así que del pequeño pueblo donde vivían salieron tres de las cervezas artesanales más punteras del sector en el gigante americano.
Han pasado 24 años de eso y el niño que veía a su padre experimentar con lúpulo, granos de trigo y fermentaciones hoy pasea entre los pasillos de su propia fábrica cervecera, a la que ha llamado Península. Se ha instalado en la madrileña localidad de Alcobendas, donde junto a sus cinco trabajadores elabora más de 1.700 litros de cerveza por semana. 1.700 litros de diecisiete tipos diferentes de cerveza. ¿La estrella? ‘Puro Tropikal’, una espumosa de cinco grados de alcohol popular por su mezcla de sabores a piña, mango y maracuyá con los que Román ha querido traer a España un pedazo de su Venezuela.
A los 22 años, cuando su familia volvió de EEUU al país caribeño, a Román ya le había cautivado ese recuerdo de «autenticidad, de valores muy marcados», explica desde su fábrica, junto a uno de los barriles que conservan desde hace once meses las cervezas más añejas. Y confiesa: «lo que yo aprendí en Colorado fue que quien se dedicaba a este mundo era gente a la que le apasionaba lo que hacía; que no se habían embarcado en ello por el simple hecho de emprender, sino que estaban materializando ese emprendimiento que era hacer cerveza».
Con esa pasión tan interiorizada, de vuelta en Venezuela fundó, junto con otros artesanos, la Asociación de Cerveceros Caseros, que en poco tiempo creció tan exponencialmente que le hizo darse cuenta de que «aquí había negocio» y comenzó a estudiar. Volvió a trasladarse al país norteamericano, esta vez a la Universidad de California, donde se graduó como cervecero profesional. Y de allí a Reino Unido, donde obtuvo la titulación de Green Door Distilling, la asociación inglesa que regula a los cerveceros en aquellas tierras cuyas cervezas eran sus favoritas, por encima de las belgas o las alemanas.
Dice Román que la cerveza tiene algo «muy sexy» y es el reconocimiento inmediato que uno recibe cuando alguien prueba una cerveza hecha por uno y le dice que está buena. «Es muy satisfactorio para mí como productor, ese acercamiento hace más atractivo al producto», afirma. Así que, con su formación ya concluida, el rompecabezas que tenía en los años anteriores ya se iba armando y comenzaba a plantearse dónde establecerse para poder hacerse un hueco en el mundo de los artesanos cerveceros.
Luchar contra gigantes
Al ver que en Venezuela «las posibilidades eran muy escasas», decidió venir a la tierra de sus abuelos, que décadas antes habían sido quienes emigraron hacia América Latina. Desde su llegada, reconoce, la acogida ha sido «espléndida». Está agradecido a una industria que «nos ha ayudado casi desde antes de empezar a producir». Y es que este es, según Román, un nuevo mercado que tiene que competir contra los gigantes industriales que «muy inteligentemente» emplean estrategias comerciales «cada vez más agresivas» para confundir al consumidor.
Para contrarrestarlo, las asociaciones de cerveceros artesanos se han propuesto no competir entre ellos. «El mercado es infinito y, en lugar de rivalizar, estamos todos sumando para que el sector coja la fuerza necesaria y podamos competir con las cervezas tradicionales», asegura.
El nuevo consumidor
Lo hacen porque han detectado un cambio en los gustos del consumidor que quieren aprovechar. Las tradicionales quedadas para ir ‘de cañas’ están dando paso a una nueva forma de reunión en la que los ciudadanos «prefieren menos cantidad pero de más calidad», más similar a la cultura británica que tanto le gusta a Román. «El cliente comienza a valorar los sabores, los olores, las texturas… toda esa transformación está siendo muy bonita». También han proliferado en los últimos años las catas de cerveza y los cursos de formación sobre este producto.
Y para no perder la inercia de este carro que está modificando las tendencias de consumo, «e incluso de la salud», el venezolano trabaja una media de doce horas al día que una vez a la semana, el día que toca producir, se convierten en dieciséis. Según dice no lo hace obligado o a disgusto, pues «cuando uno disfruta de su trabajo, que en realidad es su pasión, no se siente que la vida gire en torno al trabajo».
Él y sus empleados trabajan todo el proceso, desde la transformación del grano, pasando por la elaboración del mosto y la fase de fermentación hasta el embotellado y la comercialización. Y aunque en un principio esto último fue más costoso, ahora ve hecho realidad el sueño de que los consumidores pidan las diferentes cervezas de Península en distintos locales de Madrid.
Llegó con su familia hace dos años y medio a la capital y ahora acaba de comenzar la exportación a Barcelona y en breve lo hará a Galicia. En un inicio fabricaban cuatro cervezas y ahora ya son diecisiete. Las últimas, su línea más «friki«, se venden en latas de casi medio litro. «La gente quiere innovación y estamos trabajando para dársela», reconoce. Sus próximos retos los tiene claros, quiere «dar a conocer en el mundo que en Madrid se está haciendo buena cerveza y que son unos compatriotas venezolanos quienes se han propuesto este reto».