El argentino que convirtió un atunero en un barco de rescate de refugiados

Ulises Almada, socorrista y nadador de aguas abiertas.

Con sólo 27 años, Ulises Almada se ha convertido en uno de las figuras más reconocidas dentro del proceso migratorio hacia Europa.

Ulises había tomado la decisión de contactar a las ONG de rescate para ofrecerse como voluntario y ayudar a los migrantes en 2017.

Ulises Almada tiene 27 años y es porteño, gentilicio con el que se conoce a quienes han nacido en la provincia argentina de Buenos Aires. A su corta edad, y viviendo a dos océanos de distancia de donde comenzaba a gestarse la crisis migratoria más grande que se recuerda desde la Segunda Guerra Mundial, en 2015 la foto del cuerpo del pequeño Aylan Kurdi muerto boca abajo y arrastrado por las olas hasta la orilla de una playa turca impactó en su cabeza con la firmeza con la que lo hace un dardo bien tirado en una diana.

Aquella imagen supuso un cambio en la perspectiva de vida de ese socorrista que hasta el momento había trabajado siempre como vigilante de las playas de su región. Comenzó a indagar sobre qué podría hacer por ayudar a todas esas personas que trataban de alcanzar las islas griegas lanzándose al mar en embarcaciones precarias desde las costas de Turquía. Intentó contactar con algunas organizaciones de salvamento que operaban fundamentalmente en las islas del Egeo y cuando pretendía emprender su primer viaje, la situación en Argentina se volvió «más complicada» y tuvo que dejarlo en stand by, tal y como él mismo recuerda en una conversación con Notimérica.

Pasaron los años pero la situación de las personas migrantes, lejos de mejorar, continuaba empeorando. Un acuerdo firmado entre Turquía y la Unión Europea en 2016 para frenar ese flujo trasladó la ruta migratoria hacia Libia y las televisiones del mundo entero comenzaron a llenar sus telediarios de imágenes de rescates en alta mar y barcos cargados de demandantes de asilo que eran trasladados a puertos de Italia y Malta. Era otoño de 2017 y Ulises decidió retomar los planes que había tenido que aparcar dos años antes. Contactó entonces con Salvamento Marítimo Humanitario, una ONG de rescate vasca que operaba en aguas internacionales junto con la sevillana Proem-Aid y la alemana Lifeline.

Se ofreció como voluntario, pero la falta de presupuesto hizo que dichas organizaciones dejaran de operar a finales de año. Pese a ello, pocos meses después fue contactado porque las dos organizaciones españolas habían conseguido un barco con el que volver a operar pese a las dificultades impuestas por los Gobiernos europeos a las organizaciones humanitarias. «No lo dudé», recuerda Ulises, que nada más recibir la llamada dejó «lo que estaba haciendo en Argentina y saqué un billete para España».

Llegó al País Vasco, donde estaba amarrado el barco, y se encontró con un nuevo imprevisto que no tenía calculado. Él es socorrista y nadador de aguas abiertas, lo que le convertía en el perfil de rescatador que reclamaban las ONG’s, pero al llegar al País Vasco se encontró un barco que no estaba habilitado para el rescate.

El Gobierno local había comprado para estas organizaciones un antiguo atunero que había que remodelar por completo para convertirlo en un barco de rescate. Pese a que aquello llevó varios meses, Ulises no se arrepiente «ni por un momento» de todo el tiempo invertido en ello, incluso a pesar de que esto implicó que no pudiese desarrollar la actividad para la que había viajado a España.

Ulises, junto a sus compañeros, ha logrado convertir un barco atunero en una embarcación apta para el rescate de hasta 200 refugiados.

Transformación

El Aita Mari, como se llama el barco, no necesitaba un lavado de cara, sino una reforma integral. Había que convertir la cubierta en un lugar apto para el traslado de hasta 200 personas, multiplicar el número de camarotes por tres, crear una buena enfermería y adaptar la cocina y el comedor de manera que fueran útiles para una tripulación de entre 15 y 17 personas. Así que en eso se empleó Ulises. Limpiar, sacar todo aquello que no era imprescindible, pintar, armar camarotes, llenar el barco con todo el utillaje necesario… «Sentía que cualquier cosa que yo pudiese hacer iba a adelantar la llegada del barco a su destino final«, relata ahora.

Pese a que trabajó «muy duro» durante varios meses, recuerda con especial cariño las tardes en Pasaia, la localidad guipuzcoana en la que está el barco amarrado, con todos los voluntarios que como él se han empeñado en convertir al Aita Mari en un verdadero barco de rescate. «Aquellas tardes me di cuenta de que el mejor trabajo del mundo es aquel que aunque no esté remunerado no importa porque sabes que va a traer alivio a muchas personas», afirma Ulises, que ahora mismo ha vuelto a Argentina para trabajar.

Todo su trabajo y el de sus compañeros ha tenido su fruto. Aita Mari soltará amarras y pondrá rumbo a la zona SAR –Zona de Búsqueda y Rescate por sus siglas en inglés–. Aunque él no podrá acompañar a las primeras misiones por las obligaciones que le requieren en Argentina, sigue muy de cerca «hasta el mínimo detalle» que tiene que ver con el barco y confía en que en algún momento pueda volver para sumarse a sus compañeros y formar parte de una misión como rescatador.

En los catorce días que van de año se han contabilizado ocho muertes en esa ruta entre Libia e Italia. 2018 cerró con 2.242 muertos en el Mediterráneo, teniendo en cuenta las vidas que se perdieron tanto en la ruta central como en la del Estreho de Gibraltar y la del Egeo. Además, los expertos sospechan que por cada muerte que se sabe hay dos de las que nunca se llega a tener conocimiento.

Ulises se ha emocionado al ver zarpar el barco. Ahora está en la Patagonia, al sur de Argentina, donde trabajará los próximos meses como socorrista. Lo hará sin dejar de seguir los pasos que dé el Aita Mari, el atunero que gracias a su ayuda ahora parte hacia Libia para salvar vidas humanas.