Emplazado por la prensa a revelar sus preferencias de política monetaria, Luis de Guindos, próximo vicepresidente del Banco Central Europeo (BCE), sentenció: “No simplificaré tanto mi posición: soy un pragmático”. Esta declaración se corresponde con su historial al frente del Ministerio de Economía del gobierno español. Durante 6 años, De Guindos ha navegado con pericia las turbulentas aguas de la política al frente de una cartera sometida continuamente al escrutinio público.
En 2012 logró obtener una línea de crédito (100.000 millones de euros) de la Comisión Europea para recapitalizar la banca española, en medio de la crisis de la deuda soberana española que amenazaba la viabilidad del euro. En el verano pasado también jugó un rol decisivo en la gestión eficaz del caso del Banco Popular, propiciando su adquisición por parte de Santander. Esta solución evitó el uso de recursos públicos y preservó intactos los depósitos de los ahorristas.
Según ha trascendido, el dominio de De Guindos de la realpolitik fue un factor de peso en su elección como segundo a bordo del BCE. Con este nombramiento España recupera su puesto en el Directorio del ente emisor, tras la salida de José Manuel González Páramo en 2012. Sin embargo, que el nuevo vicepresidente del ente emisor provenga directamente de un cargo de gobierno, hecho inédito hasta ahora, ha sido visto con reserva por algunos. De ahí que un primer reto que deberá afrontar De Guindos será demostrar su independencia, condición que por definición deben cumplir quienes toman decisiones al frente de cualquier banco central.
Un tema clave donde sus atributos negociadores pueden ser útiles es el de la unión bancaria europea, proceso que los expertos consideran necesario para garantizar la estabilidad del euro a futuro. En este sentido, su experiencia sorteando la crisis bancaria española podría influenciar para bien las negociaciones actuales entre norte y sur, estancadas en el denominado tercer pilar de la unión bancaria: un fondo único de garantía de depósitos para toda la eurozona.
Por otra parte, su candidatura fue respaldada por Alemania, lo cual sugiere a algunos que España, en quid pro quo, respaldaría una candidatura alemana a la presidencia del BCE en noviembre de 2019, cuando acabe el mandato de Mario Draghi. Dada la tradición conservadora de Alemania en política monetaria -preferencia por eliminar los estímulos monetarios- todos los analistas descuentan que un BCE dirigido por un alemán aceleraría la subida de tipos de interés que la administración Draghi ha puesto en marcha, así como la reducción de los montos de compra de deuda (inyección de dinero a la economía) que, de momento, permanecen en 30.000 millones de euros mensuales. Si De Guindos secunda incondicionalmente la postura monetaria de un presidente germano el fin de la era del “dinero barato” estaría más cerca de lo anticipado.
De ahí que el significado del “pragmatismo” de De Guindos será crucial para anticipar las decisiones del BCE, sobre todo a partir del próximo año. Dado que en el abultado currículo del futuro exministro de Economía no figuran decisiones de política monetaria, el mercado no cuenta con información para inferir si De Guindos será proclive a acelerar el rumbo hacia el fin de los estímulos (postura de halcón), o si tenderá a mantener el ritmo actual, sujeto a la evolución de la macroeconomía de la eurozona (postura de paloma).
Sea cual sea su visión, su reputado buen juicio en momentos difíciles podría ser saludable. En particular, bajo una presidencia del BCE con postura de halcón, su presencia podría evitar una retirada prematura de los estímulos monetarios. Además, un vicepresidente “neutral” -sin una postura muy marcada- podría ser deseable durante episodios de crisis que exijan un enfoque más frío que ideológico. A falta de nueva información, habrá que estar atentos a las primeras señales que envíe De Guindos en las reuniones del BCE a partir de junio, cuando se espera que asuma su nuevo cargo.
Iván Martínez Calcaño, consultor independiente.