La recuperación de la economía mundial: ¿es suficientemente sólida?

El consultor independiente, Iván Martínez Calcaño.
El consultor independiente, Iván Martínez Calcaño.

El optimismo reina en los mercados internacionales. Prácticamente todos los indicadores de desempeño relevantes de la economía global, tanto de oferta como de demanda, sugieren que la recuperación económica se habría consolidado, con lo cual la idea de que la economía mundial se encuentra en una nueva fase de expansión parece comenzar a cuajar en la comunidad financiera internacional.

Una característica que ha influido en esta percepción es la transversalidad del reciente crecimiento global. Por ejemplo, un informe del banco canadiense Scotiabank del pasado 5 de octubre pronostica que en 2017 todos los 45 países que integran la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE) crecerán por primera vez desde 2007. En vista de que la OCDE agrupa tanto a economías avanzadas como a emergentes, y representa alrededor del 80 por ciento del PIB mundial, este pronóstico brinda cierta solidez estadística al reciente optimismo.

En concreto, Scotiabank prevé un crecimiento interanual del PIB para el conjunto de la OCDE de 3,6 por ciento en 2017, y de igual magnitud en 2018. En cuanto a la Zona Euro sitúa el crecimiento al cierre del año en 2,3 por ciento, destacando el desempeño previsto para España “por encima” del 3 por ciento.

Distintos factores novedosos caracterizan este “crecimiento sincronizado”. Por una parte, Scotiabank destaca que cada vez hay más evidencia de que “las empresas se han unido a las familias” como motores de la recuperación, al punto que “la inversión en los países más avanzados de la OCDE ha alcanzado su nivel máximo en los últimos 3 años”. Estos nuevos bríos empresariales sugieren que el crecimiento actual podría ser autosostenible, es decir, más dependiente de nuevas oportunidades reales de negocios y menos de estímulos fiscales y monetarios.

Otro dato inusual que es valorado de manera muy positiva es que economías de “peso pesado” como Estados Unidos, Alemania y Japón, estarían aproximándose a niveles de pleno empleo en sus respectivos mercados laborales, una coincidencia que ocurrió por última vez hace más de 10 años.

Sin embargo, no todos comparten este “consenso” optimista. Hay interpretaciones más cautas y matizadas de las “buenas noticias” estadísticas. Una nota de la propia OCDE del 20 de septiembre afirmaba que la inversión actual de las empresas es débil y que el crecimiento “fuerte y estable de medio plazo no está aún asegurado”, mientras que “se requiere llevar a cabo “reformas profundas” (estructurales) en la mayoría de las economías.

Por otra parte, si se considera que desde 2014 la economía global viene creciendo a un ritmo interanual escasamente superior al 3 por ciento, muchos se preguntan si esta cifra (históricamente baja para la economía mundial) refleja una recuperación realmente sólida.

Una respuesta común es la que ofrecen expertos en el impacto de las innovaciones digitales como Carl Frey, quien sostiene que el gran auge reciente de las tecnologías digitales, que absorben menos capital, y por tanto menos inversión, explicaría las tasas más moderadas de crecimiento del PIB mundial. Según Frey, las tasas de crecimiento modesto no son un problema.

Una visión opuesta sostiene que el exceso de capacidad de producción existente (plantas, almacenes, maquinaria), acumulado desde hace casi 10 años, desincentiva la innovación y, por esta vía, influye negativamente sobre la productividad y el crecimiento. En otras palabras, hasta que una planta no opera a plena capacidad no aparece la necesidad de mejorar su eficiencia. Por tanto, el bajo crecimiento actual, por no estar basado en aumentos de la productividad, sería de “baja calidad”.

Independientemente de cuál sea la causa, analistas como John Edwards del Lowy Institute afirman que la idea de un crecimiento bajo (pero sostenido) no es algo malo en sí mismo. Para ilustrar este punto Edwards subraya el hecho de que el crecimiento actual en los Estados Unidos, si bien en niveles históricamente bajos (apenas por encima del 2 por ciento anual), encadena desde 2009 cerca de 100 meses consecutivos, la tercera serie más larga en la posguerra.

Pero la idea de que la fase de auge de un ciclo económico sea tan larga (8 años en el caso americano) no parece, al menos intuitivamente, muy convincente. Luci Ellis, economista del Banco Central de Australia, afirma lo contrario basándose en un artículo técnico de Rudebuch (2016) que demuestra que el final de una fase expansiva larga “no es más probable que el de una fase corta”.

Más allá de estos matices, parece claro que la mayor o menor robustez del crecimiento actual será puesta a prueba en el corto y mediano plazo por eventos de naturaleza geopolítica -o en todo caso de política económica global- que nos depara el futuro inmediato. Entre estos cabe destacar: el retiro de los estímulos monetarios por parte de los principales bancos centrales, la probabilidad de un gobierno populista en Italia (Movimiento 5 Estrellas) en 2018, o el impacto de las negociaciones del Brexit por parte del Reino Unido y la Unión Europea.

Iván Martínez Calcaño, consultor independiente.