El debate sobre qué mascarillas debe usar la población sigue abierto más de un año después de que el covid-19 llegara a Europa.
Francia ha prohibido todas aquellas que filtren menos del 70% y el estado alemán de Baviera ha hecho obligatorio el uso de FFP2 en comercios y transporte público.
En España, el director del Centro de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, se atiene a la evidencia de que las FFP3 y las FFP2 protegen mejor «hacia dentro», mientras que las quirúrgicas son «a priori» más útiles para evitar que una persona infectada transmita el virus.
Uno de los mayores expertos en aerosoles, el catedrático de Química y Ciencias Ambientales en la Universidad de Colorado, José Luis Jiménez, ha abierto un nuevo frente al considerar que las cada vez más populares FFP2 y sus equivalentes —N95 y KN95— pueden ser contraproducentes si no se usan correctamente. «El material se escoge para filtrar bien, pero se le pide a ese mismo material que ajuste bien. Y eso es difícil», ha señalado en un hilo de Twitter.
En su lugar, recomienda las mascarillas elastoméricas, que cuentan con filtros N95 sustituibles recubiertos de una silicona flexible capaz de ajustarse a casi todos los rostros, así como de desinfectarse con facilidad.
«Noto que sellan mucho mejor, y más consistentemente. Y son menos cansadas de llevar. A medio plazo creo que se impondrán y las N95 actuales serán una reliquia del pasado», vaticina Jiménez.
«En los hospitales y centros de trabajo donde se usan las N95 o FFP2 para protegerse de amenazas serias hay personas entrenadas para medir el ajuste a la cara», argumenta en referencia a los protocolos médicos estadounidenses Jiménez, que ve difícil evitar los huecos, sobre todo, en la parte superior: «Hay que trabajar bastante y ajustarse el hierro de la nariz muy bien para que selle de verdad».
Esta tarea puede ser una quimera para la población general, como demuestra un experimento realizado en Singapur tras el reparto de KN95 en 2.500 hogares: menos del 13% de los participantes las usó debidamente.
Santos Huertas, director de área de innovación e investigación de Asepeyo, coincide en que la mayoría de las FFP2 que utiliza la población no ofrecen la protección idónea.
«Están las FFP2 de toda la vida y están las que han entrado ahora con la pandemia, que no las habíamos visto los prevencionistas en la vida». Las primeras tienen un buen filtro y una placa que permite el ajuste a la altura de la nariz. La diferencia más sustancial es que disponen de dos cintas que ajustan por detrás de la coronilla y la nuca, lo cual facilita el sellado. «Todas las que sean a través de las orejas no se ajustan bien», asegura.
«Están las FFP2 de toda la vida y están las que han entrado con la pandemia, que no las habíamos visto los prevencionistas en la vida»
«En el caso de los sanitarios, el problema es si tienen las mascarillas buenas. Hemos hecho un estudio en los hospitales de Cataluña, que se publicará próximamente, y la mayoría de las mascarillas no cumplían con la normativa de toda la vida», señala Huertas.
Las mismas estadísticas apuntan a que al colocar una quirúrgica encima, como hacen los médicos y enfermeros desde hace meses, el ajuste mejora mucho, pero sigue sin ser infalible.
«Las que recomienda el profesor yo no las he visto aquí. Tienen buena pinta, pero no las he visto», explica el prevencionista, que cree que pueden ser útiles para los sanitarios si pasan por un proceso de estandarización.
«Primero tendría que pasar la prueba de ajuste, que consiste en ver en las partículas que hay en el ambiente en comparación con las que hay en el interior de la mascarilla. Además, habría que hacer un estudio de costes. Si cada ocho horas tienen que tirar una FFP2 y, en este caso, aunque sea más cara te lo ahorras en filtros, puede ser más rentable», aclara.
Un estudio del Colegio Americano de Cirujanos publicado el pasado mes de junio aseguraba por entonces que las mascarillas elastoméricas reutilizables «brindan una opción más duradera, menos costosa y más a largo plazo para la protección de los trabajadores sanitarios».
De hecho, los Centros para el Control y Prevenciones de Enfermedades estadounidenses (CDC, por sus siglas en inglés) las consideran alternativas válidas para protegerse de la exposición a patógenos, pero advierten de que requieren mantenimiento y un suministro de componentes reemplazables.
Su equivalente europeo, el Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades (ECDC), no hace referencia a este tipo de protección en sus documentos técnicos y mantiene que las mascarillas con mayor capacidad de filtración deben reservarse para los sanitarios.
Para el resto de la comunidad son válidas las quirúrgicas y las higiénicas, siempre como complemento de medidas preventivas como el distanciamiento físico, la etiqueta respiratoria o la higiene meticulosa de las manos.
¿Están autorizadas en España?
Por el momento, las elastoméricas no están entre las recomendadas por las autoridades en España y tampoco se pueden adquirir en farmacias ni en supermercados.
Lo más parecido que hay son las medias máscaras con filtro, que los prevencionistas sólo recomiendan a los sanitarios cuando entran en contacto son sustancias tóxicas o cancerígenas y las FFP2 de las que disponen no se ajustan bien.
En su guía para la compra de mascarillas, el Ministerio de Consumo únicamente contempla tres opciones para protegerse del covid-19:
Mascarillas higiénicas: especialmente pensadas para personas sanas como complemento a las medidas de distanciamiento físico e higiene.
Mascarillas quirúrgicas: de uso preferente para enfermos sintomáticos o asintomáticos. Deben cumplir la norma UNE EN 14683.
Mascarillas EPI: dirigidas a profesionales sanitarios y quienes cuiden o estén en contacto con positivos. Pueden ser de tipo FFP1, FFP2 o FFP3 según su tipo de filtración; o P1, P2 y P3 según el tipo de filtro para partículas. En ambos casos deben cumplir la norma UNE-EN149.
A juicio de Huertas, el público general sólo debe usar las FFP2 en lugares de riesgo donde no puedan adoptarse otras medidas preventivas como la distancia social o la ventilación. Por ejemplo, en la sala de espera de un hospital o durante una reunión en una oficina si los asistentes están a poca distancia y no hay posibilidad de abrir las ventanas.
Las pinzas que se ponen detrás de la cabeza para evitar que la sujeción de la mascarilla pase por las orejas pueden ayudar a su ajuste, pero el experto cree que no es la mejor opción para los profesionales: «A mí no me gusta, salvo que sea para la población en general».