El primer día que me senté frente a los manuales en la que, hasta hacía unos días, había sido mi facultad me invadió una curiosa sensación de irrealidad. Durante un tiempo, había abrigado la esperanza de no encontrarme en esta situación, pero ahí estaba, frente a un libro de bioética a punto de dar el primer paso de siete meses de preparación.
Como yo, muchos estudiantes (antiguos estudiantes, mejor dicho) creyeron que podrían escapar de la rueda que nos acaba atrapando a casi todos y soñamos con másteres, investigación, residencia en el extranjero o saltar a alguna otra ocupación exótica y, al final de todos los caminos,estamos aquí, devorados por el sistema de la formación sanitaria especializada.
Seamos optimistas: el sistema MIR tiene una fama maravillosa y ha resistido a intentos de reforma pobremente enfocados, a intentos de alargar la especialidad y, sobre todo, a la neurosis colectiva de casi trece mil médicos cada año. Intento no caer en esa neurosis (aunque ha pasado sólo una semana, igual en noviembre es diferente): me levanto cada mañana con una exactitud que no respetaba desde el bachiller, desayuno mirando al mar y cojo el autobús. Hay una familiaridad tranquilizadora en todo ello, en coger esa misma línea de autobús que me ha llevado tantas veces hasta la facultad y ver las mismas caras conocidas.
Uno aprende, poco a poco, a apreciar los ratos de descanso en los que se veta hablar de Medicina y el examen, el café de media mañana, el control estricto de horarios que te hace volver siempre demasiado pronto a los libros mientras en redes sociales ves como amigos de otras carreras o más pequeños disfrutan en la piscina o de un viaje.
Y casi sin querer, es hora de recoger y de volver a casa, de irte al gimnasio un rato para no anquilosarte, para llegar a casa cansado y resistir la tentación de volver a coger los libros o ponerte a hacer preguntas. Hay que tener claro que el reto al que nos enfrentamos no es una contrarreloj en la que hay que darlo todo el primer día y ganar etapas una tras otra. Estudiar el MIR se parece más a correr el Tour de Francia: pocas veces un ciclista gana muchas etapas, si no que los líderes de la carrera se van dosificando, avanzando a un ritmo constante y sostenido que les permite resistir hasta el final de la prueba.
Ese es el objetivo: cruzar la meta en febrero, llegar a París y vestirse el maillot dorado que cada uno nos hemos puesto como objetivo.
Leonardo Caveda, exvicepresidente del CEEM y candidato al MIR