Desde tiempos inmemoriales las personas nos hemos sentido impulsadas a explorar la tierra. Ya sea por curiosidad, espíritu aventurero, preferencias, necesidad de experimentar otras formas de vida o de conocer culturas diferentes; históricamente hemos conquistado aquellos espacios que están más allá de nuestros recorridos habituales. Esta cualidad ha sido fundamental en la expansión de la humanidad, su evolución y desarrollo en las diferentes culturas y en todos los ámbitos.
En ocasiones, encontrar otros espacios obedece al imperioso impulso de huir para protegernos, hacia cualquier lugar que permita como mínimo la satisfacción de las necesidades vitales y provea seguridad.
Las personas que se sienten obligadas de salir de su país de origen sin haberlo contemplado antes, perciben que se han agotado sus estrategias de supervivencia y no están dispuestas a morir a manos de grupos armados, entregar sus vidas a quienes se creen dueños de los territorios comunes y sus recursos, se resisten a ser parte de las estadísticas de muertes por enfermedades o hambre, se niegan al sacrificio de las personas que aman y añoran las oportunidades para recrear la calidad de vida perdida, la misma que pudieron tener sus antepasados o ellos mismos en tiempos mejores.
Cuando se toma la decisión de emigrar de forma consciente y planificada, se pueden ponderar posibilidades, riesgos, lugares y otros tantos factores que preparan psicológicamente a la persona para afrontar las situaciones probables. Sin embargo, los migrantes planificados no están libres de experimentar las dificultades consideradas “normales” cuando pasa a ser “extranjero”. Todo inmigrante, además de lidiar con condiciones de vida totalmente nuevas y desconocidas, debe afrontar la nostalgia y el duelo por todo lo que han dejado atrás. Ello implica hacer uso de fortalezas y recursos personales generalmente adquiridos con antelación a su partida.
Por el contrario, la necesidad imperiosa de huir del país natal se gesta independientemente de si se cuenta o no con los recursos personales o económicos, porque se trata de una huída en procura de la supervivencia propia. Una persona con dicha necesidad, buscará cualquier lugar que le permita sentir que ya no es necesario huír. Estará dispuesto a pasar por experiencias fuertes porque los otros problemas y situaciones que aún no experimenta, le parecerán menores a aquellas que le impulsaron a tomar esta decisión.
Psicológicamente, lo más resaltante de este estado afectivo probablemente sea el resentimiento por verse obligado a dejar su vida atrás, pero pocos advierten que se van sumando dificultades potenciales, particularmente si se forma parte de una masa migratoria importante, proveniente de países con grandes dificultades económicas y sociales o se encuentran amenazados constantemente por guerras, delincuencia organizada, violencia política o una mezcla de estos factores.
Entre las dificultades comunes que encontrarán este tipo de inmigrantes se cuentan salarios más bajos que los habitantes locales por estar en condiciones de refugiado o en situación ilegal, ser víctima de traficantes de personas, encontrarse en ambientes hostiles y discriminatorios, deficiencias en su salud y educación, propensión a la prostitución y al aislamiento social.
Quien huye de condiciones de vida amenazantes o potencialmente letales siente que debe “ser fuerte” para desapegarse de su realidad conocida, a la vez que afronta los inesperados problemas de su nueva realidad de forma intuitiva. Los nuevos problemas le parecerán “menores” porque en apariencia no comprometen su integridad física ni su supervivencia y probablemente lo sentirá como “el precio que hay que pagar” para estar mejor que antes. Con el tiempo, quienes enfrentan esta situación pueden perder su identidad.
Desligarse de su origen implica no sentirse parte de él. Igualmente es poco probable que se integre satisfactoriamente al país de acogida, por las dificultades ya señaladas. El resultado es una persona o grupo familiar relativamente aislado, marginado, posiblemente señalado como causantes de dificultades sociales y muy probablemente con poco o ningún apoyo social, a menos que pueda participar en programas de integración social en el país de acogida.
La situación actual en algunos países es dramática. Países con fuertes oleadas migratorias huyendo de todo tipo de problemas internos y países receptores de grandes oleadas humanas sin estar preparados estructuralmente ni socialmente para ello. Los mismos países y los organismos internacionales requieren ciertos consensos para movilizar sus recursos y este valioso tiempo perdido agudiza el drama, obstaculizando la integración o volviéndolo un proceso sumamente lento.
Una de las posibles soluciones es obvia: cada país debe conservarse en las mejores condiciones en todos sus ámbitos, para evitar la pobreza extrema y el éxodo masivo de sus habitantes. También es necesaria la existencia de políticas y acuerdos internacionales, un marco legal apropiado, apoyo económico, programas comunicacionales y sociales de soporte para los países receptores, entre muchas otras.
Otra solución pasa por asumir responsablemente el proceso. Es muy importante que la persona que desee emigrar se prepare para ello, analice las opciones, elabore un plan detallado, se informe de la posible situación legal, económica y social del país de destino. Las decisiones relativas deben tomarse con base en informaciones actualizadas, ciertas y comprobadas. Es necesario prepararse psicológicamente para los posibles impactos emocionales de la experiencia y tener claridad sobre los recursos psicológicos de afrontamiento con los que se cuenta, así como las formas en que pueden recibir apoyo de apoyo de familiares y amigos, incluso de algunas ONG´s, aún en la distancia.