Decía Séneca hace 2000 años: “No he nacido para un solo rincón. Mi patria es todo el mundo”. Y, ¿cómo no estar de acuerdo con el viejo y sabio filósofo romano en el día de hoy, donde el transporte y las comunicaciones y, sobre todo, la conectividad inmediata hace que ya nada en la aldea global nos sea ajeno? Deberían ser tiempos, efectivamente, gloriosos para la comunidad global.
¿Por qué entonces este brote actual de nacionalismo, de proteccionismo, que recorre los principales países del globo y que pretende reafirmar lo propio y olvidarse de lo ajeno? Dice Donald Trump: los americanos, primero. Dicen los defensores del Brexit: los británicos, primero. Pero, también, los rusos, los brasileños, los italianos, los chinos… en una marea que hoy por hoy no hace sino crecer.
Ya nos daba pistas en el siglo XIX el excelente novelista francés Gustave Flaubert: “La patria, posiblemente, es como la familia, solo sentimos su valor cuando la perdemos”.
Y, hoy en día, me temo que nos está pasando precisamente esto. Muchas personas actualmente tienen la sensación de que con la globalización les han segado la hierba bajo sus pies: ya no controlan el pequeño lugar donde tienen sus raíces, su cultura, sus costumbres y tienen miedo de que, en poco tiempo, perderán la tierra que les ha visto nacer y crecer.
La inmigración que llega con cultura propia y choca con la autóctona, la invasión de noticias, modas y tendencias que arriban desde fuera sin barrera alguna y que permiten una rápida colonización por parte de los grandes emisores, la pertenencia a grandes conglomerados no suficientemente acrisolados y con débiles costuras, como la Unión Europea, donde se percibe que las decisiones se toman demasiado lejos del ciudadano de a pie; la liberación del comercio y de los capitales que hace que las industrias se muevan bastante libremente buscando la máxima eficiencia y vistiendo un santo donde llegan, pero desvistiendo otro en el sitio que abandonan; la pérdida de control de los medios económicos, divisas, mercados y políticas económicas por parte de los gobiernos locales, están produciendo un sentimiento de desprotección del ciudadano y de su comunidad que se ven inermes ante la fuerza de la globalidad: esa masa descomunal a la que mueve el mercado y la lucha entre las grandes potencias.
Pero la receta médica ante este sufrimiento que produce la globalización, tal y como se está construyendo, no puede ser el aislamiento que se pregona por muchos de los políticos de hoy en día. Ya nos dio pistas Sigmund Freud en 1927: “Los hombres no pueden existir en el aislamiento, pero sienten como un peso intolerable los sacrificios que la civilización les impone para hacer posible la vida en común”.
Es decir, la vida en común es más rica, e inclusive podríamos decir que es la única posible, pero la convivencia con los demás siempre ha sido más compleja que el aislamiento. Porque hay que prepararla en común, gestionarla entre todos, cuidarla mutuamente, revisarla continuamente, tener empatía con los demás. Y eso cuesta y lleva su tiempo.
Pero este brote de nacionalismo y proteccionismo nos está poniendo en evidencia también los defectos, carencias y contradicciones de la globalización tal y como se está practicando.
Ya nos lo advierte el pensador Eric Frattini: “La globalización ofrece oportunidades para el desarrollo y el enriquecimiento, pero también puede causar un aumento del hambre y la pobreza. Y estas pueden desencadenar reacciones en cadena que a menudo conducen a formas muy dispares de violencia y corrupción desmedida”. Lo que hablábamos arriba de que la globalización puede vestir un santo que estaba desnudo pero a la vez desnudar a otro que estaba vestido.
Y esto puede ocurrir incluso dentro del mismo país, si no hay protección para los sectores/tecnologías menos eficientes que se abandonan, como también nos advierte el economista Stiglitz: “Lo que preocupa es que la globalización esté produciendo países ricos con población pobre”.
Además, la globalización puede arrasar con la diversidad cultural y de costumbres: “Uno de los efectos indeseables e irritantes de la globalización ha sido la homogeneización de todo. Uno puede comer el mismo Big Mac en Buenos Aires y en Tokio y la pizza es ya tan española como italiana sueca o canadiense” (Juanjo Braulio, escritor)
¿Y qué hacer para preserva entonces los efectos positivos de la globalización y mitigar los negativos que también son importantes?
Una receta, un tanto generalista, la da el que fuera Secretario General de la ONU, Kofi Anan: “Para que la globalización sea positiva, ha de serlo para pobres y ricos por igual. Tiene que aportar el mismo grado de derechos que de riquezas. Tiene que suministrar el mismo grado de justicia y equidad social que de prosperidad económica y de buenas comunicaciones”. Nada más y nada menos, ¿verdad? Pero cómo se consigue eso, ¿dónde está el quid de la cuestión?
Se está abriendo una tercera vía entre los polos extremos de la globalización y del localismo (o nacionalismo), que pretende preservar los beneficios de una visión global con la cercanía que da el localismo, que ofrece un trato más personalizado y diferencial, más entrañable, de las necesidades de cada individuo.
Todos lo hemos experimentado: cuando volvemos de un gran viaje por alguna parte del mundo sentimos que nos enriquecemos, que nuestra mente se amplía con nuevos horizonte, pero también ansiamos regresar a casa, dormir en nuestra cama, aunque no sea un hotel de cinco estrellas, hablar nuestra lengua, disfrutar de nuestra gastronomía, ser felices con lo cercano, en definitiva.
Se hace imperioso conjugar ambos mundos: el global, más eficiente y despersonalizado y el local, más cercano y, quizás, más humano. Si no, habrá problemas. Ya los está habiendo, porque la gente no es feliz.
De ahí ha surgido el concepto de “GLOCAL” que ensambla ambos mundos. Hay que trabajar por tanto en las dos visiones, no solo desde el punto de vista económico, sino también político, cultural y de participación ciudadana a fin de preservar el acervo cultural y de tradiciones de las comunidades que lo comparten.
En nuestro reciente libro “Soñadores”, un localista insigne de mi tierra, el escritor, médico y editor de libros alcarreños Antonio Herrera Casado, nos dio algunas claves: “Especializarte es fundamental, como yo lo hago en lo local; ser lo mejor en lo tuyo. Y ser localista también te permite llegar a lo universal, porque necesitas dominar también el entorno global que te rodea y porque el hombre es hombre en todos los sitios”. Es decir Antonio aporta con su especialización lo mejor de Guadalajara al mundo, mediante sus libros, más de 600 ya, sobre la historia, la cultura y tradiciones alcarreñas. Y de esta manera lo enriquece. Una forma de ser “glocal”.
Otra forma, nos la aporta el “Soñador” Juan Garrido Cecilia, un andaluz que se instaló en mi tierra de La Alcarria, y lleva ya 25 años, a través de la Fundación Siglo Futuro que preside, trayendo a ella, mediante conferencias y eventos culturales, a los pensadores, artistas, políticos y visionarios más relevantes, no solo de España sino de medio mundo. Una forma muy importante de enriquecer a sus vecinos alcarreños, con todo lo más relevante que hay más allá de sus fronteras locales, incluidos varios premios Nobel. “Transmitid la cultura a todo el mundo, sin distinción de razas ni de categorías”, esta sentencia del pensador Confucio es uno de los lemas de la Fundación. Otra forma, sin duda, de ser “glocal”, en este caso enriqueciendo lo local con lo global.
Más personas “glocales” necesitamos, como ilustran en lo suyo estas de mi tierra, a las que conozco muy de cerca, para que todos nos sintamos ciudadanos del mundo y, al mismo tiempo, hijos de una patria más pequeña y cercana que nos facilita el conocimiento y la interrelación global y que, al mismo tiempo, pone en valor en el mundo aquello que nosotros representamos.
Quizás entonces, nos sintamos más partícipes en las decisiones que nos afectan y, sobre todo, más felices.
Y podamos compartir el famoso pensamiento de Erasmo de Rotterdam (el que puso nombre a las famosas becas “Erasmus”, otra forma ingeniosa de ser “glocal”): “Para el hombre dichoso, todos los países son su patria”.
Francisco Rodríguez Tejedor / escritor y economista.