Se acabaron las bromas. Ya somos residentes. En nuestra tarjeta identificativa dice “médico residente”, y parece que la bata pesa más que cuando ponía “estudiante” y podíamos ir con cara de póker por el hospital. Nos ponemos los guantes y saltamos al cuadrilátero, no siempre con toda la confianza que queremos. Pero… con esto soñábamos, ¿no?
La realidad de la residencia es como nos la imaginábamos. Aunque cuando hay que vivirla en el cuerpo propio, cuesta más encajar los golpes. ¿Dónde están las enfermedades que me estudié en los libros? ¿Por qué cada paciente tiene un signo o síntoma diferente que tanto me desconcierta? Estos imprevistos hacen que nos pesen los brazos, que nos tiemblen las piernas, e incluso que la mente quiera decir basta.
Todos sabíamos que iban a llegar las frustraciones, los días de sueño en las guardias, la impotencia ante el desconocimiento. Estudiando el MIR, cuánto habría dado por cambiar días de estudio por días de residencia, que las netas agobiaban mucho. Y ahora, volvería a veces a sacrificar otras cosas para saber todo lo que me hace falta y aún no sé, como si este desconocimiento tan grande me impidiera relajarme.
¿Y dónde está la solución? Realmente, estamos todos deseando disfrutar al máximo de la residencia y saber que tanto esfuerzo de estudio está mereciendo la pena, como si tuviéramos que justificar el esfuerzo ante nosotros mismos. Somos los primeros interesados en afrontar la residencia como algo maravilloso.
En mi opinión, la solución está en aprovechar el momento, en valorar lo que estamos viviendo, en saber que todo por lo que pasamos es necesario. Siempre podremos vernos mejores, podremos imaginar un futuro con el título de FEA en la tarjeta, con una agenda o un quirófano a nuestro nombre. Pero entonces las preocupaciones serán otras, y seguiremos pensando en qué hacer para acercarnos a nuestro futuro tan prometedor y maravilloso. Y al final se nos pasan los años.
Lejos de lo que muchos creen, los residentes de primer año somos una pieza fundamental en la Sanidad Pública Española. Los servicios de urgencias, los pacientes fuera de hora y las plantas y quirófanos nos necesitan. Es por ello que tenemos que ser conscientes de lo que suponemos dentro del hospital; por un lado, para mantener la ilusión por aprender y mantener la excelencia en la atención médica, y por otro, para hacer ver que nuestro trabajo y figura es importante dentro del engranaje tan complejo que es un hospital.
Los hospitales son verdaderos mares de pacientes. Siento que esto no nos lo habían contado cuando estudiábamos, y creo que no estamos preparados para ello. Cada día nos ponemos manos a la obra, damos el 100 por cien, y conseguimos sacar el trabajo adelante. Con retrasos y frustraciones, pero lo conseguimos y nos animamos con que mañana será un día mejor. Pero no suele ser así, y al día siguiente el hospital se vuelve a llenar y las historias se apelotonan encima de la mesa. Y sentimos que nos está tocando barrer una playa, que poco podemos hacer para saciar este monstruo gigante de demanda asistencial que, estemos o no estemos, va a seguir existiendo.
¡Y qué bonito es! Qué ilusión hace verse diagnosticando y tratando pacientes, firmando con tu nombre directrices que han de seguir, sabiendo que les curamos. A veces se nos escapa la sonrisa como si en un vídeo nos viéramos mientras trabajamos, jugando por fin al juego de ser médicos en la vida real. Qué realidad más bonita la residencia.
Aunque cansa. Cansa equivocarse tanto. Vivimos todos con miedo constante a preguntar todo el rato, a ser el típico residente pesado, a pensar que no valgo para esto. Que los mayores son mejores, y hay que asumirlo. Aunque con una pequeña reflexión, no nos costará encontrar situaciones en las que hemos sabido aportar algo, y que gracias a nosotros algún paciente se ha ido al menos más aliviado a su casa. Porque la enfermedad de los pacientes a nosotros nos ocupa un espacio pequeño del día, pero ellos se la llevan a casa, y siendo nosotros sus referentes, tenemos una capacidad enorme no sólo de sanar, sino también de aliviar. Y sentimos que una vez más, la profesión médica es fabulosa, y que 7 años de estudio son pocos para justificar un ejercicio tan humano como la Medicina.
Y estos son los primeros meses de la residencia, como una montaña rusa con amigos. Con muchos amigos. Más de 100 por año en los hospitales más grandes. Con loopings que te dejan boca abajo, piruetas y frenazos que te dejan despeinado. Y gracias a Dios somos jóvenes, y aguantamos todo… y si algo se escapa de nuestro control, tenemos un equipo humano enorme detrás de nosotros, a los que poco a poco iremos relevando, y que tanto tenemos que agradecer por haber hecho de la Medicina el lugar donde los pacientes se sienten protegidos.
Es la incertidumbre y el desconocimiento lo que más agobia. Las evaluaciones a las que estamos sometidos como médicos en formación, de las que no tenemos mucha idea, no son nuestro principal motivo de preocupación. Parece que por fin el componente subjetivo toma su sitio en una profesión en la que estamos constantemente evaluados, dándole un cariz más humano a nuestros objetivos, y no sólo un número o un porcentaje.
Disfrutemos, por tanto, de poder tener la suerte de levantarnos cada mañana para acudir a un hospital a desarrollar la profesión que tanto nos gusta. Y a servir, que es donde encontraremos la recompensa eterna.
Ángel López Vázquez, R1 de Oftalmología en el Hospital Ramón y Cajal.