El tema de la migración -legal o no- es un tema que como muchos otros en política, viene enmarcado en una complejidad abrumadora, acaso porque involucra en algunos casos la seguridad y la defensa de los países, acaso porque involucra el respeto o violación de los DDHH de las personas que buscan ayuda, acaso porque involucra la vista hacia un lado de gran parte de la comunidad internacional ante esta realidad, acaso porque involucra todos los aspectos anteriores y muchos otros.
Por mucho que se discuta, se argumente o se trate de convencer, en este tema casi todas las aproximaciones que hagamos desde casi cualquier esquema de racionamiento nos va a dar la razón.
Se podrá encontrar sensatez en casi cualquier postura y, si estamos dispuestos a escuchar y tratar de ponernos en el lugar del otro, entenderemos la dificultad de llegar a acuerdos comunes en esta materia, es un desafío realmente importante para cualquier país que tenga que enfrentar este fenómeno, y qué decir de las personas que sin quererlo ni desearlo se han convertido en la encarnación de este flagelo.
Sin quererlo, porque nadie -o casi nadie- deja a su familia, amigos o país sólo porque sí. Los movimientos migratorios se basan en la necesidad de un cambio de ambiente por drástico y desafiante que parezca, con la esperanza de forjar un futuro.
Tristemente, hemos visto cómo en muchos casos estos fenómenos se dan con la esperanza de salvar nada más y nada menos que la propia vida, aunque algunos la pierdan en el camino.
Por eso quiero hablar de dos puntos que creo son fundamentales en este tema y que deben llevarnos si no a un cambio en nuestra forma de actuar como ciudadanos y como sociedad -sería lo ideal- por lo menos, debería hacernos reflexionar sobre el tema.
Me refiero a los países de origen y a la responsabilidad o solidaridad que la comunidad internacional pueda tener a la hora de trabajar y de proponer soluciones a este flagelo.
Por supuesto que los países de origen o son países pobres atrapados en ese eslogan publicitario de «en vías de desarrollo» o son países inmersos en crisis políticas, conflictos armados o desastres naturales.
Dentro del primer grupo, se genera una inmigración si se quiere más lenta u ordenada, donde se tratan de cumplir con los requisitos formales para entrar legalmente en el país anfitrión y que por lo general no se traducen en desequilibrios de los indicadores sociales o económicos en los países receptores.
Por el contrario, la migración que viene de países ubicados en el segundo grupo, es un fenómeno descontrolado, marcado por la extrema urgencia y necesidad de escapar de la realidad que se vive para poder ya en otro país, empezar de cero nuevamente.
Los países de origen en este segundo grupo, son gobernados en su mayoría por regímenes autoritarios y violadores de DDHH o por corporaciones y clanes criminales que buscan detentar el poder político, económico y militar sin importar las consecuencias que eso pueda traer para su propia gente o para los demás países.
Pues bien, es en estos casos donde la comunidad internacional debería ser más activa, en lugar de voltear a otro lado, o ¿es que creemos que las pateras van a desaparecer de un día para otro del Mediterráneo o del Atlántico?
Acaso creemos que si sólo enviamos de vez en cuando un cheque a los países receptores ¿el drama de la migración venezolana desaparecerá y dejará de ser un desequilibrio en las arcas, seguridad social y seguridad de los países receptores?
La respuesta a la migración como todo, radica en encontrar y eliminar las causas, es decir encontrar la manera de fomentar los cambios de dictaduras africanas, asiáticas, chavistas, castristas y demás por democracias o gobiernos que, al proporcionar las oportunidades necesarias, llevarán al crecimiento de los países y a la disminución sustancial de la migración.
Efectivamente ya hay trabajos de cooperación internacional con los gobiernos de los países de origen, han sido años de arduo trabajo que a pesar de rendir frutos y mostrar algún avance, en líneas generales, no está funcionando, y a las pruebas me remito.
https://iberoeconomia.es/opinion/mas-circo-que-pan/