La banalidad del mal y el ejercicio de la Medicina

Continuamos. Inmerso ya en el proceso de aprendizaje llamado MIR y empezando a ser parte del complejo engranaje de una institución médica, mi cabeza sigue realizándose preguntas.

Hace no mucho acabé de leer un libro llamado ‘Eichmann en Jerusalén’, el cual explicaba un concepto que me resultó bastante interesante. Su autora, Hannah Arendt, una filósofa alemana narra en este libro el juicio que se llevó a cabo sobre la participación de un teniente coronel de la SS, Eichmann, en el proceso de la Solución Final por parte de la Alemania nazi.

Arendt trata en este libro sobre la complejidad de la condición humana y la importancia de estar alerta de lo que ella denomina la “banalidad del mal”. La esencia de este concepto plasma que algunos individuos actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos. Es decir, no se preocupan por las consecuencias de sus acciones sólo por estar dentro de una estructura y ejercer el cumplimiento de las órdenes que de esta emanan.

Al entrar a formar parte del sistema sanitario soy consciente de lo que ya había vivido en otras instituciones por las que a lo largo de mi carrera he ido pasando. La alta jerarquización y la estructura de estos sistemas tiene un objetivo claro; y creo que a priori, podría ser la búsqueda de la mayor eficiencia posible a la hora de acometer un propósito, en mi escenario, la búsqueda de resultados en salud. Sin embargo esta alta jerarquía y burocratización del sistema, tiene riesgos que deben tenerse en cuenta.

Los residentes médicos, una vez que comenzamos a participar de la estructura sanitaria, son numerosas las órdenes, protocolos y dictados que nos vamos encontrando y que nos ayudan a alcanzar ese objetivo en salud anteriormente mencionado. Ahora bien, ¿hasta qué punto reflexionamos sobre ellos? ¿Hasta qué punto modificamos algún elemento para conseguir cambios y reevaluarlos? ¿Está metido en nuestro curriculum formativo el ser críticos y aspirar a modificar el sistema?

En las preguntas anteriores no me refería al espíritu crítico científico que tan eficazmente se potencia en nuestros servicios y que hemos heredado de nuestra etapa universitaria. Son numerosas las sesiones clínicas, cursos, charlas y demás actividades formativas que cumplen con el propósito de una continua regeneración científica. Yo me refiero a una cierta actitud crítica hacia la manera de hacer y enfrentarnos a las cosas que suceden en nuestros servicios, a la hora de seguir ciertas conductas prácticas que no tienen su referencia científica o que somos conscientes de que, no son quizás correctas del todo y aún así, seguimos por inercia. Es sabido que actualmente los cambios suceden con mayor celeridad y nosotros, mi generación, tenemos que saber adaptarnos más si cabe a los mismos.

Ahora bien, centrándonos en nuestra realidad. En la realidad en la que vivimos los nuevos actores que entramos a formar parte del complejo mundo sanitario. En él, somos conscientes de ciertas corrientes que son articuladas y que sin saber muy bien de dónde o por qué empezaron tendemos a seguirlas. Un ejemplo muy curioso y muy sabido por todos, es el caso de la asistencia a urgencias. Los nuevos residentes nos enfrentamos en la mayoría de los casos a una asistencia desmedida a las puertas de urgencias de nuestros hospitales. Aunque se nos es transmitido en numerosas ocasiones y por todos es sabido que subyace un problema conceptual por parte de la población, ¿hasta qué punto nosotros no trabajamos activamente en cambiar ciertos modelos conductuales? ¿Hasta qué punto no adquirimos la claudicación de nuestros predecesores y no intentamos cambiar por ejemplo esta percepción? Posiblemente el cambio no se deba ejecutar en nuestro medio, ni nosotros debamos de ser dichos ejecutores, sin embargo personalmente creo que sí que deberíamos ser copartícipes de un sentimiento y una voluntad; y demostrarla en nuestro ejercicio.

Sin más interés  de ahondar en el ejemplo anterior, donde personalmente creo que la solución pasa por una mayor educación en salud por parte de la población general, éste ejemplo sí que me hace reflexionar sobre, si desde etapas iniciales comenzamos a claudicar en la configuración y consecución de ese “sentimiento sanitario”. Un sentimiento, que no nos haga ser simplemente unos actores de medidas concretas y aprendidas bajo el paraguas de un sistema de adquisición de competencias, sino verdaderos conocedores de la realidad a la que nos enfrentamos y verdaderos líderes en el cambio y la motivación de ese sentimiento sanitario. Algo tan simple como invertir dos minutos en la explicación del proceso patológico no urgente  que estamos atendiendo, y la alternativa a la vía de urgencias, podría generar un cambio en esta mala utilización del recurso sanitario por parte del usuario.  

Haciendo una apología con algo que hace poco repasé, creo que somos como ciertos factores de la coagulación, que nos activamos tras haber sido previamente activados otros y que perdemos la capacidad de conocer dónde estuvo la herida o por qué nos estamos activando. Todo esto me lleva a plantear la duda de si caeremos nosotros en esa banalidad del mal en el ejercicio de la medicina o seremos capaces de ser conscientes de nuestra responsabilidad en la estructura sanitaria y en el ejercicio de la medicina, y no simplemente unos “burócratas” que hemos heredado sistemas de actuación y cuya esencia no entendemos.

De nuevo, confío en mi generación, en su ilusión, en su trabajo y en su proyección futura, para que de estos miedos y dudas surja una actitud que plasme la creación de un nuevo sentimiento que aleje la banalidad del mal del ejercicio de la medicina.


Domingo A. Sánchez Martínez – Residente Oncología Médica HCUVA