El teatro de la política nacional tiene abiertas sus puertas al gran público en sesión de larga duración, gratis total para que todos lo puedan disfrutar. El telón se levantó hace varios meses y, al escribir este comentario, no se sabe cuándo caerá. El argumento de la obra que se representa no se comprende fácilmente y su final queda envuelto por el misterio. En el desarrollo de la acción es frecuente el intercambio de papeles que hacen los actores en el vestuario, o incluso a la vista del público, en el escenario. Obra confusa donde las haya, hasta el punto de que no llegue a tener final y, cuando el telón haya caído, será el momento de anunciar la próxima representación de la misma obra y los mismos papeles.
Los políticos se han subido al escenario y se encuentran allí en su propia salsa. Disfrutan como chiquillos cuando les hacen fotografías y luego se ven en las portadas de los periódicos o salen en la tele. ¡Ah la televisión! ¡Dadme una televisión y moveré el mundo! Es el juguete preferido de quien quiera tener estatus político de alto nivel. Puestos en escena, con televisión a su disposición, ya no tienen que preocuparse de lo que hagan. Lo del déficit, la deuda, o lo caro que resultan las prestaciones, no merecen su atención. Para ellos lo importante es lo que digan y como lo dicen para quedar guay. La noticia no es la gestión, no importa lo que hagan o dejen de hacer, sino cómo representar su papel en el escenario de la comunicación.
Puestos en el escenario hay que ver como se atizan unos a otros. Parece mismamente un teatro de guiñol en vivo, con figuras de carne y hueso. Se podría pensar que el enfrentamiento crispado y permanente entre los personajes responde al desarrollo de una tragedia griega en dramática lucha contra los hados del destino, pero no es así, porque aquí no hay final. La obra podría titularse: “Por un final sin final”. Y el intríngulis de la representación consiste en un diálogo de sordos, donde cada actuante declama su monólogo en espera del aplauso de la clase.
Hay que tener en cuenta que el espectáculo no está dirigido al público que ocupe la sala, sino que está dedicado a los grandes medios de comunicación que son los que hoy día conforman la realidad. La relevancia social la otorga la televisión y es ahí donde los políticos recurren al enfrentamiento como estrategia para hacerse valer ante la opinión pública. El mensaje consiste en algo tan simple como resaltar el contraste con el otro, según el momento. No están interesados en plantear y discutir problemas o diferencias ideológicas. Buscar soluciones pactadas y llegar a acuerdos en los grandes problemas, supone mucho esfuerzo, y no reporta grandes ventajas propias, resulta más práctico manejar la confrontación como forma de mantener el interés del público.
Hay que tener en cuenta el interés que tiene el público como mera distracción y también el interés de la población por cosas que afectan a su vida como el trabajo, la educación de sus hijos, la seguridad social, etc, que guardan relación directa con la eficacia política. Se habla mucho de eficiencia energética, pero no se dice nada de la eficiencia política que seguramente precede en importancia y es antecedente de la energética.
Podría ser que la eficiencia política tenga que ver con las finanzas del propio sistema político y también con el número de personas dedicadas por entero a estos menesteres, sea porque responden a una vocación de servicio a los demás, porque les guste eso de ser parásitos opulentos, o porque sea personal laboral al servicio de sus aparatos burocráticos.
En el supuesto de que el número de servidores de la política sea escaso para alcanzar la eficiencia necesaria, hay que aumentarlo, y lo antes posible. O tal vez ocurra lo contrario, y sea excesivo el número de personas que viven por y de la política. Como es difícil contarlos uno por uno para saber cuantos hay, teniendo en cuenta la importancia del asunto, habrían de reunirse todos juntos en grupo.
¿Cómo?: Aprovechando que están muy satisfechos de sí mismos, se podría celebrar el día del “orgullo político” con una gran manifestación en la capital de España y, de ese modo, apreciar si el número resulta demasiado abultado. Hay que tener en cuenta que el exceso de personal en una organización, aunque sea estatal, dificulta su funcionamiento y obliga, como hace cualquier empresa, a reducir personal. Si ello ocurre, no debería hacerse de forma drástica por el hecho de que reducir el personal a la mitad aumentaría la eficiencia al doble, sino que hay otros factores a considerar, y la reducción habría de hacerse de forma pausada a lo largo de un cierto tiempo.
El grado de eficiencia política también mejoraría con el uso de incentivos económicos por objetivos. La cosa consistiría en que una parte de los emolumentos del personal en plantilla política, incluidos asesores, y también por el efecto mariposa, el personal laboral, tendría relación con el cumplimiento de los presupuestos. Presupuesto cumplido con déficit, no hay incentivo. Alcanzar superávit en el presupuesto, generaría una merecida y buena recompensa.
Este modelo, aplicado a otros objetivos, habría impedido tener que repetir unas elecciones porque las anteriores no sirvieron para nada. Fueron inútiles. Y esa es la palabra que habría que utilizar para calificar a los políticos que así lo hicieron. Son tan inútiles que sobran, y como eso de dimitir no saben como se hace, habría que aplicarles la receta económica a “quien lo haya hecho, que lo pague”, consistente en quedarse sin sueldo hasta que haya un gobierno estable en nuestra nación.