El mundo lleva años dirigiéndose hacia una nueva confrontación de las grandes potencias, en principio, parecía que sólo sería a nivel económico, pero ¿acaso un desequilibrio en el poderío económico de las grandes potencias no es excusa suficiente para elevar las tensiones? Por supuesto que sí.
China ha estado creciendo por décadas en todos los niveles. Desde el económico o tecnológico, hasta el militar, basado en el motor que representa una población de más de mil millones de personas que se traducen en mano de obra y soldados -baratos y adoctrinados por demás-.
Xi Jinping ha reforzado el formato de libre mercado -con control del estado por supuesto- y el adoctrinamiento político -comunista- a nivel interno y una estrategia conocida como neocolonialismo del siglo XXI como política exterior. Esto no es otra cosa que ofrecer créditos y grandes infraestructuras alrededor del mundo para hacerse un hueco en estos países y convertirlos poco a poco en dependientes del gigante asiático.
Especial mención merece su megaproyecto del nuevo camino de la seda, que pretende crear una súper ruta comercial desde Asia hasta Europa y África, donde Europa y más concretamente Alemania estaban encantados por las inversiones y las posibilidades de negocio con China.
El que no estaba contento era Estados Unidos, no solo porque veía amenazado su poderío económico, sino porque su poder tecnológico y militar, aún incuestionable, podría verse también en riesgo en un futuro cada vez más cercano. Si a esto sumamos los embates de China contra Hong Kong, las amenazas a Taiwán y sobre el mar de China o, simplemente su complacencia con el régimen talibán en Afganistán está claro que los EE. UU. debían mover ficha de alguna manera.
El socio por excelencia de Estados Unidos es el Reino Unido y, si la nueva posible amenaza viene por el océano Índico, el mejor país para una gran alianza es Australia, no solo por su posición geoestratégica sino por los lazos de historia y valores que los unen. El único obstáculo era que Australia ya tenía un contrato militar con Francia por un valor de unos cincuenta mil millones de dólares para la adquisición de submarinos franceses.
La jugada fue sencilla, ofrecer a Australia submarinos nucleares y transmisión de tecnología militar muy superior a lo que ofrecía Francia. Australia, ni corta ni perezosa aceptó.
Y las reacciones llegaron. Francia, país afectado directamente, decidió protestar de la forma más enérgica posible, retiró a sus embajadores de los EE. UU. y de Australia esperando demostrar su enfado e indignación; luego China, que vio esta alianza militar como una posible amenaza -a sus intereses por supuesto- y; la UE, que sólo comentó a través de la presidenta de la Comisión Europea Úrsula von der Leyen algo así como que era muy feo lo que Australia le hizo a Francia.
Estas reacciones sirven para dilucidar de alguna manera la nueva realidad mundial:
- China y sus aliados a nivel mundial representan ya una potencial amenaza para la sociedad occidental y su forma de vida.
- Europa es débil y no es un socio tan confiable como en antaño. La falta de seriedad -la OTAN sigue siendo mantenida en gran medida gracias a EEUU- y de consenso en temas de seguridad, las limitaciones burocráticas de la UE y su acercamiento hacia China en los últimos años, así como su “desagrado” por Estados Unidos, especialmente por parte de Francia y Alemania así lo demuestran.
La creación del AUKUS es una bofetada de atención a Europa y a la comunidad internacional, que les recuerda que la lucha por el poder y el control a escala global no se ha detenido nunca, allá aquellos que pensaron que habían llegado a la cima del progreso y de la evolución y que con discursos buenistas se podía -todavía creen que pueden- convencer a aquellos que tienen una visión distinta del mundo, mucho más oscura, sí, pero también mucho más realista.
Las cartas se van colocando sobre la mesa, EE. UU., Reino Unido y Australia se perfilan como nuevo eje dominante en occidente; la UE queda un tanto relegada, Alemania y Francia tratarán de recuperar posiciones, pero tienen mucho trabajo por delante, sobre todo a nivel interior y China, seguirá luchando para convertirse poco a poco en la gran potencia mundial, apoyada como siempre por sus socios internacionales.
¿Y España?, pues muy bien gracias, sentándose en la mesa para hablar con aquellos que quieren destruir al país, debatiendo todavía sobre cómo se deben escoger los jueces o cómo engañar a la población con aumentos de sueldos para no abaratar la crecida del precio de la luz. Quien nos viera y quien nos ve. Como diría Don Manuel Fraga -QEPD-: “Spain is different”.
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