A los hijos les corresponde, de forma legítima, una parte de la herencia que, donde rige el Código Civil, se eleva a los dos tercios, mientras que el tercio restante queda a la libre disposición del causante. Si un padre quiere desheredar a uno de sus descendientes, deberá justificar el motivo de forma contundente, en caso de maltrato, por ejemplo. Con criterio distinto procede la Ley vasca del año 2015 que reduce la legítima a un tercio de la herencia y además permite “apartar” del reparto a algún descendiente sin tener que dar explicación alguna. Se deshereda a un hijo simplemente con no mencionarlo en el testamento.
En ocasiones, está muy justificado desheredar a un hijo y, lamentablemente, aumenta la frecuencia de hechos penosos que causan distanciamiento entre padres e hijos o se pierde la relación a través del tiempo. Pero, por otra parte, para la mayor parte de familias, la libertad de testar puede ser motivo de que se pierda la confianza que debe existir entre padres e hijos. Desde el momento en que los hijos pueden ser “apartados”, no será extraño que una persona senil, o no tan senil, sea convencida por los encantos de cualquier prójimo o prójima pendiente de heredar. Lo de la millonaria inglesa que deja una fortuna para sus gatos puede dejar de ser anécdota y tener abundantes imitadores.
Desde hace tiempo, la familia, y su origen, que es el matrimonio, están siendo debilitados por la frivolidad de los poderes públicos y mediáticos. El Derecho de Familia es el campo de batalla del feminismo y, por sus efectos colaterales, se facilita la ruptura de las relaciones conyugales. Puesta en tela de juicio la paz y confianza entre los esposos, ahora, la Ley vasca facilita la ruptura de confianza entre las generaciones. Lástima que no se fortalezcan los lazos familiares. Salvo en la familia, no existe ningún lugar donde se mantengan las promesas como algo que es natural.
La familia viene a ser la solución inmediata más eficaz para cuestiones de financiación y préstamos. En la familia es donde se atiende, gratis total, a la alimentación, alojamiento, educación, atención médica y cuidados “personalizados” de sus miembros. Y, aparte de la atenciones básicas, la familia es capaz de proporcionar seguridad, autoestima, afecto, equilibrio emocional, satisfacción, estabilidad y demás condiciones que crean el ambiente de confianza adecuado para el desarrollo de la personalidad.
Ello solo se puede producir en el ámbito de la familia por la confianza que proporciona la natural seguridad de que las promesas serán cumplidas. Todo viene de la promesa de amor y fidelidad entre un hombre y una mujer. En la familia se recibe a los hijos con el compromiso de protegerlos y educarlos. Es la consecuencia del amor como bien que se expande y se da a los otros. Es la auténtica expresión de libertad del ser humano.
Y es que libertad y fidelidad no son incompatibles, antes al contrario. Libremente se puede decir: “Te quiero, y quiero que seas mi esposa” y, adquirido el compromiso, decir: “Porque eres mi esposa, te quiero”. Todo esto suena un poco raro cuando se cree que se tiene derecho a buscar la propia satisfacción por encima de todo y que el recambio de relaciones sentimentales es un principio no negociable. Es lo propio de sentirse libre, con la libertad de la persona inmadura, del adolescente.
El cumplimiento de la promesa trasciende al propio ámbito familiar, es una apertura a la convivencia humana y al bien común. Pero además, el capital humano que genera la familia tiene mayor relevancia en economía que cualquier otro de los factoras de producción. Es la mayor inversión que existe en capital humano. La inversión que realizan los padres es enorne y, en muchos casos, quedan al límite de sus posibilidades, y se privan de disfrutar las ofertas del mercado. Ni el estado, ni otro organismo de desarrollo, es capaz de realizar semejante inversión. Solo lo hacen los padres que, de forma natural, lo hacen por amor, sin compensación, y ello les aporta más que cualquier beneficio.