Los prejuicios sobre las capacidades y la salud de los séniors se suman a la precariedad laboral en España

Desempleo
Mercedes tiene 62 años, experiencia administrativa en el extranjero, dotes de comunicación y ganas de trabajar. Sixto, de 52, avala con cifras de facturación el éxito de su carrera en grandes empresas y proyectos emprendedores. «Muchas gracias, pero no eres el perfil que buscamos», cuentan que les rebota sistemáticamente un mensaje cuando mandan una solicitud a las ofertas que se publican en internet. Ambos se enfrentan a la larga y penosa odisea de buscar un empleo cuando ya han cumplido los 50 años y, en una conversación, reconocen sentirse «invisibles» y «discriminados».

Fue el gerontólogo Robert Butler quien acuñó en 1975 el término «edadismo» para describir la exclusión de las personas mayores por una serie de estereotipos que se asocian con la vejez. Ese trato desigual puede ocurrir en todas las facetas de la vida, aunque se encona especialmente cuando hablamos de ganarse la vida.

El paro de larga duración se dispara con la edad

Los matices del problema se reflejan en las cifras de desempleo. Según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística, la tasa de paro juvenil es superior, pero si nos fijamos en los desempleados de larga duración, el riesgo se dispara conforme nos acercamos a la vejez. Más de la mitad de los parados mayores de 50 años llevan más de un año buscando trabajo y las cifras son ligeramente superiores en el caso de las mujeres.

En este sentido, la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, ha manifestado recientemente la intención de reforzar el «carácter reparativo» de las indemnizaciones por despido, en función de las consecuencias que tiene para el trabajador. Porque no es lo mismo perder el empleo a los 25 años que a los 45, edad en la que el mercado laboral empieza a castigar. Algunos críticos, no obstante, consideran que el planteamiento podría desincentivar aún más su contratación.

Abocada a la economía sumergida y la precariedad

Pero este no es un problema (solo) de cifras. «Me va a quedar una jubilación de morirme de hambre», lamenta Mercedes, que afirma que le preocupa «muchísimo» el futuro de su pensión, aunque de momento se sienta en forma para trabajar. Así, ha conseguido algunos ingresos limpiando casas, cuidando a mayores dependientes… Mientras organizaciones dedicadas a servicios similares, como la teleasistencia, no la han seleccionado por considerarla demasiado mayor, ella ha acabado haciendo ese mismo trabajo de forma informal. «Para eso sí valgo», sentencia, abocada a depender de «gente que no te quiere pagar la Seguridad Social, que paga en B» y a estar «siempre expuesta» a que no le paguen.

Entretanto, ha seguido formándose en multitud de cursos, como le recomendaba el Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE) y los programas de Empleo de Caritas, «con enorme cantidad de tiempo, esfuerzo y dinero» en desplazarse por la Región de Murcia, donde vive. Mercedes, que desearía que las empresas en España valoraran también la experiencia personal y no solo la formativa, reconoce que ella ha conseguido trabajo debido a otra discriminación, la que existe contra las personas migrantes. «Hay mucha gente que solo quiere personas españolas para que vayan a su casa», lamenta.

Filtros tecnológicos, prejuicios humanos

En lo que respecta al edadismo, también Sixto narra procesos de selección en los que ha conseguido prosperar y de los que cree que ha sido finalmente descartado en favor de otros candidatos más jóvenes, con menos experiencia y habilidades. Otras veces, ni siquiera le dejan llegar a ese punto.

«En los últimos dos meses aproximadamente habré mandado 10 o 12 solicitudes en LinkedIn para un puesto y la mayoría me dicen que no. Todas sin darme la oportunidad de verme presencialmente», denuncia. Este ingeniero, que ha desarrollado su carrera en puestos comerciales, no duda en afirmar que existe un «filtro previo» que «automáticamente» deja fuera a los mayores de 45 o 50 sin ni siquiera haber leído el currículum.

Una práctica así, en teoría, es ilegal en virtud del artículo 9 de la llamada ‘ley Zerolo’ para la igualdad de trato y la no discriminación, que entró en vigor este julio. Una directiva de la Unión Europea del 2000 ya lo censuraba antes, sin embargo, lo cierto es que es algo difícil de probar y perseguir, al menos, mientras la edad siga apareciendo en los currículums y en los perfiles de las plataformas de búsqueda de trabajo.

Así, la suerte de los profesionales mayores queda, en el mejor de los casos, al albur de la sensibilidad de los equipos de recursos humanos de las empresas, cuando no depende directamente del algoritmo de un software. Por ello, los gerontólogos llaman a estudiar los posibles sesgos «edadistas» en la inteligencia artificial. Aunque la tecnología también podría servir para combatir la discriminación:

«Las nuevas plataformas de contratación basadas en la IA pueden ayudar a superar los prejuicios de los reclutadores humanos al detectar candidatos cualificados que pueden ser pasados por alto en los procesos de contratación tradicionales», reflexiona la investigadora Charlene H. Chu, en la revista The Gerontologist.

Falsos mitos de mala salud y desactualización

La tecnología puede reflejar y amplificar la discriminación por edad, pero los prejuicios son puramente humanos. Los expertos señalan múltiples estereotipos. «Todavía tenemos el chip de lo que significa envejecer hace 30 o 40 años, entonces, se asocia a la idea de la dependencia», afirma Rodrigo Serrat, investigador en gerontología de la Universidad de Barcelona, que destaca la enorme «diversidad» de este momento del ciclo vital. «Tenemos personas mucho más educadas, con un nivel de salud muy óptimo y que todavía tienen ganas de seguir participando», agrega.

Y lo que detectan los académicos como él en los estudios, Sixto y Mercedes lo viven en sus carnes. «Las empresas piensan que por tener los años que tienes ya estás directamente hecha una ruina y tomando medicación, que no es mi caso. Conozco a gente que sí, pero también conozco a gente de 35 años que toma pastillas para dormir», sostiene ella, y apostilla: «En este país se considera que la mujer a partir de los 50 tiene la vida resuelta. Como si estuviéramos hace décadas, cuando la señora vivía siempre con el señor y a partir de cierta edad se ponía el pelo en pompa, los pendientes de perlas y se tomaba un café con las amigas».

Para Sixto, en su caso se mezcla un rechazo irreflexivo de las startups y las empresas tecnológicas a la experiencia profesional con una tendencia a renombrar prácticas que no son tan nuevas. «Todo lo que piden es que tengas un MBA», afirma sobre los carísimos másteres de dirección de empresas de moda internacionalmente, y reivindica su capacidad de adaptación y conocimientos. Pero también encuentra motivos económicos, especialmente en el sector comercial: «Con un trabajador de 50 años pagan a dos de 25. Les hacen la vida imposible y, si no consiguen resultados, van a la calle sin miramientos», resume.

La inclusión favorece a toda la sociedad

Las denuncias de edadismo chocan, sin embargo, con las corrientes que reclaman una prolongación de la vida laboral más allá de la edad de jubilación, «de una forma flexible y no forzosa», según reclama la Confederación Española de Organizaciones de Mayores (CEOMA). Igualmente, un informe reciente de Help Age sentencia que las «prejubilaciones forzosas» perpetúan la idea de que «la persona afectada es prescindible como consecuencia de su menor valía profesional».

Las dos organizaciones consideran que aprovechar el llamado «talento sénior» beneficia tanto a los profesionales como a las empresas, la economía y la sociedad en conjunto. «¡Es un win-win!, como dirían ellos…», exclama Sixto, impregnado del lenguaje startupero, para coincidir en que «ganamos todos».

Así lo aseguró también el ministro de Seguridad Social, José Luis Escrivá, en un Congreso sobre la Economía del Envejecimiento a principios de mes, en el que defendió las jubilaciones progresivas y parciales, y aseguró que jóvenes y mayores no se excluyen mutuamente del mercado laboral. Según sus datos, las economías con una mayor tasa de actividad en mayores tienen menos desempleo juvenil.

En ese sentido, la doctora en sociología Irene Lebrusán critica el «paradigma de pobrecitos» o el de «acaparadores» que suele asociarse con la vejez. «No comparto la visión del enfrentamiento intergeneracional», sentencia la profesora en la Universidad Carlos III de Madrid y senior fellow en Future Policy Labs. En un artículo para el Centro Internacional sobre el Envejecimiento (CENIE), reflexionó también sobre la necesidad de replantear esta etapa vital como se hizo con la infancia. Si se dio la vuelta al paradigma del trabajo infantil en favor de la educación y el juego, ¿no puede cambiarse también lo que significa cumplir años?