El Complejo Turístico de El Morro, ubicado en Lechería, Anzoátegui, transporta a la Venezuela que había antes del chavismo y sus habitantes viven en medio de la debacle del país en una burbuja de lujo, aunque cada vez menos alejada a la realidad del país.
Se concibió para parecerse a Venecia, aunque más bien recuerda a las islas privadas de Miami Beach en las que vive mucha gente famosa.
Pero El Morro está en Venezuela, más concretamente en Lechería, en el Estado Anzoátegui, entre las ciudades de Barcelona y Puerto La Cruz, en el centro-norte del país.
Las urbanizaciones del Complejo Turístico de El Morro son una colección de enormes y vistosas casas, y lujosas embarcaciones de recreo alineadas a lo largo de una sinuosa red de canales.
«En la Venezuela actual hubiera sido imposible construir un proyecto así, por los costes que tuvo el dragado y la obra de ingeniería», dice Ysbelsy Hernández, presidenta de la Cámara Municipal de Lechería.
Para acceder a ellas hay que pasar controles de seguridad en los que celosos vigilantes comprueban la identidad del visitante e impiden el acceso a quien no acredite la invitación de alguno de los residentes.
Se trata de pequeñas ciudades cerradas al exterior, en las que se hace evidente desde el primer momento la riqueza de sus habitantes.
Poca gente camina por las calles ajardinadas que discurren en paralelo a canales y embarcaderos. Solo pasan potentes camionetas.
Pese a ubicarse en la Venezuela de la crisis, el precio inicial de algunas casas en venta supera el millón de dólares.
En el entorno, la aglomeración urbana formada por Barcelona, Puerto La Cruz y Guanta, la llamada Gran Barcelona, el deterioro de las calles, así como las conversaciones y el aspecto de la gente recuerdan que esto es Venezuela, un país que, según su Banco Central, ha perdido casi la mitad de su riqueza nacional en apenas seis años.
Petróleo y turismo
La costa del estado Anzoátegui fue tradicionalmente uno de los grandes centros de producción petrolera del país y un concurrido destino turístico que se beneficiaba de la llegada del personal de las compañías extranjeras que trabajaban en las refinerías de la zona. Ahora las cosas parecen haber cambiado radicalmente.
«Aquí ya no llega nadie», lamenta un aparcacoches apostado en una de las principales avenidas de Puerto La Cruz.
Y, sin embargo, El Morro se mantiene, en palabras de Hernández, «como una burbuja».
En su casa de 186 metros cuadrados, Luis Azócar confirma las bondades de El Morro: «Aquí se vive bien y hay seguridad. Lechería es una de las pocas ciudades en las que se puede vivir tranquilo y el hampa no ataca tanto».
Azócar, de 72 años, vive entre su casa en El Morro y las que tiene en Caracas y en Miami. Dice que vive de sus ahorros.
Durante años tuvo una rentable empresa dedicada a la producción de asfalto, pero, según cuenta, tuvo que abandonarla a causa de las trabas que empezó a imponerle el gobierno tras el triunfo de la revolución socialista de Hugo Chávez.
Ahora pasa las tardes contemplando sus dos barcos amarrados junto a su vivienda y paseando por un pantalán desde el que divisa las aguas turquesas del mar Caribe y la silueta de las islas que conforman el Parque Nacional Mochima, una de las joyas del litoral venezolano, situado a pocos kilómetros.
«Aquí solo tengo que salir al jardín para estar en la playa», comenta.
Azócar recuerda la idea que inspiró el lugar. «Se quiso que esto fuese la Venecia de Venezuela y que fuera el primer paso para explotar turísticamente la zona».
Fue el arquitecto Daniel Camejo el que en la década de 1970 se lanzó a la urbanización de unos terrenos salinos en los que creía que podría levantar un complejo de viviendas y canales que atrajera a venezolanos y extranjeros.
Eran los años del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez (1974-1979), cuando la nacionalización de la industria petrolera propició una época de expansión económica en Venezuela y se pusieron en marcha ambiciosos proyectos.
Caraqueños que buscaban una segunda residencia, empleados de las compañías extranjeras que trabajaban en las explotaciones petroleras de la zona, y la gente de la Gran Barcelona que podía permitirse huir de su deterioro y de la inseguridad comenzaron pronto a instalarse en estas nuevas y exclusivas urbanizaciones.
El ingeniero Glenn Sardi fue uno de los responsables encargados de dotar de servicios a la urbanización naciente, un proyecto del que se enamoró tanto que sigue viviendo en la casa que hizo construir en una de las parcelas.
Son 1.350 metros cuadrados construidos y 6 dormitorios, un jardín y una piscina en los que el señor Sardi ha visto pasar los años.
Al principio se la alquiló a un «americano» que trabajaba para una petrolera estadounidense, pero finalmente decidió instalarse él mismo junto a su familia en la casa y en un lugar que define como «único, irrepetible».
Ahora ve con preocupación que algunos de los problemas que aquejan al resto del país se sienten también en él, como las fallas en el suministro de agua y de electricidad, a las que millones de venezolanos han tenido que acostumbrarse.
«El gobierno no hace lo que tiene que hacer y nos estamos quedando sin servicios», se queja Sardi, que tiene su despacho decorado con los planos originales del proyecto de construcción de El Morro.
La crisis también llegó
La crisis, aunque no golpee tan duro, no ha pasado de largo por aquí.
Azócar lamenta que la falta de repuestos no le permite ahora salir a navegar al timón de Guamachín, el más grande de sus dos barcos.
«Ahora hay muchas casas vacías porque mucha gente se ha marchado del país», señala Ysbelsy Hernández, una impresión que confirman los carteles de «se vende» clavados en muchas propiedades.
Algunos de los que se marcharon no lo hicieron por la crisis, como los hermanos Urbano Fermín, cuyo domicilio en El Morro fue registrado por las fuerzas de seguridad en 2017 después de que fueran acusados de irregularidades en contratos con la compañía estatal de petróleos en la Faja Petrolífera del Orinoco, donde se lleva a cabo gran parte de la extracción de crudo de Venezuela.
Según publicó la prensa local, dos de los tres hermanos se marcharon del país para eludir la acción de los tribunales.
El registro de hasta doce casas en una urbanización de El Morro en aquella operación policial llevó a muchos en el vecindario a preguntarse por el origen de las mansiones de diseño vanguardista que proliferaron en los años previos al crack venezolano.
«Aquí hay gente que con 25 ó 30 años ha amasado una fortuna que no pueden justificar», afirma Azócar.
Sardi asegura que «esos son los enchufados del gobierno», quienes obtuvieron trato de favor de las autoridades.
La presidenta de la Cámara Municipal asegura que «aunque en el municipio de Lechería el chavismo ha sido siempre minoritario, cuando triunfó empezó a favorecer a otras élites distintas a las tradicionales».
Fue entonces cuando Sardi y otros en su zona tuvieron que empezar a acostumbrarse a unos vecinos de los que desconfían.
Problemas de seguridad en El Morro
La inseguridad también ha comenzado a filtrarse hacia el interior de la «burbuja».
Quizá por ello una mujer detiene su camioneta y se baja para pedirle que se identifique al periodista de BBC Mundo que fotografía los barcos.
En el centro comercial Plaza Mayor, al que antes muchos se acercaban en barcos que dejaban amarrados en el embarcadero, ya no hay la actividad de los buenos tiempos.
Los robos en sus instalaciones son una de las razones de que muchos de los restaurantes y comercios que quedan abiertos estén ahora casi vacíos.
Y en los últimos tiempos, según cuenta la presidenta de la Cámara, han proliferado los grupos de niños llegados de otros lugares que cometen sus primeros delitos en Lechería.
«Hoy son niños, pero algún día dejarán de serlo», dice preocupada.
Pero, por ahora, quienes viven en El Morro siguen viendo más las luces que las sombras.
«No me marcharía de aquí ni loco», asegura Sardi.
«Aquí todavía puedes vivir bien, si tienes dinero», concluye Ysbelsy Hernández.