Cómo Noruega transforma a sus criminales en mejores ciudadanos

Carcel de Haldenel en noruega
Celda en Haldenel

Noruega está obteniendo unos resultados positivos en cuanto a la reinserción social luego de haber cambiado por completo el enfoque tradicional de las cárceles

«Ahora junten los dedos gordos de los pies y siéntense en los talones», ordena la entusiasta instructora de yoga a una veintena de participantes que practican la postura del niño sobre sus esterillas, extendidas sobre la hierba bajo el tenue sol de la mañana.

«¿Sientes el estiramiento?», le pregunta amable a un hombre muy tatuado mientras alisa su camiseta arrugada con la mano. «¿Está bien, no?»

Podría tratarse de una clase de yoga en un retiro en cualquier parte del mundo, pero estos participantes de la prisión de alta seguridad de Halden, a 120 kilómetros al sur de Oslo, se alejan bastante de la clientela habitual de un spa. Asesinos, violadores y traficantes de drogas practican la postura del perro boca abajo y la posición de loto junto a los funcionarios de la prisión, cada uno de ellos totalmente concentrado en lo que dicta la profesora.

«Los relaja», dice con aprobación el director de la prisión, Are Hoidal, mientras los observa. «No queremos ira y violencia en este lugar. Queremos que los internos estén tranquilos y sean pacíficos».

La tranquilidad no es barata. Una plaza en la prisión de Halden cuesta más de US$120.000 al año.

Un agente uniformado en un patinete plateado nos saluda alegremente mientras pasa a nuestro lado. Dos prisioneros corriendo a su lado le siguen el ritmo.

Hoidal se ríe al ver mi cara de desconcierto.

«Se llama seguridad dinámica», me dice sonriendo. «Guardias y prisioneros se mezclan en actividades todo el tiempo. Almuerzan juntos, juegan al voleibol, se divierten juntos… y todo eso nos permite interactuar realmente con los internos, hablarles y motivarles«.

Cuando Hoidal comenzó su carrera en el servicio penitenciario noruego a principios de la década de 1980, su experiencia en las prisiones fue completamente diferente.

«Fue muy duro», recuerda. «Era una cultura masculina, machista, que se centraba en la vigilancia y la seguridad. Y la tasa de reincidencia era de entre el 60% y el 70%, como en Estados Unidos».

Pero a principios de la década de 1990, el sistema correccional de Noruega se sometió a una serie de rigurosas reformas para enfocarse menos en lo que Hoidal denomina «venganza» y más en rehabilitación. A los prisioneros, que antes pasaban la mayor parte de su día encerrados, se les ofrecieron programas diarios de capacitación y educación, y el papel de los guardas se revisó por completo.

«Mejores personas»

«No somos guardias», me corrige Hoidal amablemente cuando uso el término, «somos «oficiales» de prisión y, por supuesto, nos aseguramos de que los internos cumplan su condena, pero también les ayudamos a convertirse en mejores personas. Somos modelos a seguir, entrenadores y mentores. Y desde nuestras grandes reformas, la reincidencia en Noruega ha disminuido hasta apenas un 20% después de dos años y cerca del 25% luego de cinco años. Así que esto funciona«.

La arquitectura de la prisión de Halden fue diseñada para minimizar la sensación de encarcelamiento de los internos, para reducir su estrés psicológico y hacerlos sentir armonía con la naturaleza que les rodea. De hecho, la prisión —cuya construcción costó US$172 millones— ha ganado varios premios de diseño.

Ubicada en medio de hermosos bosques de arándanos, con majestuosos abedules plateados y pinos, el bloque de dos pisos y los edificios de estilo chalet de madera le dan al lugar el aire de un moderno campus universitario en lugar de una cárcel.

Un grueso muro de concreto de 7 metros de altura serpentea alrededor de la circunferencia de la prisión, pero no hay alambre de púas ni valla eléctrica, y tienes que fijarte bien para ver las discretas cámaras de seguridad. Hay sensores de movimiento a cada lado del muro.

Hoidal me dice que nunca nadie ha tratado de escapar.

Cuando miro el interior de una celda -cada interno tiene su propia celda con baño propio y ducha, frigorífico, mesa de escritorio, televisión de pantalla plana y vistas al bosque- y cuando veo los impecables sofás y la cocina bien equipada en la sala común, le pregunto al gobernador de Halden si el nivel de confort no es excesivo.

Are Hoidal inclina la cabeza cortésmente. Esperaba esa pregunta, por supuesto. La contesta cada día, a veces a periodistas extranjeros asombrados, otras a críticos con el sistema dentro de Noruega.

«No es fácil que te quiten la libertad», insiste.

«En Noruega, el castigo es, simplemente, quitarle a alguien la libertad. Los otros derechos permanecen. Los prisioneros pueden votar, tener acceso a la educación, al sistema sanitario; tienen los mismos derechos que cualquier otro ciudadano noruego. Se equivocaron, deben ser castigados, pero siguen siendo seres humanos«.

En el garaje, dos reclusos con monos tratan de reparar la rueda de un automóvil, limpiando el lodo y fijando los tornillos con cuidado. Al igual que la mayoría de los prisioneros, salen de sus celdas a las 07:30 cada mañana y empiezan a trabajar a las 08:15.

Además de la hora de descanso en sus celdas durante la tarde, que coincide con la de los «oficiales», no vuelven a estar encerrados hasta las 20:30 de la noche.

La idea es darles un sentido de normalidad y ayudarles a prepararse para una nueva vida cuando salgan. Muchos internos saldrán de Halden como mecánicos cualificados, carpinteros y cocineros.

«Comenzamos a preparar su salida desde el primer día que llegan» explica Hoidal mientras caminamos por el taller de carpintería, en donde varios reclusos hacen casas de madera y bancos para amueblar una nueva prisión que será construida al sur del país.

«En Noruega, todos ellos serán liberados; no existe la cadena perpetua«, me recuerda.

«Así que estamos liberando a tu vecino. Si en la prisión los tratamos como animales, entonces estaremos soltando animales en tu calle«, continúa.

La pena máxima en Noruega es de 21 años, pero la ley permite la detención preventiva, que es una extensión de la sentencia por periodos adicionales de cinco años en el caso de que se estime que la persona sigue siendo una amenaza para la sociedad.

En el estudio de diseño gráfico, Fredrik está dando los toques finales a su impresionante diseño de la portada del recetario de cocina de la prisión.

Sentenciado a 15 años de cárcel por asesinato, este hombre de hablar pausado ha luchado para asumir lo que hizo y aceptar el dolor que causó. Señala que realizar un retiro de silencio de tres semanas dentro de la prisión le ha ayudado a encontrar la paz y a reflexionar sobre su pasado.

Él no está presumiendo cuando me dice que obtuvo un diploma de diseño gráfico tras su ingreso en Halden, ni cuando me asegura que aprobó ocho exámenes con calificaciones de A y B, ni cuando afirma que ahora estudia cursos preuniversitarios de matemática y física.

Simplemente desea que yo entienda que está usando su tiempo de forma sabia para un futuro fuera de la prisión.

«Si no tienes oportunidades y simplemente estás encerrado en una celda, no te conviertes en un buen ciudadano«, dice Fredik mientras ajusta los colores de una de las fotos en su pantalla. «Aquí hay buenas oportunidades, puedes obtener un diploma y cuando salgas, quizá puedes conseguir un trabajo estable y eso es importante».

Cuando lo felicito por su éxito reciente en los exámenes asiente tímidamente y me confiesa que espera, una vez que sea transferido a una cárcel abierta, poder estudiar para obtener una maestría e, incluso, un doctorado.

Normalizar la vida tras las rejas (una frase metafórica pues no hay ninguna reja en las ventanas de Halden) es la filosofía central que apuntala el Servicio Correccional de Noruega.

En Halden esto significa no solamente establecer rutinas diarias sino asegurarse de que también se mantienen los contactos familiares.

Una vez cada tres meses, los presos con hijos pueden inscribirse en el programa «Papá en prisión», gracias al cual -si superan los exámenes de seguridad requeridos- pueden pasar un par de noches con su pareja e hijos en un acogedor chalet construido dentro de los terrenos de la cárcel.

«Hay muchos juguetes y libros infantiles», señala la funcionaria Linn Andreassen mientras abre la puerta y me muestra el pequeño jardín de juego. En el dormitorio principal hay una cama doble flanqueada por una cuna.

«Sí, ellos pueden tener su casa de familia feliz», sonríe la funcionaria. «Es un gran privilegio, así que tienen que ganárselo».

Linn lleva 11 años trabajando para el servicio de prisiones, de los cuales ha pasado casi 10 en Halden. Casi la mitad del personal de esta cárcel de categoría A son mujeres.

Ella me asegura que en todos esos años solamente ha hecho sonar dos veces la alarma personal que todos los funcionarios de prisiones portan en este país e insiste en que nunca se ha sentido amenazada desde el punto de vista sexual.

«Es normal que haya mujeres en la sociedad. Así que los varones aquí necesitan aceptarlo. Ellos necesitan respetarnos no solamente por el uniforme sino por la persona, así como también como mujeres. Y nosotras los respetamos, para que ellos también nos respeten», señala.

En el taller de oficios, John, quien cumple una larga condena por tráfico de drogas, está cosiendo con una máquina una oveja de peluche. Cuando le pregunto qué tiene de bueno el régimen de Halden, lo primero que menciona es la presencia de personal femenino.

«Ellas son más efectivas para mantener a los hombres bajo control. Tienes que pensar un poco distinto cuando está alrededor de ellas. Y cuando jugamos fútbol, las mujeres no son malos árbitros», apunta.

Otro prisionero, Khan, se interesa en nuestra conversación y deja a un lado la rana que estaba cosiendo.

«Tenemos suerte de contar con mujeres dentro del personal de vigilancia. Eso hace las cosas más normales», señala.

En Reino Unido, se necesitan 12 semanas para entrenar a un funcionario de prisiones. En Noruega, toma de dos a tres años.

A ocho kilómetros al noreste de Oslo en Lilestrom, está el edificio que alberga la Universidad del Servicio Correccional de Noruega, donde cada año unos 175 estudiantes -escogidos entre más de 1.200 solicitantes- inician sus estudios para convertirse en funcionarios de prisiones.

Hans-Jorgen Brucker me muestra este campus equipado con instalaciones que reproducen las celdas de las cárceles. Le hago notar la presencia en un cuarto de depósito de un lote de cascos y de chalecos. Brucker señala que los funcionarios reciben entrenamiento de seguridad y antimotines, pero le resta importancia a esa parte de la formación.

«Queremos detener la reincidencia, lo que implica que los funcionarios tienen que estar bien educados«, afirma y me muestra un documento que contiene el riguroso proceso de selección, que incluye exámenes en noruego e inglés (una tercera parte de los presos son extranjeros) así como exámenes de aptitud física.

«Mis estudiantes se forman en Derecho, Ética, Criminología, Inglés, reintegración y trabajo social. Luego tienen un año de entrenamiento en una prisión antes de regresar acá para presentar su examen final», apunta.

Cuando le pregunto si aceptaría a un funcionario que hubiera sido entrenado durante solo tres meses, hace un gesto de rechazo.

«Creo que existe un gran riesgo de corrupción cuando se ofrece un entrenamiento corto«, dice.

«En nuestro sistema, los funcionarios están bastante bien pagados y saben más sobre la ley, conocen mejor cómo lidiar con los presos y cómo evitar la violencia», agrega.

Cada año sus estudiantes viajan a Reino Unido para pasar un día observando cómo funciona una cárcel británica. Cuando le pregunto qué dicen sus alumnos sobre la experiencia en las cárceles de máxima seguridad británicas, me dice que siempre están sorprendidos por el ruido, la gran cantidad de presos y el relativamente pequeño número de funcionarios.

«Es una experiencia que les abre los ojos», agrega.

El único ruido que encuentro en Halden es el que procede de un televisor en el cuarto de la unidad para drogadicción, donde un preso está mirando un programa de policías y ladrones.

Cuando le pregunto al director de la cárcel, Are Hoidal, sobre los niveles de violencia en Halden él parece genuinamente sorprendido. Le digo que en Inglaterra y Gales, los ataques contra los funcionarios casi se han triplicado en los últimos cinco años y que en 2018 hubo 10.213 agresiones contra el personal.

«Claro, en algunas de nuestras cárceles más viejas hay episodios ocasionales de violencia pero realmente no recuerdo cuándo fue la última vez que tuvimos un acto violento aquí. ¿Quizá tuvimos uno o dos episodios en los que hubo escupitajos?», afirma.

En Halden hay 258 presos y 290 empleados, de los cuales 190 son funcionarios de prisiones.

Jon Fredrik Andorsen, un funcionario aún en formación de 28 años de edad que solía trabajar como vendedor de autos, me dice que él nunca habría pensado en trabajar en la prisión si no hubiera sentido que su seguridad estaba garantizada.

Asegura que hasta ahora nunca se ha sentido amenazado allí y que confía en su entrenamiento y en la experiencia de los funcionarios más veteranos.

En las cárceles de Noruega, los empleados ni siquiera llevan consigo espray de gas pimienta

Mi primera defensa es mi voz y nuestra conexión social con los presos. Nosotros desactivamos las situaciones antes de que exploten«, señala.

Linn interviene en la conversación para agregar: «No puedes ayudar a otros si tú no estás en buenas condiciones. Necesitas tener una cabeza clara en todo momento en este trabajo. Estar concentrada. Si estás asustada no puedes ayudar a nadie».

Ella comenta cómo quedó impresionada durante su visita a las cárceles británicas. «Había tantos presos. Reino Unido encarcela mucha más gente que Noruega«, apunta.

Escocia, Inglaterra y Gales tienen las tasas de encarcelamiento más altas de Europa occidental. Escocia tiene unos 150 presos por cada 100.000 habitantes, mientras que Noruega tiene solamente 63.

La menor población carcelaria significa también que en Halden, por ejemplo, a cada funcionario se le pueden asignar unos tres presos con los cuáles él actuará como punto de contacto. Eso significa, entre otras cosas, que les ayudará a rellenar solicitudes y se asegurara de que disfrute de su cuota de llamadas familiares.

Kim, quien cumple una condena de 17 años por homicidio, levanta sus cejas de forma sarcástica cuando le hablo sobre este sistema.

«A algunos prisioneros les gusta interactuar y a otros no», comenta mientras observa a Are Hoidal, quien se encuentra en la habitación junto a nosotros.

«Yo soy escéptico sobre la posibilidad de confiar demasiado en los guardias. Si me abro y les hablo, ¿usarán lo que diga en mi contra? Es una espada de doble filo. Hay algunos guardias que están bien pero…», comenta.

Mientras Hoidal y yo caminamos de vuelta a su oficina, él me comenta que esta práctica de la seguridad dinámica no siempre es popular entre los presos porque la omnipresencia de los funcionarios dificulta el tráfico de drogas.

Él admite que, ciertamente, hay tráfico de drogas en Halden pero asegura que no se trata de sustancias como la heroína que han sido contrabandeadas desde el exterior sino más bien de medicamentos, como los opioides y los analgésicos, que los médicos recetan para algunos presos.

Hoidal es muy entusiasta en relación con los nuevos proyectos de la prisión. Acaban de crear un coro y los presos ya cuentan con un estudio de grabación en las instalaciones. Él espera que hagan un concierto en Navidad que coincida con la publicación del libro de recetas de cocina de los internos.

Pero, por debajo de su optimismo subyace una preocupación: las ganancias por las exportaciones de petróleo de Noruega están cayendo y el gobierno ha advertido sobre posibles recortes presupuestarios que también afectarán a las cárceles.

«Si quieres calidad y buenos resultados, necesitamos dinero. Me temo que habrá más violencia y que la tasa de reincidencia aumentará si no podemos mantener todos los programas que tenemos ahora. No es para nada bueno», indica.

En la Unidad C, la puerta de una celda está abierta y puedo ver una rosa roja en un florero junto a la ventana. El anterior ocupante acaba de ser trasladado a otra prisión de baja seguridad pero, quizá necesitando impartir la sabiduría que adquirió durante su estancia en Halden, dejó un mensaje escrito en una pizarra para el próximo que ocupe su lugar.

«Amar es dar sin esperar nada a cambio. Amar te hace libre. Te libera de ti mismo, mi amigo».