Cartas de la diáspora venezolana: La fotógrafa del ‘nightlife’ de Boston

María Alejandra Mata, fotógrafa y comunicadora social radicada en Boston. (Crédito: Andy Moran Photography).
María Alejandra Mata, fotógrafa y comunicadora social radicada en Boston. (Crédito: Andy Moran Photography).

María Alejandra Mata cuenta a IberoEconomía cómo ser inmigrante le transformó en “una persona más fuerte, más completa, y mejor equipada para los retos de la vida”.

María Alejandra Mata se ha convertido en una de las fotógrafas más reconocidas de los conciertos de la ciudad de Boston. (Crédito: María Alejandra Mata).
María Alejandra Mata se ha convertido en una de las fotógrafas más reconocidas de los conciertos de la ciudad de Boston. (Crédito: María Alejandra Mata).

María Alejandra Mata es una de tantas voces que conforman la diáspora venezolana. Tras formarse en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), la joven venezolana logró graduarse con honores en fotografía profesional en el ‘New England School of Photography en Boston, MA’. Con cámara siempre a mano, se ha convertido en una de las fotógrafas más reconocidas de los conciertos de la ciudad. No en vano, sus trabajos se han hecho un hueco en las publicaciones ‘Vanyaland‘, y ‘Consequence of Sound’.

Esta es su carta desde la diáspora:

Hace poco cumplí 6 años en Boston. Recuerdo que cuando tomé la decisión de emigrar, todavía tenía el privilegio de salir con un plan, no escapar. Toda mi vida había querido estudiar en otro país, ver más cosas. Escogí una escuela de fotografía en Boston que ofrecía todo lo que quería, ahorré, me organicé, y en septiembre del 2012, me fui.

En ese momento tenía la osada idea de que en dos años las cosas estarían mejor en Venezuela. No lo sabía, pero había salido “justo a tiempo”, como mucha gente me dice. En ese momento tenía que explicarle a la gente que Venezuela era más que Chávez, sin saber que 6 años después estaría recibiendo preguntas constantemente sobre cómo está mi familia, y si ya se fueron.

Llegué sola y conocía a una persona, y nunca había estado en Boston antes. Amé esta ciudad y su calma apenas la empecé a vivir, y como inmigrante he tenido la suerte de estar en una ciudad donde hay gente de todos lados. Quisiera tener una historia horrible de racismo que contarles, pero no. Acá no es así. En el espacio geográfico que elegí como mi segundo hogar, la gente es amable y comprensiva. Siempre me sentí bienvenida, y el apoyo que recibo es enorme.

Lo más difícil de ser inmigrante es estar lejos de tu familia. No pude estar presente cuando nació mi única sobrina, pero estuve por Skype, en la pantalla de una laptop como si fuera una pecera. Mi sobrina es mi amiguita, y lo hemos logrado gracias a la tecnología. Así le he mostrado muchos sitios a mis papás, he cantado cumpleaños, he escuchado juegos de béisbol, así que no me quejo. Podría ser peor, no necesitamos hacer una llamada costosa a larga distancia, si nos ponemos a pensar.

Ser inmigrante me ha vuelto una persona más fuerte, más completa, mejor equipada para los retos de la vida. También me ha permitido compartir mi cultura con gente de todas partes del mundo, y conocer la suya. Me ha permitido ver que no hay nada que no se pueda lograr, porque yo decidí que iba a seguir adelante. He logrado metas y cumplido sueños que ni siquiera sabía que tenía.

Es injusto no tener la posibilidad de ir y venir a placer y saber que mi gente está bien, y esa es quizás la realidad más dura que tenemos que afrontar. Sin embargo, emigrar es una de las mejores cosas que me han pasado en la vida.

Ojalá las condiciones fueran otras.

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