José Ramón Repullo nació en Valencia, Venezuela. Allí vivió con sus padres y hermanos hasta los nueve años. Entonces, le mandaron con su hermano mayor a estudiar a España. Volvía a la nación caribeña cada verano, hasta que cumplió los 16, momento en que sus padres deciden regresar a Europa. No volvió más a Venezuela hasta una breve visita de trabajo en 2013. De su infancia y adolescencia tiene muchos recuerdos. “Mi infancia fue muy feliz y quedó impregnada de recuerdos, músicas y aromas que me siguen enriqueciendo”, cuenta a IberoEconomía.
¿Qué le llamó la atención de España cuando vino por primera vez? ¿Qué diferencias o similitudes encontraba entonces con la Venezuela en la que usted se crió?
Muchas diferencias. Ahora soy consciente de lo «yanqui» que era Venezuela, en comparación con otros países de Sudamérica. La España de los años 60 estaba muy subdesarrollada y llevaba treinta años de autarquía y separación del resto del mundo. En Venezuela los petrodólares creaban una riqueza espectacular; muy desigual, pero con señales muy visibles de modernidad. Un ejemplo: en aquella España no se sabía qué era un supermercado, sólo había mercados. Obviamente, la diferencia estaba en el conocimiento acumulado: el know-how que atesoraba la sociedad española marcaba una gran diferencia; y es lo que permitió que en los años 70 y 80 hubiera una espectacular ascensión en la productividad y el desarrollo económico. Todos sabemos que el conocimiento es el factor esencial del desarrollo; en España hizo falta combinar conocimiento y libertades para que eclosionara.
¿Cómo le empezó a atraer el mundo de la Medicina? ¿Cuál fue su primer contacto con ella?
Mi padre era médico; internista y generalista. Por lo tanto hay algo de «transmisión vertical» en esta vocación. Pero siendo sincero, yo tenía, y tengo, un problema y es que todo me gusta; o casi todo. Cuando entré a estudiar Medicina, estuve a punto de dejarlo porque me gustaron mucho la Sociología y las Humanidades, y además estaba España en un momento de cambio político, cultural y social apasionante, saliendo de una dictadura decadente y en medio de una explosión de esperanza y deseos de progreso; imagínese cómo estaba la Universidad.
¿Cómo recuerda esa etapa de estudiante en la Universidad Complutense de Madrid?
Creo que las etapas juveniles siempre se recuerdan con mucha intensidad, acaba dominando en el recuerdo lo mejor que vivimos, y lo peor se olvida. Los tres primeros años fueron de locura: lucha estudiantil, estudios y exámenes con muchas noches sin dormir, una novia que luego fue mi mujer y dando clases para sacarme un poco de dinero. Los siguientes tres años los pasé lejos de la facultad, en un hospital. Allá hubo que centrarse mucho más en la Medicina; se supone que uno tenía que ir viendo qué especialidad le iba gustando más; pero según rotaba por diferentes clínicas, todas me gustaban. Ignoraba entonces que me decantaría inicialmente por la Psiquiatría, y no podía ni imaginar que luego me redirigiría a temas de gestión sanitaria y salud pública.
¿Cree que España es un buen país para venir a estudiar o a ejercer la Medicina?
Sin duda; en España hay una buena tradición de enseñanza y práctica de la Medicina. No se puede negar que hay heterogeneidad en las diferentes Universidades, pero éstas reflejan un alto nivel científico y técnico que existe ampliamente distribuido por toda la geografía; y donde hay buena Medicina Clínica es fácil que haya buena enseñanza; lo primero es precondición de lo segundo. Y nuestro sistema sanitario, preponderantemente público e integrado, crea buenas condiciones para aprender el «oficio» de médico. A diferencia de donde domina la medicina comercial, aquí un cirujano o un especialista médico, no tiene reparos y además disfruta enseñando a jóvenes estudiantes o médicos.
¿Qué consejos daría a todos esos médicos que están viniendo de América Latina, o a los que vienen con la intención de acceder a la formación sanitaria especializada?
Es duro vivir en otro país; cambiar de costumbres, dejar atrás a la familia; yo mismo tuve que ir a Londres a estudiar Planificación y Financiación Sanitaria durante un año. Pero es una gran oportunidad de abrir los ojos al mundo exterior. La Medicina es la disciplina pionera en la globalización; mirarla desde un escenario mundial es esencial; pensar globalmente, actuar localmente; y España es un buen sitio, posiblemente uno de los mejores, para empaparse de la buena medicina clínica, en un contexto de buena organización sanitaria.
Cuenta con una larga trayectoria profesional. Si pudiera destacar uno de sus empleos, ¿cuál sería? ¿Cuál cree que es el que más le ha aportado o en la que más has crecido?
Diría que mi época de alto cargo como responsable de la planificación sanitaria de Madrid fue un momento maravillosamente creativo, donde puede poner en marcha muchas ideas y desarrollar mi vocación de mejorar las cosas que me rodean. Claro, que llevando 25 años dedicado ya a la docencia, creo que mi actividad como profesor es la que ha determinado finalmente mi propia identidad y oficio.
En los últimos años, se ha interesado más por la parte económica. ¿Qué es lo que más le gusta de este área?
En España la parte más sólida y científica de la gestión sanitaria ha sido protagonizada por la disciplina de «economía de la salud»; este es mi referente fundamental en términos de conocimiento, y también como marco asociativo (la «Asociación de Economía de la Salud«). Por si fuera poco, la crisis económica que tan fuerte nos ha castigado desde 2008, ha teñido todo de un amargo sabor de austeridad que obliga a tener la dimensión económica bien presente. Pero me gustan otras economías que tienen más que ver con el comportamiento humano: los «behavioural economics» del MIT han marcado una escuela muy creativa para analizar el comportamiento sistemáticamente irracional de los seres humanos, y aprender a reconducirlo para mejorar la eficiencia social; también ligado a esto, todas las nuevas teorías de la gobernanza.
¿Cuál es su valoración del sistema sanitario español? ¿Cuáles son sus puntos fuertes? ¿En qué aspectos cree que podría mejorar y cómo?
Cuando miramos la esperanza de vida en buena salud España desataca claramente; si exploramos qué parte es atribuible a los servicios sanitarios, vemos que la mortalidad evitable por acciones sanitarias es de las más bajas del mundo. Por lo tanto, la cosa va bien, o muy bien en términos de efectividad para problemas de salud graves. Para los problemas cotidianos, hay una atención primaria muy accesible y de muy buena calidad clínica. El sistema es burocrático y poco motivador, pero es muy económico en costes de transacción y administración. Y al no «pagar por acto» hay poco estímulo al uso excesivo e inapropiado inducido por los profesionales. La otra cara de la moneda son las listas de espera, pero aquí tampoco son excesivas, al menos en comparación con otros países europeos con sistemas integrados. En cuanto a los problemas, destacaría la cronicidad, los recursos socio-sanitarios, la salud buco-dental (muy poco cubierta) o la falta de medios para hospitalización de larga estancia. Y unas reglas de juego muy rígidas que hacen difícil la gestión. También la fragmentación excesiva en 17 Comunidades Autónomas, y una excesiva cura de adelgazamiento tras las políticas de austeridad, que nos han llevado a una situación próxima a la anorexia. Esperemos que en los próximos años vayamos saliendo.
Si tuviera que comparar el sistema sanitario español con el de otros países europeos, ¿qué destacaría? ¿Y respecto a países de América Latina?
El Sistema Nacional de Salud español se compara bien con otros países; pero necesita desplegar mejoras en la organización y la gestión; sobre todo porque la Medicina está cambiando y se necesitan transformaciones para resolver los problemas de segmentación clínica, alta especialización, inversión y desinversión de innovaciones, fusión de hospitales, trabajo por procesos, y otros mecanismos que van a ser esenciales para asumir la modernidad y ser solvente con los costes que representan. En América Latina hará falta una reforma mucho más radical; porque la Medicina sigue viviendo en un molde de profesión liberal, atomizada y comercializada, y con una ausencia clamorosa de función de gobierno desde los poderes públicos. Este modelo se lo pueden pagar los estadounidenses, a costa de dedicar casi el 20 por ciento de su PIB a la función sanidad; un PIB enorme, por cierto. Pero otros países no podrán ni acercarse a este modelo clamorosamente ineficiente para alcanzar la modernidad. De hecho, cabría decir que el cambio de Obama a Trump supone abdicar de un intento serio para buscar la excelencia de la medicina moderna en condiciones de universalidad; a partir de ahora se consagraría la inequidad como destino inevitable del sistema. Una pena.