Hetty Green revolucionó los mercados de Estados Unidos y se convirtió en un ejemplo a seguir en la lucha por la igualdad de la mujer
A los 6 años, Hetty Green leía noticias financieras y reportes de acciones a su abuelo, quien le explicaba qué era bueno y por qué. Con 10 años ya estaba trabajando como su secretaria, escribiéndole cartas y participando en reuniones de negocios.
Así se cuenta en un perfil que publicó la revista National Magazine de Massachusetts (noroeste de EE.UU.) en 1905, quien es presentada como la mujer más rica del país. Y no solo eso: según el periodista e historiador Charles Slack, autor de la más completa biografía sobre Green (2004), fue la primera magnate de la historia de EEUU.
Henrietta Howland Robinson nació el 21 de noviembre de 1834 en New Bedford, Massachusetts, en el seno de una familia que era «rica desde hacía cuatro generaciones», contó a National Magazine.
Algunos dicen que cuando su padre murió, en 1865, le dejó 7,5 millones. Otros, que heredó 1 millón. Incluso la prestigiosa enciclopedia Britannica asegura que, entre el padre y la tía materna, que falleció ese mismo año, le dejaron un total de 10 millones.
Cualquiera sea el caso, para cuando Green murió en 1916, había amasado una fortuna de 100 millones, lo que hoy equivaldría a 1.600 millones, de acuerdo con Slack. O 3.800 millones actuales, según la Sociedad Histórica de Nueva Inglaterra.
Es que cada dato sobre la vida de Green parece estar disputado, rodeado de una variedad de exageraciones y cotilleos.
Lo que sí es cierto es que, en una época en que las mujeres ni siquiera podían votar, ella se convirtió en una de las mayores (y «más temidas», según Britannica) operadoras de Wall Street. Con su talento para las finanzas, la llamada «bruja de Wall Street» llevó la fortuna familiar a otro nivel.
Estrategia de negocios
Hetty Green expandió la fortuna familiar en base a la compra y venta de bienes raíces e hipotecas, otorgar préstamos e invertir en la bolsa de valores, especialmente en acciones de los sectores minero y de ferrocarriles, y bonos gubernamentales.
«Su estrategia de inversión en bienes raíces era comprar una propiedad barata cuando nadie la quería, aferrarse a ella hasta que surgiera interés y luego venderla cara», cuenta Ellen Terrell, especialista de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, en una publicación de 2012 dedicada a la magnate.
Si bien se volvió legendaria por su participación en Wall Street, Terrell asegura que era «menos activa» en su manejo de acciones: «Prefería comprarlos para inversión y no para especulación».
En lo que sí supo especular y hacer mucho dinero fue con los préstamos, especialmente durante el llamado pánico de 1907, una crisis financiera por la caída de Wall Street, que llevó a bancos y empresas a la bancarrota.
Según el libro «La bruja de Wall Street» (1936), Hetty Green vio el desplome aproximarse e hizo grandes esfuerzos para tener efectivo a disposición para otorgar préstamos.
Para cuando el pánico terminó, entre aquellos que le debían dinero estaba la ciudad de Nueva York, a quien le prestó más de US$1 millón de dólares a cambio de bonos de corto plazo.
Avara, despiadada y sucia
A pesar de sus millones, Green nunca dejó de llevar una vida humilde y de cuidar cada centavo.
Vivió en una cantidad de apartamentos pequeños y baratos en Brooklyn (Nueva York) y Hoboken (Nueva Jersey), «para evitar establecer una residencia y pagar impuestos», según un artículo del año pasado de la Sociedad Histórica de Nueva Inglaterra.
Además, gestionaba sus inversiones en una oficina establecida en el Chemical Bank de Nueva York, donde todos los días»almorzaba avena calentada en un radiador».
Pero, una vez más, la realidad y la ficción empiezan a ser difíciles de distinguir. La revista Smithsonian cuenta que, cuando Hetty Green tenía 20 años, su padre le llenó el armario de vestidos refinados para conseguirle un marido adinerado.
Ella, en cambio, decidió venderlos y comprarse fondos gubernamentales, sus favoritos. De hecho, Green usaba siempre vestidos de algodón negro, lo cual en parte le valió su apodo de «bruja».
Pero no solo usaba algodón en vez de seda o encaje, algo que ya era visto como un gesto de avaricia. Algunas publicaciones describen su vestuario como viejo y sucio.
Se dice también que no se lavaba las manos, que se atendía con médicos de organizaciones caritativas y que abandonó a su marido cuando los problemas financieros de él empezaron a interferir con la fortuna de ella.
Además, protagonizó numerosas demandas, algunas contra su propia familia, y llevaba siempre un arma consigo porque creía que había una conspiración de abogados en su contra.
«De acuerdo con casi todos los reportes, era una persona completamente desagradable, codiciosa, mezquina y a menudo francamente sucia«, dice el diario The New York Times al hacer una crítica del libro de Slack.
Incluso los diarios de la época solían llamarla «la mujer menos feliz de Nueva York». Sin embargo, en las últimas décadas, la imagen de Green empezó a cambiar.
Excéntrica en un mundo de hombres
«Sus excentricidades la convirtieron en el tema favorito de las secciones de chismes de los periódicos y circularon todo tipo de historias sobre su avaricia», explica la enciclopedia Britannica.
Algunas de estas anécdotas han sido desmentidas. Por ejemplo, respecto de su marido, Edward H. Green, con quien tuvo una niña y un varón, era rico y tenía con ella un inédito acuerdo prenupcial. Y, por si esto fuera poco, de acuerdo con la Sociedad Histórica de Nueva Inglaterra, cuando él enfermó, ella lo cuidó durante años hasta su muerte, en 1902.
No obstante, es probable que la anécdota más despiadada y repetida sobre Green sea que se negó a contratar un doctor para tratar una herida en la pierna de su hijo, lo cual luego derivó en su amputación.
«Amaba a su hijo y lo llevó a muchos médicos para que le curaran la pierna», asegura la Sociedad Histórica de Nueva Inglaterra. «Como muchas de las historias sobre ella», agrega, «se trató de una exageración. Y las historias sobre las cosas buenas que Hetty Green hizo rara vez o nunca fueron reportadas«.
Ejemplo de ello fue su apoyo público a los trabajadores del tranvía de Brooklyn en una huelga en 1895. La gente, dice el texto de la Sociedad Histórica de Nueva Inglaterra, no estaba acostumbrada a «una mujer que manejaba sus inversiones espectacularmente bien en tiempos en que no se le confiaba el dinero a las mujeres».
En su libro, Slack coincidió: «Al final, su mayor crimen parecería haber sido elegir vivir según sus propias reglas y no las de la sociedad«.