Enamorado de la Bolsa de Valores desde su juventud, el hijo de madre española y padre sirio pone a prueba sus capacidades empresariales y físicas a diario.
Al pensar en un bróker, la mente viaja hasta las escenas de ‘The Wolf of Wall Street’. La visión más común es la de un hombre de negocios que, con su peinado perfecto y costoso traje, se pasea por la ciudad en vehículos descapotable y una vida llena de lujos y excesos. Sin embargo, esa escena está más cerca de la ficción que de la realidad.
Para Josef Ajram todo comenzó con una pregunta: ¿Dónde está el límite? La respuesta no estaba en los tatuajes, los piercings, la ropa deportiva o el no haber realizado estudios universitarios. Simplemente, Josef no conoce de límites y esto le ha servido para superarse a sí mismo tanto en el ámbito financiero como deportivo.
La primera vez que Josef Ajram entró en la Bolsa de Valores de Madrid, solo tenía 16 años. Fue amor a primera vista. Los números saltando rápidamente en la pantalla y las grandes operaciones cerradas en segundos captaron su atención. “Desde ese momento comprendí que quería dedicarme a la Bolsa”. Su primera operación bursátil, no obstante, le ayudó a comprender que no sería un proceso sencillo. “Tomé los pocos ahorros que tenía y los invertí en Continente (actual Carrefour). Durante varios días vi cómo las acciones caían y perdía el dinero de mis manos como arena de playa”, afirma. Lejos de darse por vencido, el catalán comenzó a pensar cómo recuperar su inversión inicial.
“Lo primero fue hablar con mis profesores para saber qué carrera universitaria tenía que estudiar si quería dedicarme a la Bolsa. Me indicaron que Matemáticas o Estadísticas eran las opciones más favorables”, recuerda. Al mismo tiempo que preparaba la Selectividad, el joven aprovechó para organizar el viaje de fin de curso de sus compañeros, “a quienes les cobré un poco más para poder recuperar el dinero que había perdido anteriormente en mi primera inversión”. Si bien el plan parecía que iba sobre ruedas, el destino tenía otra estrategia. “Casi no pude dedicar tiempo a preparar el examen de acceso a la universidad, por lo que fui el único de toda la promoción que no aprobó la Selectividad”, confiesa.
Ajram reconoce que la difícil situación le sirvió como aprendizaje de vida. “Justamente fue en ese momento cuando comprendí que no podía sentirme como si fuera un fracasado. Al contrario, tendría que reconocer mis errores y aprender de ellos”. Los frutos de su esfuerzo llegarían durante la prueba de septiembre, donde obtendría la nota necesaria para estudiar Administración de Empresas en una universidad privada.
“Durante los dos primeros años fui un alumno más, pero las cosas cambiaron cuando llegó el tercer curso y observé que en el plan de estudios no se incluía ningún contenido sobre la Bolsa de Valores”, apunta. Esto le llevó a hablar con el director de la cátedra quien le explicó que la Bolsa era un juego y, por eso, no se estudiaba en el grado. “Entendí de inmediato que me había equivocado, que ese no era mi sitio”.
El toro por los cuernos
En la búsqueda de su sueño, Ajram afronta una de las conversaciones más difíciles con su padre. “Le expliqué que dejaría la universidad, pero que dedicaría las horas que antes eran de estudio a visitar la Bolsa de Valores y aprender lo máximo posible”. Aunque su explicación no convenció mucho a sus progenitores, la decisión ya estaba tomada. “Iba a diario, vestido de traje y con un currículum donde solo tenía experiencia como repartidor o trabajador en tiendas, pero con muchas ganas de emprender”. Esa determinación fue la que, justamente, le abrió las puertas para cumplir su sueño de la infancia.
“Como iba a diario a la Bolsa, conversaba y conocía a casi todos. Un día, uno de los empresarios me preguntó qué hacía ahí a diario. Le expliqué que mi sueño era trabajar en la Bolsa, indiferentemente del puesto. Debí caerle en gracia porque al día siguiente ya tenía empleo”, cuenta el actual bróker con 18 años de trayectoria profesional. “Durante los siguientes años tuve que aprender la importancia de la especialización. En mi caso, fue la economía española”, sentencia.
La crisis económica generada por la coyuntura en el mercado de las tecnológicas aumentó las dosis de estrés, llevándole a “trabajar una media de 14 horas diarias y dedicando unas pocas más a comer y dormir”. De ahí que desempolvase una de sus pasiones juveniles: la bicicleta. “Busqué mi antigua bicicleta y comencé a ir al trabajo en ella. Me reencontré con el deporte”, apunta. Poco se imaginaría que, gracias a esa decisión, terminaría por ser uno de los próximos ‘Ultraman’.
¿Y dónde está el límite?
Si hay una pregunta que ha permitido a Ajram nadar contra la corriente ha sido “dónde está el límite” de todo. Una incógnita que le permitió, en 2002, abandonar el trabajo que le había permitido entrar a la Bolsa de Valores de Madrid para empezar su propia empresa: “tengo que reconocer que fue una de las decisiones más seguras que he tomado a lo largo de mi vida”. ¿El motivo?, el control de tres variantes fundamentales: “tenía una inversión controlada y a mi alcance; un seguimiento de mis gastos fijos; y el beneficio de la movilidad”, explica.
Al mismo tiempo que aumentaron sus retos empresariales también lo hicieron los físicos. “Durante una ruta en bicicleta encontré a unas personas entrenando para un ‘Ultraman’, me sorprendió que, siendo mayores que yo, estaban dispuestos a nadar 10 kilómetros, ir en bicicleta otros 145 y correr 84 más. Así que imaginé que no sería tan difícil y decidí apuntarme”, comenta entre risas. Sin embargo, reconoce que “fue uno de los peores días de mi vida, pero me sirvió para entender la importancia de ser constante y de trazarme metas a corto y largo plazo”.
La pasión por la autosuperación le llevaría hasta el desierto de Marruecos o a Los Alpes para demostrar sus condiciones físicas. En los negocios, trabajó en el diseño de una marca única, de esas que ofrecen un valor añadido y diferencial. “La clave está en encontrar eso en lo que uno es bueno, saberlo explotar y comunicarlo, ya que sino nadie lo conocerá”, matiza. Para llegar hasta este punto, hay que saber perder; es decir, “cuando uno se equivoca o tropieza, la vida enseña a tener paciencia”.
La Bolsa de Valores de Madrid comienza un nuevo día. Entre índices que fluctúan y las operaciones que no cesan, Josef Ajram irrumpe en la sala con su vestimenta casual y sus tatuajes. A sus espaldas, la capacidad de aspirar a más, del apetito constante por alcanzar el siguiente nivel, ese que le convierte en un personaje único dentro del emprendimiento en España. Ahora, cuando parece que ha tocado techo, el bróker sonríe con picardía y se lo pregunta una vez más: ¿Dónde está el límite?