Hace cuatro años un día como hoy moría el magnate del sexo. Se llamaba Hugh Hefner, tenía 91 años y una fortuna de casi 43 millones de dólares amasada con aroma a sexo. Fundador de la mítica revista Playboy, se convirtió en los años ‘50 en un ícono de la revolución sexual.
Hefner tuvo la fortuna de nacer en un tiempo donde las pulsiones del deseo y de la liberación buscaban vías de escape. Él, que provenía de una familia religiosa y muy estricta, terminó siendo el catalizador ideal que dio rienda suelta al erotismo desenfrenado para traspasar toda barrera de represión sexual. Si hubiera nacido unas décadas después, quizá hubiese muerto pobre. O podría haber terminado tras las rejas.
En 1953 terminó fundando la mítica revista Playboy, una publicación para adultos. Para la primera edición tuvo una genial idea: se le ocurrió insertar como desplegable una vieja foto que había comprado de la actriz Marilyn Monroe desnuda. Fue un éxito total. Playboy revolucionó la concepción que había en la época sobre el sexo y se transformó en un precursor del erotismo gráfico.
Junto al éxito, llegó el dinero. En 1971 compró por 1.200.000 dólares una mansión de estilo neo Tudor, de piedra y ladrillo, de 1.300 metros cuadrados que había sido construida en 1927. Situada en el número 10236 de la calle Charing Cross, en el barrio de Holmby Hills, en Los Ángeles, Estados Unidos, esa enorme propiedad pasó a llamarse la Mansión Playboy.
Allí fue donde Hugh Hefner construyó su imperio. Hedonista y promiscuo armó su propio harem con algunas de las jóvenes modelos. Sus “Conejitas” (así se llamaba a esas chicas por el logo de la revista que era un conejo negro con moño) y sus sucesivas mujeres legales habitaban bajo el mismo techo. Llegó a tener siete novias a la vez. Por supuesto, la relación entre ellas no era nada fácil. Todas se disputaban los primeros puestos.
A los 85 años Hefner quedó totalmente sordo. Había tomado demasiado viagra a lo largo de su vida y el exceso de esas drogas para tener erecciones podría haber sido la causa de que tuviera que recurrir a audífonos. Sus conejitas, las gemelas Kristina y Karissa Shannon, revelaron: “Dice que prefiere seguir haciendo el amor a oír”.
Hefner siguió viviendo a su ritmo y envuelto en su robe de seda color sangre. Cuando en los últimos años, un importante diario norteamericano le preguntó sobre la cantidad de sexo que solía tener, respondió muy suelto: “Un par de veces a la semana. Es ahí cuando me tomo esa pastilla. Déjeme que le diga que ayuda mucho. Yo la llamo el pequeño ayudante de Dios”. Agregó que no tenía ningún acuerdo comercial con la marca de la pastillita azul y zanjó la cuestión riendo: “Les hago publicidad gratis”.
Al morir, Hefner dejó una fortuna valuada en 43 millones de dólares. Esta debía repartirse entre sus hijos Christie, que en ese momento tenía 65 años, David, 62, Marston, 27 y Cooper, 26; la escuela de cine de la universidad del sur de California; varias organizaciones de beneficencia y su viuda Crystal Harris, 31.
Pero dejó estrictas instrucciones para que los herederos pudieran acceder al dinero. Aquellos que utilizaran drogas o abusaran del alcohol, no podrían disfrutar de la herencia. Solo podrían hacerlo luego de un año de desintoxicación o sobriedad absoluta. Al fin y al cabo, su moral de crianza asomó póstumamente en su testamento.
Hefner, que había comprado su mansión (de 29 habitaciones, bodega, gimnasio, piscina con gruta artificial y cancha de tenis) en poco más de un millón de dólares, la vendió en 2016 en 100 millones. Un gran negocio para cerrar el ciclo de la vida. El comprador fue el banquero Daren Metropoulos (hijo del multimillonario griego Dean Metropoulos). Por contrato, Hefner arregló que podría seguir viviendo allí hasta su muerte. Algo que ocurrió justo un año después.