Cartas de la diáspora venezolana: Una ‘gocha’ en Perú

Ariana Briceño Roja, una ‘gocha’ inmigrante en Perú.
Ariana Briceño Roja, una ‘gocha’ inmigrante en Perú.

Ariana Briceño Rojas cuenta a IberoEconomía cómo descubrió “lo que implica ser inmigrante” cuando atendían a su esposo en un hospital peruano.

Ariana Briceño Rojas, licenciada en Periodismo con mención en Periodismo Económico por la Universidad de los Andes.
Ariana Briceño Rojas, licenciada en Periodismo con mención en Periodismo Económico por la Universidad de los Andes.

Una de las voces de la diáspora venezolana es Ariana Briceño Rojas. La joven, que es licenciada en Periodismo con mención en Periodismo Económico por la Universidad de los Andes, descubrió en su tercer mes en Perú “lo que implica ser inmigrante”. Una experiencia que le sirvió para comprender que al salir del país “hiciste lo correcto”, mientras que ahora sigue creciendo profesionalmente al llevar las redes sociales de distintas empresas. Ésta es su carta desde el exilio:

 

Hay momentos en la vida en las que el punto de inflexión para un mar de lágrimas se produce por algo aparentemente trivial y vacío para el resto del mundo. Las palabras de un desconocido que cumplía con su labor fueron para mí las más arrolladoras e hirientes en ese momento: “Señorita, no puede conectar el cargador de su teléfono en las instalaciones”.

 

Y allí estaba yo, sentada en la sala de espera de emergencias de un hospital sin saber qué sucedía con la única persona que me acompañaba en este viaje de migración. Una fiebre desbordada, un tratamiento que no hacía efecto y un llanto atragantado en el pecho y sin poder salir por el simple hecho que no era correcto. Sabía que, quien debía mantenerse fuerte en esta situación, era yo. La que estaba sana, la que debía resolver.

 

Pero escuchar a ese hombre en uniforme decirme que no podía cargar la batería de mi celular [móvil] me hizo sentir desolada, sin ninguna compañía, ni siquiera la de familiares en tierras lejanas que se sentaran en esa sala conmigo, al menos de forma virtual.

 

Después de tres meses en Perú, ese fue el momento en el que realmente entendí lo que implicaba ser un migrante. Estás sólo, sin respaldo y debes tomar las decisiones correctas en los momentos más incorrectos.

 

Lo confieso, me desbordé en lágrimas, tanto que las palabras no podían salir para reclamar, para pedir que me brindaran un poco de energía eléctrica, que sería rápido, que nadie se daría cuenta, que estaba sola, que por favor no me dejara más sola.

 

Aquel hombre se me quedó mirando sin saber qué hacer, sorprendido, apenado, desorientado. “Señorita es que no se puede”, me dijo con tono de consolación, “pero si quiere pase rápido a ver a su esposo y se devuelve”, mostrando es ese momento el gesto de humanidad que necesitaba.

 

Me levanté del asiento e intenté sonreírle, pasé por la sala de espera y dejé atrás el sonido de las risas de algunas personas que veían en un programa de televisión un sketch sobre la grancantidad de venezolanos en Perú.

 

Me asomé por la ventana de emergencia y allí estaba, con mejor semblante pero con miedo en su cara. “Me dijeron que tengo brucelosis y me mandaron este tratamiento”. Un récipe con la firma del doctor señalaba tres meses de tratamiento de antibióticos. Una enfermedad desconocida para mí, pero muy común en Perú.

 

Mientras mi esposo se angustiaba por el diagnóstico, yo sentí un alivio enorme. Después de tres días con fiebre ya sabíamos que tenía, ya sabíamos que se curaba y teníamos los antibióticos para cumplir con el tratamiento. Y es en esos momentos cuando te das ánimo. “Tranquilo, en Venezuela no tendríamos los antibióticos para todos los meses, no te atenderían como lo hicieron, no habría el dinero para pagar las atenciones médicas”.

 

Así poco a poco vas enumerando y validando en los peores momentos, en esos en los que te provoca salir corriendo y regresar a tu país, que hiciste lo correcto, que estás en el camino que te tocó vivir, que eres fuerte y puedes demostrarlo.

 

Encuentro un lugar escondido donde puedo cargar mi teléfono mientras dan el alta. Escribo rápido antes que me vean. “Hola, mamá… Todo bien, ya vamos de salida”. El guardia de seguridad pasa por un lado, mira de reojo, me brinda una sonrisa cómplice y sigue su camino.

 

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