Al celebrar los 65 años de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), no solo es momento de reflexionar sobre lo que ha cambiado, sino también de mirar hacia adelante y preguntarnos: ¿qué queda por hacer? A lo largo de estas décadas, la región ha atravesado transformaciones profundas, y es imposible ignorar que hoy vivimos en una América Latina más libre, más consciente de sus derechos y con una ciudadanía más activa. Pero si bien hemos recorrido un largo camino, aún hay muchos desafíos por superar.
Uno de los logros más evidentes en la región ha sido el fortalecimiento de las democracias. Si comparamos la situación actual con las décadas de los 60 y 70, es innegable que hoy las violaciones masivas de derechos humanos por parte de los gobiernos son menos frecuentes. Las dictaduras militares que dominaban gran parte del continente han sido reemplazadas, en su mayoría, por gobiernos democráticos que, aunque imperfectos, se enfrentan a mecanismos de control que antes no existían. La CIDH ha sido vital en este proceso, desde denunciar las desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales, hasta apoyar la creación de comisiones de la verdad y garantizar justicia para las víctimas de estos crímenes.
Sin embargo, el camino no ha sido sencillo ni está completo. Si bien muchos de estos avances democráticos se han consolidado, aún vivimos en una región donde la violencia estatal, la corrupción y la impunidad siguen siendo una realidad. La CIDH ha sido implacable al señalar estas fallas, pero su trabajo en este sentido no ha terminado. En el futuro, será crucial que la Comisión siga ejerciendo presión para que los gobiernos rindan cuentas y respeten los derechos fundamentales de sus ciudadanos, especialmente en aquellos países donde las instituciones son más débiles o donde los regímenes tienden a concentrar el poder.
Otro aspecto importante es la protección de los derechos de los grupos más vulnerables. En este sentido, uno de los mayores avances que ha visto la región es el reconocimiento progresivo de los derechos de las mujeres, los pueblos indígenas, las personas con discapacidad y la comunidad LGBTQ+. Hoy, hablar de derechos humanos ya no es únicamente hablar de las libertades clásicas como la libertad de expresión o de asociación, sino también de derechos económicos, sociales y culturales que afectan la vida diaria de millones de personas. La CIDH ha sido pionera en este sentido, impulsando recomendaciones que han servido para incluir a estos grupos en las políticas públicas de los países miembros.
A pesar de esto, aún hay mucho margen de mejora. Las mujeres en América Latina siguen enfrentando altas tasas de violencia de género, y en muchos países los derechos sexuales y reproductivos son limitados. Los pueblos indígenas, a pesar de algunos avances, continúan luchando por el reconocimiento de sus tierras y por la preservación de sus culturas frente a la explotación económica. Los migrantes, especialmente aquellos que se ven forzados a dejar sus países por conflictos o crisis económicas, se enfrentan a violaciones sistemáticas de sus derechos. La CIDH, en el futuro, deberá seguir siendo un actor clave en la defensa de estos derechos y en la promoción de políticas que garanticen la igualdad de condiciones para todos.
Una de las mayores pruebas que enfrentará la Comisión en las próximas décadas será adaptarse a las nuevas dinámicas globales que afectan a los derechos humanos. El cambio climático, por ejemplo, está provocando desplazamientos masivos y aumentando las desigualdades en la región. Los desastres naturales, las sequías y la pérdida de territorios productivos están afectando desproporcionadamente a los más pobres y a los pueblos indígenas, y esto plantea nuevas preguntas sobre cómo garantizar los derechos en este contexto. La CIDH tendrá que evolucionar y formular respuestas para abordar estas crisis, asegurando que los derechos de las personas afectadas por el cambio climático se respeten y que los gobiernos adopten políticas adecuadas para enfrentarlo.
Otra área clave de mejora es la protección de los defensores de derechos humanos. En muchos países de la región, activistas y periodistas siguen siendo perseguidos y asesinados por su trabajo. La Comisión deberá redoblar esfuerzos para garantizar que quienes denuncian violaciones de derechos humanos puedan hacerlo de manera segura y sin temor a represalias. Esto implica no solo denunciar estos actos, sino también trabajar con los gobiernos para crear mecanismos de protección más efectivos.
Finalmente, la CIDH debe seguir avanzando en la digitalización y modernización de sus procedimientos. En un mundo cada vez más interconectado, la tecnología puede ser una gran aliada para la promoción y protección de los derechos humanos. La Comisión debe aprovechar estas herramientas para mejorar su accesibilidad y garantizar que cualquier persona, sin importar su ubicación, pueda tener acceso a sus mecanismos de protección.
A futuro, la CIDH tiene el reto de no solo consolidar los avances que ya se han logrado, sino también de enfrentarse a las nuevas realidades del siglo XXI. La región ha cambiado, pero los derechos humanos son una lucha constante. Los 65 años de la Comisión son un testimonio de su relevancia, y si bien queda mucho por hacer, hay esperanza en que, con su trabajo incansable, América Latina seguirá avanzando hacia una sociedad más justa, equitativa y respetuosa de la dignidad humana.