Las cubiertas verdes o ajardinadas proliferan en los espacios urbanos. Entre sus múltiples ventajas, cabe destacar la mitigación del efecto “isla de calor”; la mejora del aislamiento térmico y acústico de la envolvente; la reducción de la demanda de energía y de las emisiones contaminantes del edificio; un mejor aprovechamiento de las aguas pluviales, y la renaturalización de las ciudades, mejorando la biodiversidad al crear nuevos espacios verdes.
Pero, además, permiten la instalación de paneles solares, contribuyendo al incremento de la producción de energía renovable y mejorando el confort térmico y acústico en el interior del edificio. Son las llamadas cubiertas biosolares.
“Se trata de soluciones integrales, sostenibles y limpias, que nos permiten abordar con eficacia problemas tan complejos como el sobrecalentamiento de las ciudades o el abastecimiento de energía a través de fuentes renovables”, explican desde AIFIm, la Asociación Ibérica de Fabricantes de Impermeabilización.
La entidad, que cuenta entre sus miembros con las principales empresas del sector (ASSA, BMI-Chova, Danosa, Krypton Chemical, Mapei, Renolit-Alkorplan, Sika y Soprema) destaca la importante aportación de las cubiertas biosolares en el camino hacia la descarbonización del parque edificado y el papel que juega la impermeabilización en el correcto funcionamiento de estos elementos.
“Este tipo de cubiertas mejoran la calidad del aire en los núcleos urbanos y reducen la temperatura, refrescando el ambiente, y actúan sobre la demanda de energía en el edificio. Pero, además, nos permiten incrementar la producción de energía limpia y renovable, por encima de la media de producción de una cubierta estándar”, apuntan.
Según datos de la Universidad Tecnológica de Sídney, el rendimiento de las instalaciones fotovoltaicas situadas sobre un tejado verde, mejora hasta un 3,6%, comparándola con la producción convencional. Esto se debe, en buena medida, a que el incremento de la temperatura en las cubiertas afecta a la tensión en las células, provocando un descenso en su rendimiento. “La temperatura de la cubierta tiene una relación directa con el rendimiento de la instalación fotovoltaica, especialmente en verano, cuando un material convencional puede llegar a alcanzar los 70ºC, mientras que las cubiertas ajardinadas apenas están en los 25ºC. Por cada grado menos de temperatura sobre la cubierta, la producción mejora entre un 0,3% y un 0,5%”, afirman desde AIFIm.
Las cubiertas biosolares también tienen una incidencia directa en la mejora del confort térmico y acústico en el interior del edificio. El sustrato vegetal actúa como elemento aislante, reduciendo la demanda de energía para climatización en el interior –hasta un 14% en comparación con edificios situados en áreas sin arbolado ni jardines, según datos de la asociación–. Al instalar placas solares, estas también crean zonas de sombra que ayudan a rebajar la temperatura dentro de los inmuebles, especialmente en los meses más calurosos del año.
Además, la instalación actuará como “protección” extraordinaria de la cubierta ante los agentes externos.
Para garantizar el correcto funcionamiento de una cubierta biosolar desde AIFIm destacan la importancia de su diseño, prestando especial atención al sistema de impermeabilización. “En el mercado existen distintos tipos de soluciones tanto líquidas, como sintéticas y bituminosas, y todas con certificado anti-raíces, que nos permitirán construir un elemento resistente y duradero, de fácil mantenimiento a lo largo de toda la vida útil del edificio”, concluyen.