Esta semana, el Consejo de ministros del gobierno de España, aprobó la reforma de la ley de salud sexual y reproductiva e interrupción voluntaria del embarazo, conocida como ley del aborto.
Uno de los puntos que ha generado mayor polémica, ha sido el que se refiere a la capacidad que tendrán las jóvenes, de entre dieciséis y dieciocho años, de poder practicarse un aborto sin la autorización de sus padres o representantes legales, ni siquiera quedan sujetas a los tres días de reflexión estipulados para que, las jóvenes y sus familias pudieran meditar una decisión que cambiará el resto de sus vidas.
El aborto ha sido tratado desde hace años como un tema tabú, siendo la izquierda mundial, la que ha sacado partido político -es lo único que les interesa-, creando un relato sobre cómo el aborto es sinónimo de liberación y protesta contra un sistema patriarcal que las subyuga en todo lugar, momento y faceta de sus vidas. Pero es eso, un relato.
Un relato malsano y malintencionado que, aunque desenmascara la hipocresía de aquellos que se rasgan las vestiduras por «el bienestar social», tiene consecuencias devastadoras para las jóvenes que abortan, sus familias y, no se diga ya de los bebés que son asesinados, así como lo lee, asesinados.
Parte de las razones por las que el aborto ha sido tratado como tabú, son aquellas que tienen que ver con la salud de la madre y del bebé que espera o bien, las causas de ese embarazo; es decir, si la madre ha sido víctima de una violación.
Ciertamente es un tema delicado, y precisamente por eso debe ser debatido. No debemos claudicar en la defensa de la vida por miedo al qué dirán, por la falta de argumentos y mucho menos, por querer quedar bien con Dios y con el diablo. No olvidemos que el derecho a la vida es el derecho humano fundamental por excelencia.
No importa lo que digan, ni cuantas veces, ni qué tan alto; en un aborto, el único que pierde, es el bebé.
El bebé es el único al que no se le pregunta, el único que no puede decir nada, el que no tiene voz ni voto; y es precisamente él, el que debería ser defendido y asistido por todos, el condenado a muerte.
En una sociedad que se jacta de tolerante y abierta, donde los ingentes canales de información, de asistencia médica y sicológica, o la abundancia de anticonceptivos no son suficientes, el gobierno socialista de España decide -para tener contentos a sus socios y así
mantenerse en el poder-, dar a las jóvenes menores de edad, el poder de decidir sobre la vida de otro ser humano, sin pedir permiso a sus padres o tener siquiera, la obligación de meditar sobre la decisión que va a tomar.
Cientos de frentes son los que este gobierno tiene abiertos contra la sociedad española, contra las instituciones, la cultura, la historia y la familia. La familia que, a través de los valores cristianos, imprimen esa identidad que nos caracteriza como españoles y nos hermana con
toda Hispanoamérica.
El aborto es contrario a la vida. No se puede transmitir la responsabilidad de un acto sobre el único que no tiene responsabilidad. Aun entendiendo circunstancias por demás dolorosas, como enfermedades que pueda sufrir el bebé o violaciones, cualquier posibilidad de traer una vida debe ser defendida y protegida.