La Empresa, se debe señalar con suma claridad, que es obviamente y sin ningún género de dudas, el motor económico de cualquier Economía. La Empresa resulta ser del todo necesaria, incluso, para poder realizar la implementación de vertebración de una Sociedad. Pues de su generación de riqueza depende, lógicamente, la posibilidad del tipo de Sociedad que se puede llegar a conseguir. Y por supuesto de su estabilidad y viabilidad. En el ámbito de los economistas, se suele generalmente definir a la empresa como la unidad económica de producción. Una propuesta para crear riqueza en el país.
Aunque dicho lo anterior, lógicamente, trasciende de ser tan sólo ésto; pues se puede colegir con facilidad, que del cómo sean esas empresas, depende la capacidad económica de dicha economía y también más concretamente la de sus propios ciudadanos que la conforman. Por ello es muy importante, la viabilidad en el tiempo de esas empresas, y también la manera de proceder que tengan con todos y cada uno de los factores, que deban tener una interactuación para poder continuar existiendo.
Antes de continuar, hay que destacar que una vez comprendido lo anterior, resulta evidente que la Empresa debe nacer, evidentemente, para poder pervivir, con el objeto de satisfacer una necesidad de Demanda; ya que de no ser así sería un problema añadido para ello. Puesta en evidencia la importantísima función de la Empresa con la rotundidad expresada, hay que decir que para crearlas y desarrollarlas, sin duda, se necesitan empresarios que las dirijan hacia el éxito. Aunque no es menos cierto que al fin y al postre; una empresa se encuentra sostenida, fundamentalmente por todos los factores, que son necesarios y la conforman.
Y uno de estos factores fundamentales, resulta obvio, que es el Trabajador. Desde los inicios de la Historia empresarial, se ha alimentado una dicotomía, que ha llegado hasta el enfrentamiento, entre empresario y trabajador precisamente por no haber comprendido, que cualquier empresa, utilizando una similitud marinera, es realmente como un barco. Y si zozobra ese barco, su hundimiento implica, sin remisión, a todos los que se encuentran en él.
Afortunadamente, estamos viendo que este paradigma se va entendiendo de una manera más extensa, entre los empresarios. Y empresarios como el norteamericano Henry Ford, que señalaba que él pagaba a sus trabajadores más que la competencia, para que trabajaran duro y pudieran comprar uno de sus automóviles. El vizcaíno, Sir Ramón de la Sota, que creo la que se puede considerar como la primera industria de Valencia, en el Puerto de Sagunto. Y que lo hizo creando adicionalmente toda una infraestructura sanitaria, de educación y de servicios; precisamente, pensando en que sus trabajadores pudieran vivir dignamente.
Y en la actualidad, D. Amancio Ortega, que trata de ayudar a sus trabajadores para que pueda existir una conciliación entre trabajo y familia. Todo ello nos puede indicar que es posible pensar, que el cambio de paradigma, en lo relativo a la Cultura empresarial, va afianzándose aunque sea lentamente. Y que aquella Filosofía empresarial, que en la década de los años noventa del siglo pasado, trató de exponer José Ignacio López de Arriortua, en la que se hacía consideración especial y preponderante al Sr.; Trabajador, se va felizmente asimilando; alejándose así de las proposiciones del Liberalismo Económico, que parece que han estado ganando adeptos, consolidándose así de esta manera, como la idea que prima en la actualidad; y que no tienen consideración alguna, de todo lo relativo al bienestar necesario del Sr. Trabajador.
Y provocan, indefectiblemente, un enfrentamiento nocivo, a todas luces, entre trabajador y empresario. Pues sin duda alguna, en toda relación biunívoca, para que pueda perdurar en el tiempo; debe existir siempre, lo que se denomina de una manera habitual y por lo general; como equilibrio tecnocrático. Y así concretamente, en esto que nos ocupa, alcanzar de una manera incontrovertible, la excelencia empresarial deseada.
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