El PIR, la garantía de asistencia ante el trastorno mental

Miriam Jiménez, coordinadora de la Plataforma APPI y vocal de ANPIR.
Miriam Jiménez, coordinadora de la Plataforma APPI y vocal de ANPIR.

No son pocas las veces que he tenido la oportunidad de encontrarme con anuncios, carteles o incluso centros a pie de calle en los que se ofrecen los servicios de psicólogos clínicos. Sin embargo, cuando he podido investigar un poco acerca de los mismos, realmente muy pocos contaban de verdad con psicólogos clínicos especialistas.

El PIR ha sido un logro fruto de la lucha de muchos psicólogos y psicólogas que se esforzaron para que el Ministerio de Sanidad reconociera como figura de facultativo especialista a la psicología clínica. Y no es sólo un título. Es una formación extensa, que permite, cuando se finaliza, ser capaz de evaluar, diagnosticar e intervenir en el contexto de la enfermedad mental.

El acceso al PIR es difícil, mentiría si dijera lo contrario. Hay una escasez de plazas exagerada en comparación con las necesidades reales en la población y con los estudiantes de Psicología que se gradúan cada año. Así, se crea un agobiante embudo donde sólo unos 128 al año pueden acceder a formarse como especialistas. Pero esto no justifica la falta de ética profesional y el “todo vale”.

El PIR cuesta trabajo, requiere de sacrificio y esfuerzo, como todo lo que merece la pena en la vida. Pero no es un sacrificio en vano. La experiencia me ha demostrado que quien la sigue la consigue y que si uno se lo propone, y sus circunstancias vitales se lo permiten, puede acabar consiguiendo la plaza. Sin embargo, en un mundo como el actual, donde la inmediatez está a la orden del día, es difícil para algunos encontrar el espacio para la paciencia y la constancia (y la tolerancia a la incertidumbre añadiría) que requiere prepararse una oposición.

Parecen más sencillas otras soluciones. Y no es criticable, si cada uno se ciñese a ejercer en aquello en lo que se ha preparado. El error está en querer trabajar con enfermedad mental cuando no se es especialista. En autodenominarse clínico cuando no se ha recibido el título por parte del Ministerio de Sanidad. En intervenir con pacientes que creen estar en manos de facultativos, con la formación que supuestamente respalda a éstos, sin poseer realmente ese título.

En España la denominación de Psicólogo Clínico sólo está regulada para aquellos que poseen la especialidad, sin excepción. Y es la mínima formación con la que merecen ser atendidas las personas que padecen cualquier trastorno mental.

Claro que es difícil, claro que cuesta, y claro que a todos nos gustaría conseguir el trabajo ideal y vocacional nada más terminar la carrera. Pero lamentablemente la vida no es así, y menos aún en el mundo laboral.

Me resulta triste y un desprecio a la profesión y a los pacientes, ver cómo otros compañeros psicólogos trabajan en ámbitos donde sólo puede hacerlo legalmente un psicólogo clínico. Lo digo sin tapujos, es ilegal y además, falto de ética. Yo decidí estudiar el PIR, invertir varios años en prepararme una oposición que no sabía si aprobaría en algún momento.

Y lo decidí porque no quería ejercer de cualquier forma, aunque fuera lo fácil. Y lo conseguí, a pesar de las dificultades. Y así lo han conseguido año tras año personas de todo tipo. Porque los psicólogos clínicos no son un grupo elitista que nada quiere saber del resto del mundo. Los psicólogos clínicos son profesionales, que con esfuerzo han podido formarse en la única vía que existe actualmente para ello, el PIR, y han logrado así poder trabajar en lo que más les gusta, la Psicología Clínica.

Miriam Jiménez, coordinadora de la Plataforma APPI y vocal de ANPIR.