Decía Confucio, el gran pensador chino, hace 500 años antes de Cristo que “la fortaleza de una nación deriva de la fortaleza de cada uno de sus hogares”. Y uno de los emprendedores más brillantes del siglo XX, Lee Lacocca, remarcaba: “La única roca que conozco que se mantiene constante, la única institución que funciona, es la familia”. ¿Pero no creen ustedes, que la familia actual, como todo, está sujeta a revisión? ¿Serán las familias de los próximos años parecidas a las actuales? Y aún más: ¿Existirán las familias?
Para contestar a estas preguntas debiéramos empezar por respondernos primeramente a esta: ¿por qué existen y son tan importantes las familias? Porque no en todas las especies de animales la importancia de la familia es igual a la de la especie humana. Inclusive, en la mayoría, al poco de nacer los hijos, la familia como tal desaparece, quedando solo, en algunos casos, el papel protector de la madre durante un pequeño tiempo. Y, luego, nada.
El hombre nace prematuro, un niño absolutamente desvalido, y necesita el apoyo de ambos padres durante largo tiempo para salir adelante. La raíz de la palabra familia, viene de fames (hambre), la familia sería pues un grupo de personas que combaten el hambre juntos. Antiguamente el padre se encargaba de la defensa ante los depredadores y de traer comida, mientras que la madre lo hacía del cuidado de la prole y de la enseñanza. Siendo esta última también clave en la justificación de la necesidad de la familia.
Lo explica muy bien el famosísimo autor de Sapiens, Yuval Noah Harari: a diferencia del resto de animales superiores, que nacen como productos terminados (vasijas de vidrio, los llama, que si tratas de moldearlos se quiebran), equipados definitivamente con sus instintos y cultura de especie, los niños nacen como una gelatina de vidrio, pendiente de moldear, a la espera de que la cultura y valores de su familia y, posteriormente, de su entorno los vayan configurando definitivamente.
La importancia de esta vertiente educativa y moldeadora del pensamiento del niño, particularmente durante el siglo XIX, quisieron apropiársela algunos de los estados de orientación comunista, para sus propios fines, intentando sustituir la familia por una especie de amor libre sin compromiso con los hijos que pasarían a su tutela. Pero, en términos generales, la familia tradicional y monógama se ha mantenido muy mayoritaria hasta nuestros días, donde está sufriendo una serie de vaivenes importantes que la afectan.
Por una parte: el estado del bienestar de las sociedades avanzadas se ha hecho cargo de una parte importante de las funciones de la familia: cuidado de personas mayores y educación gratuita a partir de los 2 años.
Por otra parte, la revolución de la mujer y su incorporación plena y generalizada al mundo laboral, ha producido un cambio rotundo en los roles de la pareja dentro de la familia, donde ambos padres acometen, o debieran acometer, en igualdad de condiciones y sin especialización por género, todas las funciones, obligaciones y compromisos necesarios para el funcionamiento de la misma.
El reconocimiento y respeto hacia todas las minorías de orientación sexual, o vocación monoparental, diferentes a la mayoritaria hetero, ha producido también, aunque probablemente es más en la apariencia que en el fondo, un menoscabo de la imagen de la familia tradicional. Que no de la familia en sí: porque se está evidenciando que más importante que los lazos de consanguineidad de la misma es el hecho de vivir juntos y afrontar conjuntamente un mismo destino trenzado a base de compromiso a largo plazo entre sus miembros. Como lo demuestra así mismo el auge de las familias con niños adoptados.
Paralelamente se observa una presión cultural y mediática en contra de la familia, que tiene también una raíz económica y de consumo. La familia pasa por ser la más eficiente y austera unidad económica, por uso de espacios habitables comunes y de recursos utilizables por varias personas a un tiempo, que choca directamente con la tendencia al sobreconsumo, cuando no al despilfarro, al que se inclina a veces un capitalismo exagerado en busca de su ilimitado crecimiento. La proliferación de segundas y terceras familias, con necesidad de dobles y triples viviendas y la desorganización en el manejo de las relaciones con los “ex” de todo tipo, o la proliferación de formas de vida solteras para las que se necesitan prácticamente los mismos recursos que para toda una familia, evidencian esto que comento.
Pero no es todo lo anterior, ni cada una de sus partes ni todo en su conjunto, la mayor amenaza para la supervivencia de la familia tal y como la conocemos actualmente. El mayor peligro es, sin duda, el egocentrismo, el individualismo y la falta de compromiso a largo plazo que se extiende como una gran mancha de aceite entre los jóvenes. Lo primero, no hay compromiso a largo plazo entre ellos como pareja, más bien lo rehúyen sistemáticamente. Y, en los casos que lo hay, es a menudo para conjugar los dos individualismos de ambos miembros de la misma, sin que quepa espacio para destinar energía adicional y tiempo a crear, mantener y educar una prole. Como mucho, el instinto maternal de última hora está produciendo un solo hijo de padres mayores y desganados. Hablo mayormente de España, uno de los países con menor tasa de natalidad del mundo actualmente.
Yo lo atribuyo, mayormente, a un movimiento pendular que ya han registrado otras sociedades avanzadas como Francia o Suecia, donde de esta situación que vivimos en España se ha pasado a otra donde se prima las familias con 2 ó 3 hijos. Eso sí, apoyadas decididamente por el Estado, con políticas fiscales y de conciliación adecuadas. Porque, al fin y al cabo, si no hay compromiso con la familia, ¿cómo alguien puede esperar que lo haya con su ciudad o con su nación? ¿Tiene sentido un mundo de ciudadanos encapsulados todos ellos en su propia burbuja y ensimismados en sus propias entretelas?
En nuestro reciente libro “Soñadores – Aprende a materializar tus sueños” hemos entrevistado a 27 emprendedores, si hay alguien obsesionado con su proyecto personal ese es un emprendedor. Pues bien, a pesar de ello, la respuesta general de todos ellos ha sido poner en valor la familia como el bien más preciado.
Recuerdo lo que nos dijo un joven emprendedor de solo 26 años que es uno de los más punteros actualmente en el sector de las nuevas tecnologías y de la inteligencia artificial, Jorge Schnura: “Lo más importante en la vida es formar una familia y atreverse a depender de ella. Esto parece que no está de moda hoy en día: los jóvenes están centrados en ellos mismos, en ser independientes, ausentes de compromiso, pero es la dependencia de los demás y el compromiso, precisamente, lo que nos hace más humanos. Y vivir una vida plena”.
Así que, ese movimiento pendular que yo preveo ya está renaciendo en sectores de la juventud actual que se ven atraídos de nuevo por la familia que, como toda institución, también deberá mejorarse a sí misma, fomentando la autoestima, la justicia y el respeto de sus miembros, tanto entre la pareja como entre esta y sus hijos. Porque lo reconozcamos o no, la familia ha sido, y yo creo que sigue siendo, el gran empeño vital de todos nosotros. Ya nos lo avisó el gran literato francés André Maurois: “Sin una familia, el hombre se siente solo en el mundo, tiembla de frío”.
Y si lo que queremos es hacer un mundo mejor, la solución no ha de ser ir contra ella, como ya nos dejó dicho la gran Teresa de Calcuta: “Si quieres mejorar el mundo, ve a casa y ama a tu familia”. De amar, precisamente, va, en mi opinión, la cuestión clave de la supervivencia de la misma.
Francisco Rodríguez Tejedor/Economista y escritor.