Juan Carlos Méndez Guédez y su historia del boxeador Leonel Hernández: combates del amor e insomnio

Juan Carlos Méndez Guédez
Foto: Vasco Szinetar

Juan Carlos Méndez Guédez (Barquisimeto, 1967) Escritor radicado en España hace más de 20 años, vuelve acompañado de la editorial Caballito de acero, con una historia sobre el boxeador Leonel Hernández, los combates del amor y del insomnio.

El mundo literario del escritor está cargado de conexiones con su infancia y su juventud, mundos paralelos y distantes que se mezclan en su ficción.

Con una veintena de libros, publicados entre Venezuela, España, Estados Unidos, Colombia y Francia. Después del éxito de Los maletines (Siruela, 2014) traducido al francés (Editions Métailié, 2018), La Diosa de agua: cuentos y mitos del Amazonas (Páginas de espuma, 2020); en octubre los lectores franceses podrán disfrutar de La ola detenida (publicada en español por Harpercollins en 2017)

Los libros del autor, incluido Round 15, estarán disponibles en la Feria del libro de Madrid, del 10 al 26 de septiembre, edición dedicada a Colombia. 

Introduce en estas páginas reflexiones sobre la ansiedad por la espera, el descalabro del amor y la derrota ¿Podría aclararnos como se encuentran estos dos temas: el insomnio y el boxeo?

Un libro surge cuando en tu cabeza se conectan dos fragmentos que flotaban allí por separado. Es como si los escritores fuésemos una Penélope que teje y teje y teje y crea una forma unitaria a partir de hilos sueltos. 

El boxeo me encantaba de niño y adolescente. Luego perdí afición, pero un día leyendo la inteligencia con que Joyce Carol Oates realiza una reflexión sobre lo boxístico, me reencontré con mi pasión por los combates. 

El caso es que seguí dándole vueltas a las grandes peleas, a las figuras que perduraban en mi imaginación, y revelan una condición de lo humano más allá del combate mismo. Así pensé en un boxeador que nunca he olvidado: Leonel Hernández. Un peleador que luchó cinco veces por el título mundial y jamás pudo conseguirlo. 

Me conmovía mucho esa imagen del que está a punto, pero jamás llega. Porque, además, Leonel Hernández debió obtener el título en su segunda y en su cuarta pelea, solo que los jueces lo robaron descaradamente; entonces él le dijo a un periodista: “yo no nací para ser campeón del mundo”, y así fue, su profecía se cumplió: volvió a pelear una quinta vez y volvió a perder. Un destino del que no puede escaparse. En ocasiones por una injusticia, a veces por apatía, a veces porque tropiezas con un titán como Alexis Arguello. 

Hernández conoció todas las maneras de perder su gran oportunidad. 

Y en cuanto al insomnio…Bueno, hablamos del tiempo sin tiempo. El momento en que vamos en vía contraria al resto de la humanidad que duerme. En cierto momento pensé que esta historia de derrota debía ocurrir en el insomnio. Ese es un momento ideal para enfrentarnos a ciertas ideas que nos persiguen y que durante la normalidad diurna no aparecen. 

El protagonista insomne de Round 15 sabe que la mujer que ama lo abandonará esa misma noche, y así comienza a desplegarse la memoria de su vida, su infancia, su juventud, y allí la figura de Leonel Hernández se le impone como una gran interrogante. Es algo que me resultaba perturbador: si existen tantos boxeadores rutinariamente exitosos, ¿por qué a veces la memoria se queda fija en uno que jamás consiguió su sueño? 

Uno de los elementos que resalta en Round 15 es la perturbación del sueño. Me gustaría saber si para usted el insomnio –padecido por muchos escritores– tiene alguna función creadora 

Soy malísimo para citar. Pero hay un verso del poeta: Gonzalo Márquez Cristo que dice aproximadamente: El ojo insomne nos condena/ por eso cultivamos lo invisible. Me gusta esa conexión entre el insomnio y lo que no es evidente. En esas horas de tormento se nos revelan capas desconocidas de la realidad. Fíjate que pienso algo: el insomnio es un descontrol del lenguaje, una alteración de la sintaxis. 

El lenguaje del insomne es un torrente que no se detiene, son palabras y frases sin control. Ha llegado la hora de descansar, pero hay una voz en nosotros que se ha hecho incontrolable, y es una voz que trae fantasmas, miedos, ausencias, brujas… 

¿Función creadora del insomnio? En principio no la tiene. Es algo pesadillesco, pero cuando decides que la vida girará alrededor de la escritura, te conviertes en una suerte de mago que trata de convertir cada experiencia en una imagen construida por palabras.   

En el caso de Round 15, el protagonista transforma su insomnio en una revisión de su vida en la que se atreve a asomarse a ciertos abismos que normalmente elude.

Fíjate algo, existen ciertos discursos sociales anacrónicos que atribuyen a la mujer la condición de manejar la intriga y los actos taimados como un modo de lograr objetivos amorosos. Sabemos que esto no es cierto; cada quien es cada quien. Por otro lado, el hombre protagonista de esta novela, se enfrenta a la evidencia de que en su deseo de vivir junto a la mujer que ama, ha ejercido la traición, la torpeza, los dobles discursos, los convenientes olvidos. Eso sin contar la humillación máxima; el protagonista de Round 15 es como se dice en una canción de Javier Solís (que también cantó Felipe Pirela), un malquerido. Ha sido capaz de vivir más de veinte años con una mujer que ama a otro hombre. 

Esa visión tan descarnada sobre sí mismo, quizá solo es posible en esa noche sin sueño que lo ha convertido en una Penélope que intenta no caer en la desesperación. 

Te confieso que muchas veces he imaginado que los boleros se componen durante el insomnio de las madrugadas. Quizá a mi manera, me he inventado un bolero, pero con forma de novela corta. 

Alexis Arguello era un boxeador con sintaxis. Así comienza Round 15 El tema del boxeo es utilizado como elemento de apertura de la obra…  ¿para alertar al lector sobre qué?

Con tu pregunta advierto que abrí Round 15 invocando precisamente algo que el insomnio no contiene: un orden, una estructura que facilita la comprensión y la claridad. 

Ya no hablo tan solo de que Alexis Arguello era un maravilloso boxeador con una estupenda expresión oral; sino de que el protagonista de mi novela resalta precisamente esa característica. Parece obvio que él necesita pensar en un lenguaje con secuencias, con armonía, con ritmo, con nitidez. 

Yo me acerco a los temas con naturalidad. Sé que el boxeo es un tema incómodo para muchos en este tiempo de moralinas en que pareciera que la creación artística debe ser edificante y complacer a los concejales de cultura y a los profesores de la corrección política en las universidades. Pero no tengo esa vocación pedagógica, reivindicativa, identitaria. 

Disfruto la escritura, disfruto extraviándome en ella y en sus abismos. Hablar de boxeo puede incomodar a algunos, sé que hablar de brujería y de una diosa mujer como hice en mi libro anterior puede incomodar a otros. No lo hago para irritar a nadie, pero tampoco tengo tentación de ser complaciente con quienes buscan en la lectura una confirmación de sus prejuicios.

Pongamos que mis temas no son amables, ni populares, ni intelectuales, ni edificantes. Correré ese riesgo. Mira, hay un ensayo precioso de Eliade en el que habla de esos libros perfectos, muy alabados, que son libros muertos; y él expone que existe una creación artística distinta, dinamizada, removida, y que nace del ridículo, de su liberadora energía. 

Digamos que lo que intento cada vez que me siento a escribir es hacer una vez más el ridículo; tener esa libertad, esa levedad insospechada.    

Joyce Carol Oates –una de tus escritoras predilectas– afirma que para escribir hay que ser implacable con el estado de ánimo ¿Es el estado de ánimo el que dicta la escritura o es la escritura la que propicia el estado de ánimo?

Cada libro es una circunstancia distinta. García Márquez lloró cuando murió uno de los personajes principales de Cien Años de Soledad; es como si el libro le estuviese dictando un estado de ánimo. Hemingway pareció impregnar su novela Al otro lado del río y entre los árboles, de su miedo al deterioro, a la vejez, a los amores condenados; por eso hay tensiones tan contradictorias en ese libro en el que hay un coronel muy fuerte, que por momentos se revela tan frágil. Y pienso luego en el Cabrera Infante de La Habana para un Infante difunto; es un libro que él inicia cuando está saliendo de una terrible depresión y que escribe bajo el temor de que se le olvide la ciudad en la que fue feliz; y resulta que es un libro que refulge, es un libro que jadea, que ríe, que gime de gozo. 

Así que no tengo una respuesta clara para lo que me preguntas. 

Terminé de escribir Round 15 en Quito, en una feria del libro. Es una ciudad a mucha altura, y yo estaba de muy buen humor, leyendo a dos excelentes escritoras que acababa de conocer: Katya Adaui y Magela Baudoin. Estuve mareado todo el tiempo. Una tarde en la feria, cada vez que me movía, me enteraba de que a uno de los escritores invitados se lo habían llevado en ambulancia. Yo pensaba que sería el próximo en caer, pero me había comprometido con Luis Alejandro, el editor de Caballito de Acero, a entregarle la novela ese mes. Mi estado de ánimo era que antes de desmayarme debía terminar esta historia. Así que entre mareo y mareo tecleaba en el ordenador y me arrojaba en la cama para recuperar el aire. Era como si estuviese tratando de llegar al round 15.

Ojalá ese estado de ánimo se haya transmitido al libro: resistir, resistir, resistir siempre. 

¿Los personajes de Round 15 se constituyen en la parodia o en la compasión?
Tengo libros muy paródicos, como puede ser Chulapos Mambo, pero en Round 15 creo que el sentimiento fundamental es la compasión, la empatía. Hay un personaje al que su destino lo está alcanzando; no importa todo lo que él haya intentado en su vida; su destino es perder a la mujer que ama, y aunque hayan pasado veinticinco años, sus tretas ya no tienen poder. Por más fintas que haga, por más que esté bailoteando sobre su propia vida, el golpe definitivo está al caer. 

En Round 15 existe una alusión a la condición inexorable del amor …

Bueno, en un libro precioso de Sergio Pitol: El mago de Viena, el autor mexicano refiere que en una noche festiva en La Habana amaneció en la calle con unos zapatos ajenos. Creo que fue Villoro el que subraya esta anécdota como una actitud ante la escritura. Escribir es eso, caminar con unos zapatos que no son nuestros, pero llegar a nuestro destino.

Si tu revisas el tema amoroso en mi escritura, verás que utilizo muy distintos zapatos. Hay libros de gran ternura y optimismo, libros feroces y crueles, hay libros como Round 15 en el que el personaje se sabe derrotado, pero quiere terminar el combate de pie. 

No creo que haya una condición inexorable del amor; hay muchas condiciones. Lo delicioso es poder escribir muchas de ellas.  

«Cualquier obra literaria que aspire a arte debe olvidarse de la política, religión y en última instancia, la moral. De otro modo, será un panfleto, un sermón o una alegoría moral.» Guillermo Cabrera Infante

¿Cuál es su consideración sobre esto? 

Algo te asomé en una respuesta anterior. Me aterra el arte cívico, el arte edificante. La ecología, la igualdad, las minorías, son temas que pueden despertar un cierto posicionamiento ético, pero que eso esté ubicado de manera pedagógica en un libro me recuerda los peores momentos del realismo socialista. La literatura es imaginación, es contacto con el fulgor y lo sombrío; es trabajo sobre el artificio y la estructura, no es discurso moralizante ni educación a distancia.  

Me fascinan los libros de Blanca Riestra o Nicolás Melini o Ernesto Pérez Zúñiga, autores que se asoman al abismo, que irritan, que incomodan, que construyen universos con palabras, que no quieren ser simpáticos ni correctos. Por eso me encantan Sergio Pitol o Joyce Carol Oates o Simenon, porque con ellos me asomo a la sombra y huyo de los sermones.

Un libro, si acaso, puede llegar a servirle al que lo escribió y a algún lector, para reconocerse y desconocerse; para encontrarse y extraviarse. Pienso de nuevo en Round 15, en su relación entre la palabra, la noche, la derrota. Te confieso algo; en una madrugada del año 94 murió trágicamente uno de mis amigos más queridos, un hermano de la vida. Alguien cercano me contó que dejó una nota de despedida; una nota muy mal escrita en la que era difícil comprender lo que intentaba decir. Quizá la sintaxis destruida de la noche y del insomnio se habían apoderado de él. Bueno, pues escribir y leer es entonces un modo de que el insomnio no nos imponga su sintaxis descoyuntada, escribir y leer son formas de que la noche no sea tan noche, y de que tal vez podamos mirar el sol que asoma en las mañanas.