Albert López tiene palabras cariñosas para describir a su amigo Ulises: “Como un niño pequeño, muy juguetón; también muy tozudo y muy noble”.
Ulisses, un cortometraje documental dirigido por Joan Bover, retoma esa relación 25 años después propiciando el reencuentro. Nominado a los Premios Goya 2022, tiene como objetivo hacer reflexionar al espectador sobre la cautividad de los animales en zoológicos y parques acuáticos.
En el mundo hay 58 orcas en cautividad cuya biografía no difiere mucho de la de Ulises: nacido en 1978, fue capturado el 19 de noviembre de 1980 cerca de Islandia y en 1983 llegó al zoo de Barcelona.
El 1 de febrero de 1994 realizó su última actuación: las pequeñas dimensiones de la piscina y las viejas instalaciones hacían imposible su supervivencia. Ulises fue trasladado al Seaworld de San Diego (California) donde continúa actuando en espectáculos. Con 43 años, es una orca longeva. En libertad, alcanzan los 80 años, pero en cautividad su esperanza de vida se reduce a la mitad.
«En el zoo Barcelona había en los años 80 dos animales emblemáticos: uno era Copito de Nieve y el otro la orca Ulises”, recuerda Bover, que también fue nominado al Goya al mejor cortometraje documental por su anterior trabajo, Kyoko.
«Como niño me fascinaba, pero hace años que empecé a plantearme cómo naturalizamos la cautividad de los animales, que en realidad no es nada natural. Y así surgió la idea de este documental que pretende reflexionar sobre cómo los seres humanos tratamos a otros seres vivos», explica Bover.
Hace 12 años, Bover grababa un reportaje sobre avistamiento de ballenas en la costa de Roses (Girona) cuando el tipo que organizaba las excursiones y gobernaba el catamarán le comentó de pasada que había sido el entrenador de la orca Ulises.
Era Albert López. Cuando en 2019, Bover leyó la noticia de que se cumplían 25 años del traslado de Ulises a San Diego le propuso a Albert López organizar un reencuentro. El exadiestrador aceptó de inmediato.
El rumbo de López, que ahora tiene 63 años, había virado 180 grados desde la separación con Ulises. Tratando de saldar de alguna manera una deuda con los animales, renunció a 30 años como profesional de zoológicos para emprender un activismo contra una actividad para la que no encuentra justificación.
“Si te gustan los animales, el último sitio en el que tienes que trabajar es un zoo”, resume López, que recuerda que aprendió crudamente la lección en su primer día de trabajo: “Tuve que sacrificar, o asesinar, a un dingo y cuando pregunté por qué me dijeron que porque no había instalación para acogerle. Ahí me di cuenta de que me había equivocado”.
El cuidado mutuo de Ulises y Albert
Trató durante años de aportar lo que podía desde dentro. En 1983, como era uno de los trabajadores más jóvenes, le asignaron trabajar con Ulises. “Las orcas, además de tener grandes capacidades cognitivas, son animales que no tienen miedo. Si logras establecer un vínculo de cuidado mutuo son animales más estables que los delfines, que son más miedosos”, describe.
Ese cuidado le salvó la vida en varias ocasiones. La primera, cuando por un descuido se quedó sin oxígeno y con el lastre encima: Ulises lo detectó y le llevó a la superficie. “La segunda fue a la mañana siguiente. Cuando me colocaba el equipo me mordía en la pierna y cuando me lo quitaba me dejaba tranquilo. Era su manera de decirme: ‘¿tú estás loco o qué?’. En cuanto me ponía las gafas, me las quitaba con su boca”.
En el cortometraje solo se escuchan las crónicas de los reportajes televisivos de los años 80 y 90 sobre Ulises. En el presente, Bover se limita a retratar a López mientras emprende su viaje de reencuentro. “El protagonista principal es la orca Ulises y su odisea a lo largo de 42 años en cautividad. Y por eso pensamos en Albert como un personaje lacónico porque además tiene esa presencia potente que expresa ya suficiente”.
Elocuentes son las imágenes del traslado de Ulises a San Diego en 1994. “Es el absurdo llevado al extremo: un animal que en libertad puede moverse por todo el mundo trasladado en grúas, camión, avión. Es absurdo en 2022 tener animales encerrados así”, opina Bover.
«Dentro de pocas generaciones nos mirarán como bichos raros»
Las orcas son animales sociales, inteligentes y tienen buena memoria. En 2013, el documental Blackfish, de Gabriela Cowperthwaite se hizo célebre al exponer con crudeza la industria de los parques acuáticos, donde las orcas habitan en espacios reducidos y conviven con ejemplares que no pertenecen a su familia.
El documental argumentaba que el fallecimiento de una entrenadora en 2010 tras un ataque se debía precisamente a una psicopatía provocada por el cautiverio. Pese al estigma del apodo de ‘ballena asesina’, no hay ningún caso documentado de ataques de orcas en libertad a seres humanos. “Curiosamente, sí hay casos documentados de ataques mortales de delfines”, especifica López.
Bover y López critican la hipocresía de que estos parques presuman de ofrecer un valor pedagógico. “Es básicamente un interés económico, no sé cómo se puede justificar tener un animal de casi cinco toneladas y seis metros en una piscina dando vueltas. Como sociedad no nos deja en muy buen lugar el trato que tenemos hacia estos animales”, dice el director.
El excuidador de Ulises añade: “Estoy seguro de que dentro de unas pocas generaciones nos mirarán como bichos raros y dirán: qué bestias eran aquellas gentes, que mantenían chimpancés, orcas, delfines o elefantes en cautividad”.
¿Cómo calificar el reencuentro? Director y protagonista se resisten. “Obviamente, fue un momento mágico, pero es algo que dejamos a cada espectador”, explica Bover.
Desde 2014, la interacción directa entre cuidadores y orcas está prohibida y López no pudo volver a nadar con Ulises. “No quiero contar mucho del encuentro, prefiero que el espectador lo vea. Mi sentimiento fue de mucha tristeza: en 25 años he tenido parejas, hijos, trabajos, un montón de vivencias y Ulises ha seguido dando vueltas a una piscina sin parar».